Guillermo Bermejo durante su viaje a Rusia en plena semana de representación. Foto: Facebook Guillermo Bermejo
Guillermo Bermejo durante su viaje a Rusia en plena semana de representación. Foto: Facebook Guillermo Bermejo
Héctor Villalobos

Como los acróbatas. Dando saltos mágicos. Así han estado esta semana y de justificar la importancia de su viaje a la tierra de Putin.

Un grupo de al menos 11 parlamentarios peruanos, muchos de los cuales se jactan de ser la voz de sus regiones, de representar a sus electores, han decidido abandonarlos justamente en plena semana de representación para irse de paseo a Moscú a participar en la denominada Conferencia Parlamentaria Internacional Rusia-América Latina. La atracción principal del evento: ver en vivo y en directo a Vladimir Putin dando un discurso en el que ensalzó las figuras del dictador cubano Fidel Castro y del ‘Che’ Guevara.

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La excusa de algunos de ellos es que este costoso paseo no va a restar un sol del erario nacional, pues ha sido pagado por el Estado que realizó la invitación. Eduardo Salhuana (APP) ha señalado que es importante para la labor parlamentaria “este intercambio de experiencias con congresistas de otros países” y que “eso enriquece el trabajo parlamentario, que redunda en beneficio del país”. Hay que ser ingenuos para creer que por que los congresistas van a tomarse fotos en la plaza Roja y a brindar con vodka en las recepciones en las que seguramente participarán van a regresar iluminados a presentar proyectos de calidad que favorecerán al Perú. Lo cierto es que a su retorno seguirán presentando iniciativas para declarar patrimonio nacional el tacu tacu con huevo montado, crear el día del salchipapero o leyes que le seguirán sacando la vuelta a las observaciones técnicas.

Que este viaje no es otra cosa que un paseo turístico camuflado de importantísima conferencia lo confirma el propio congresista Guillermo Bermejo –quien convenientemente dejó el país en plena investigación por el Caso Los Operadores de la Reconstrucción–, al publicar orgulloso en sus redes sociales sus fotos junto a las tumbas del dictador Joseph Stalin y de Vladimir Lenin.

Como era de esperarse, por el desatinado viaje de placer de nuestros legisladores. “Consideramos que mientras Rusia ataca las escuelas, hogares y hospitales en Ucrania, comete crímenes de guerra y genocidio [...], la visita en referencia al país agresor es inaceptable y tóxica”, señalaron en un enérgico comunicado. Los turistas parlamentarios ni se dieron por enterados, salvo Jaime Quito. Al ser consultado por el periodista Carlos Villarreal de RPP sobre la pertinencia de ir a un país cuyo presidente está acusado de violar derechos humanos, el legislador respondió: “Eso usted lo dice porque ve mucho CNN, tiene que ver un poco más la realidad y otros horizontes”. En otras palabras, la culpa es del periodista que está informado, no del parlamentario que abandona sus labores legislativas y a sus electores.

El artículo 23, inciso f, del reglamento del Congreso establece como obligación de los congresistas el cumplimiento de la semana de representación. El hecho de irse sin licencia –con la excepción de Quito quien sí la solicitó– a darse la buena vida en Rusia no solo es una muestra de lo poco que les interesan sus representados, sino también debería ser una causal de sanción. La paquidérmica Comisión de Ética algo tendría que hacer al respecto aunque, con el ritmo con el que están avanzando los otros casos que tienen pendientes, tal vez eso sea mucho pedir.

La próxima semana, los alegres viajeros retornarán sin pena ni gloria de su periplo. No habrá rendición de cuentas ni propósito de enmienda. La desvergüenza se impondrá una vez más a la indignación

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