Le comento a una fuente del gobierno que se habla mucho de obras y de plata pero faltan imágenes y gestos para la foto. “Lo material es importante, pero lo simbólico también; sí somos conscientes de eso”, me replica. ‘¿Dina es lo simbólico y Alberto es lo material?’, pregunto, solo para provocar a mi interlocutor. “No, no es así; pero estamos trabajando en el reconocimiento, en que la gente perciba que hay una preocupación y conexión estrecha con sus problemas”. ¿Pero hay un discurso, una campaña de comunicación, políticas públicas que estén apuntando claramente a eso? No parece, ¿no? Ya volveremos sobre ello.
Ganaron
La versión oficial de los amigos comunes de Dina cuando aprietan los labios, miran hacia arriba y musitan mmmhhhh (la pose del que hace memoria); es que la presidenta y el primer ministro se conocieron por razones profesionales. A Dina le cayó encima, en mayo del 2022, la acusación constitucional por hacer mandados para el Club Apurímac y necesitaba un abogado bueno y mediático. Sino lo conseguía, el Congreso le daba vuelta a ella antes que a Pedro y hoy estaría buscando chamba.
"A Dina le cayó encima, en mayo del 2022, la acusación constitucional por hacer mandados para el Club Apurímac y necesitaba un abogado bueno y mediático"
Esta versión habría que conciliarla con la del cuaderno de apuntes de la profesora Maritza Sánchez, la maestra castillista que fungió de asistente de Dina en la segunda vuelta. Ella asegura –y muestra una hoja con un resumen de la conversación- que Alberto tuvo un breve encuentro con Dina en algún momento de la campaña. Ni una ni otro han dado su versión al respecto; pero si la anotación de Sánchez es verídica, ese encuentro no habría tenido mayor importancia. Alberto recién se ligó a Dina y a sus aspiraciones sucesorias en el otoño del 2022. No ha pasado ni un año, pero mucha agua y hasta sangre han corrido bajo el puente.
Volvamos al 2022. Un consejero político de Dina, me contó que pensó en Alberto y cambió criterios con otros miembros del entorno de ella, entre otros con su hermano Nicanor Boluarte. Todos coincidieron en que sea Otárola el abogado. La denuncia periodística que mostraba los papeles del club departamental firmados por Dina siendo ministra, y un informe de la Contraloría enumerando cada gestión a favor de sus paisanos, dieron municiones a la oposición congresal de derecha que no hacía distingos en el castillismo y se la bajarían de cualquier forma. Era claro que el ‘dinismo’ necesitaba una dura chamba de lobby ante todas las bancadas.
Alberto se batió bien en las entrevistas. Su chamba no solo fue abogadil sino mediática y política. Fue el puntal del equipo que evaluó cómo aproximarse a cada bancada e, incluso, lideró el pedido de medidas cautelares ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con lo cual el lobby alcanzó ribetes diplomáticos. Dina habló telefónicamente con varios líderes partidarios y parlamentarios. Tenía que explicarles el caso y, sutilmente, decirles, como Vizcarra en su momento respecto de PPK: ‘ya tu sabes, yo voy a reemplazar a Castillo y no soy como él’. Bueno, a Vladimir Cerrón, con quien también habló, le habrá dado un mensaje personalizado en otro tenor. En el afán de convencer a las bancadas de centro de que no era prudente defenestrarla pues era una alternativa a José Williams y a la vez distante de Castillo; el grupo contó con la colaboración de Rivin Yangali, entonces coordinador parlamentario del Midis, insustituible para Dina Boluarte pues sigue cerca a ella en Palacio.
La acusación constitucional fue archivada el 5 de diciembre, dos días antes del golpe de Castillo y de la juramentación de Dina a la carrera. Fue un tremendo triunfo de todo el equipo con mención especial a Alberto. De esa forma, él se aseguró un cargo de ministro. Para premier no tenía mucho chance, porque el entorno de Dina tenía otros candidatos. Pero ella los sorprendió a todos entusiasmándose con el desangelado abogado Pedro Angulo.
La cartera ideal para Alberto era Defensa, el sector que ya conocía desde que fue asesor y viceministro durante el gobierno de Toledo y, finalmente, ministro durante el gobierno de Humala. Esa vez no duró mucho pues renunció antes de ser censurado por el Congreso (los detalles de ese revés los conté en la crónica “Dina y Alberto, ¿están juntos?” del 4/2/23). Tenía que sacarse el clavo y Dina le concedió Defensa. Pero Alberto no era más el abogado humanista y de izquierda que tuvo por mentor a Enrique Bernales y que encajó sin mayor esfuerzo en el entorno ´progre’ de Humala (luego del revés en Defensa volvió como jefe de Devida).
El Alberto que sorprendió al entorno progresista de Dina, hoy diezmado, se había convertido en un abogado amante del orden más que de los derechos humanos y amigo de empresarios más que de académicos. Entre sus clientes ha estado nada menos que el magnate de los casinos, Félix Rosenberg, y hoy es apreciado por todos los gremios empresariales que corean con él, ‘punche Perú’ (nombre de un programa de reactivación económica, más identificado con Alberto que con Dina). Alberto le cayó del cielo al bloque que impulsó la vacancia de Castillo y –qué ironía- quería bajarse primero a Dina.
El ‘upgrade’
La crisis de los muertos en Huamanga en un operativo militar y policial, cogió al gobierno tembloroso y con un primer ministro improvisado. Dina buscó candidatos que le mostraron sus miedos y pusieron condiciones; mientras Alberto le sonreía mostrándole su disposición. Entonces, en su más polémica decisión hasta la fecha, contraviniendo la tradición política de pagar muertes con cabezas rodadas de los ministros del orden; lo pasó de Defensa a la PCM.
Alberto se consagró de halcón y ayudó a sincerar la condición del gobierno: precariedad política y necesidad de sostenerse en las Fuerzas del Orden. Hubo bastante más muertos, superando los 50, y más protestas que se fueron ahogando en su radicalidad y en la debilidad de sus dirigentes. Se contravino otra tradición reciente: las protestas intensas y en escalada ya no se tumban a un gobierno, como fue el caso de Manuel Merino. Ni siquiera se tumban a un premier. Dina mantuvo a Alberto a pesar de 4 ministros que renunciaron en abierto desacuerdo con la línea dura. Su principal asesor, Raúl Molina, que encarnaba la posición de llamar al diálogo por sobre la represión, también renunció. Dina, a pesar del consejo de sus amigos ‘progres’, se plegó a la línea de Alberto.
Cuando pregunto a fuentes del Despacho Presidencial y de la PCM, por la convivencia entre sus jefes, me sueltan frases como esta: ‘es una buena relación’, ‘es muy fluida’, ‘es constante’, ‘conversan mucho’, ‘hay complementariedad’. Alguien me dijo esto: “por fin veo una a una presidenta y un premier que se lleven bien”. Bueno, si se solo se refiere al último gobierno es cierto: Castillo fue igual de puñalero con Guido Bellido que con Mirtha Vásquez. Fue coordinado con Aníbal Torres y Betssy Chávez, pero para saltar juntos de la cornisa, mientras Dina se frotaba las manos.
En público, Dina y Alberto se tratan de usted. Ambos son ceremoniosos ante terceros y eso incluye a todos los ministros, que mantienen un solo chat con ambos. Cuando trato de indagar por si hay ministros que respondan más a una que a otro, no encuentro respuestas precisas. En realidad, cada ministro tiene necesidades y estrategias de aproximación respecto a cada cual. Sin embargo, hay cierta especial cercanía de Dina con José Tello de Justicia, que le hace vocería en muchas ocasiones, con Hania Pérez de Cuéllar de Vivienda que está en el centro de la tormenta de necesidades de reconstrucción y con Julio Demartini del Midis, su ex cartera.
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Ni Dina ni Alberto son duchos en política económica; pero ya han tenido a su primer hijo económico, su principal proyecto en lo que va del gobierno y de su convivencia: la Autoridad Nacional de Infraestructura (ANIN). A una se le ocurrió, al equipo del otro le tocó trabajar el proyecto y él mismo acudió el miércoles pasado a sustentar su urgencia en el Congreso. He conversado con dos exministros de este régimen y me dicen que ni Dina ni Alberto brillan cuando se habla de políticas públicas ligadas al MEF y a los ministerios productivos. Pero hay diferencias que me grafican con estas frases: ‘Dina es más paternalista’, ‘en Alberto está más alineado lo que dice con lo que hace’, ‘con Dina es más difícil entenderse’.
"Dina y Alberto conocen sus espacios y se los respetan; y él, prudente, le comenta todo lo que piensa hacer"
Volvamos al comienzo. Alberto, el ‘material’, el práctico, aparece con mucha frecuencia protagonizando iniciativas propias. Algunas ‘no le ligan’, como la reunión con sus predecesores primeros ministros, a la que fueron pocos y salieron rajando. Otras sí, como sus encuentros con gremios empresariales y su viaje al PDAC de Toronto, el mayor evento minero del mundo. Me cuentan que cada vez más, Dina y él conocen sus espacios y se los respetan; y que él, prudente, le comenta todo lo que piensa hacer. Sin embargo, algunas cosas las hace sobre la marcha. Por ejemplo, el martes, torpemente, los ministros Vicente Romero del Interior y Tello de Justicia, hablaron sobre el caso de Joaquín Ramírez y la Universidad Alas Peruanas. Los abogados de los investigados se relamían de gusto ante la impertinencia ministerial. El miércoles apareció Alberto ante los medios y zanjó el tema, dando a entender un ‘cállense la boca, no se habla más, es asunto de la Fiscalía’. Dina, aunque también es abogada, no lo hubiera hecho mejor.
Acabo con esta pregunta: ¿Por qué no hay una campaña ‘simbólica’ montada para fortalecer la imagen de Dina, tan frecuentemente opacada por Alberto? He ahí un problema de convivencia, una debilidad de comunicación política de una presidenta que confía en pocos y no le importa mucho si son los mejores. Dice mucho que su ex asistenta Grika Asayag coordinara, por ella, delicados asuntos políticos, según me han revelado fuentes que se sorprendieron teniéndola de interlocutora. Dina escucha a muchos pero no los traduce bien. He percibido el miedo de su equipo a exponerla a encuentros en regiones y con gente que pudiera arruinarle la escena con un botellazo o un insulto. En la Piura se expuso tímidamente. Con 18% de aprobación según la última encuesta de Datum (la de Alberto es 14%), cualquier ‘performance’ fuera de su zona de confort, es temeraria.
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La política obliga a arriesgar y Dina ha arriesgado bastante en otros rubros. ¡Hasta está investigada por genocidio! Le falta aliento, aparato y bases como para sostenerse hasta el 2026. Alberto siempre aparece con más aplomo, pero la vulnerabilidad de Dina es también vulnerabilidad suya. Cuando ella perciba o crea, ante una crisis mayúscula, que su mejor carta de supervivencia es cortar la cabeza de Alberto, lo hará sin remordimiento. Ese momento no tiene fecha en el calendario.