Fernando Vivas

El sábado santo 30 de marzo a la hora del almuerzo, la presidenta Dina Boluarte sintió un alivio pasajero. La presión hubiera sido intolerable para alguien menos fría (o frívola, esto se emparenta) que ella. En la noche y madrugada anterior, sus hijos Daniel y David -uno in situ, el otro por teléfono- habían lidiado con los fiscales y policías que reclamaban ingresar a su casa. Hasta que finalmente lo hicieron de un combazo (en realidad, al objeto que rompe la puerta le llaman ariete). Todos los líderes y penalistas de peso se habían pronunciado reclamando su versión del origen de los Rolex. Incluso los que criticaron a los fiscales porque se les pasó la mano, le exigían que hable de una buena vez.

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