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“El juego del calamar: el desafío”, Temporada 2: su final lleva al extremo la ambición de sus participantes
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La segunda temporada de “El juego del calamar: el desafío” (“Squid Game: The Challenge”) retoma la fórmula que lo hizo exitoso en 2021. Son 456 nuevos jugadores, entre otros, un jugador de póker y una madre afrodescendiente, que compiten para tener 4,56 millones de dólares en el bolsillo. Sabemos su inspiración. El programa de Netflix se basa en la serie coreana, original de la plataforma, siempre intentando marca presión psicológica sobre los victimarios, que decidieron someterse al juego cuando hicieron el casting. Es un reality show que figura como devastador, pero el desempeño de los contrincantes se monta como programa de las Kardashian.
En comparación con la primera temporada, está la energía siniestra de un supuesto jefe detrás del reality. Como en la segunda temporada de la serie, Front Man observa el desempeño de los jugadores en una habitación oscura, pensando en un próximo movimiento que los pueda poner en aprietos. Lo nuevo es la calaña de los jugadores, entre Estados Unidos, Reino Unido y Canadá —pocas caras latinoamericanas—. Sumado a ello, la producción no escatima en escala con los escenarios originales de la serie y un par de juegos nuevos.
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El pulso despiadado del reality es que los concursantes son empujados a maniobrar, traicionar y manipular para avanzar, mientras la enorme suma en juego parece otorgar permiso para sacrificar la integridad. Aparte del jugador 183, Steven, el mundialista de póker profesional que no quiere revelar su identidad de estratega, el resto de jugadores se sienten como blancos fáciles de olvidar. La mayoría se siente como personajes olvidables después del primer episodio.
Los nuevos juegos introducen mecánicas más complejas que intentan replicar la crudeza de la serie original. Al menos cinco juegos se replican, como el carrusel Mingle, donde los jugadores se refugian en cuartos limitados y el resto queda eliminado. O el pentatlón de seis piernas, uno de los favoritos, porque se ve el nerviosismo de los primeros personajes más seguros de sus habilidades físicas. La mayoría del tiempo se sienten obligados a calibrar lealtades, trazar estrategias en segundos o incluso a tomar decisiones éticas bajo presión, vista como sudor, temblor de cuerpo, llanto o pánico en voz alta.
Con el paso de los episodios, sin embargo, la estructura comienza a mostrar desgaste. El diseño de los sets continúa siendo impecable, pero la novedad pierde fuerza conforme avanza la temporada. Las eliminaciones generan impacto y, en ocasiones, un golpe emocional breve, aunque no siempre profundizan en las motivaciones o contradicciones que podrían darle más humanidad a cada salida.
De lo más llamativo de la segunda temporada es el doble filo moral de sus jugadores, usualmente personas sin necesidades de dinero, pero con el propósito desesperado de llamarse “millonarios”. Frente a las carencias superficiales de los participantes, esa crítica al capitalismo, dictada por el cineasta coreano Hwang Dong-hyuk en “Squid Game”, deja de ser un cuento. Lo vemos en la vida real, en estas personas. Por otro lado, algunos ejemplos, como jugadores que desean donar el dinero a causas filantrópicas, marcan la diferencia.

Pero, ¿realmente los jugadores quieren ser filántropos? Es una pregunta que ronda. De alguna forma, Netflix revela la calaña de quienes lloran por sus familias y apoyan a sus compañeros, con la verdad detrás de una jugosa suma de dinero. Lo cierto es que pocas personas serían como Mai Whelan, ganadora de la primera temporada, que, tras ganar, lanzó una operación filantrópica para financiar organizaciones con causas como la salvación del océano y los refugiados. Entonces, aunque la serie sea un experimento social, expone la personalidad humana en la competencia extrema. Se hace más interesante con un Front Man vestido de negro en el rol de villano.
Por eso, el final de la segunda temporada de “El juego del calamar: el desafío” lleva al extremo a los personajes. Trinity, jugador 398, llora sin control al tener que sacrificarse por el equipo en la última ronda. Durante la última cena, él y los cuatro finalistas conversan sobre sus vidas y lo que harían con el dinero para, de inmediato, ser retados de nuevo por el juego con la dinámica de elegir una moneda. ¿Tiene algo que perder? Amparado en Dios, sin dejar de rezar, pone a un costado el objetivo de ganar para salvar a su madre con esclerosis múltiple y, conquistado por sus historias y el vínculo con sus amigos, les deja el camino libre.
El desenlace subraya la importancia del premio económico para la ganadora 72, Perla, estadounidense con raíces dominicanas, modelo y de religión mormona. El juego final, ‘Luz Roja, Luz Verde’, acaba con cualquier ilusión de camaradería entre los participantes. Cada gesto, alianza o traición queda reducido al cálculo frío de quién corre más rápido para alcanzar a la niña de amarillo. Antes de eso, el reality nunca profundiza en la lógica del materialismo televisivo.
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¿Habrá tercera temporada de “El juego del calamar: el desafío”?
La confirmación de una tercera temporada de “El juego del calamar: el desafío” llegó tras el último episodio del reality. Desde Netflix, se espera el anuncio oficial de la convocatoria para el casting de la tercera parte, pero antes lanzaron una dinámica.
Ahora, el público puede votar por el regreso de su jugador favorito mediante un código QR que aparece en pantalla después del último capítulo de la segunda entrega. La lista de candidatos posibles para su regreso está conformada por cinco jugadores, que aparecen en la ruta web: Jacob (432), Zoe (369), Viper (152), Mark (100) y Raul (431).
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