Duelo. Hasta pronunciar esa palabra es doloroso. Para vivir un duelo no hay necesidad de que alguien muy querido muera, como lamentablemente les está sucediendo a muchas personas en esta situación de pandemia. Puedes también sentir que algo dentro tuyo se murió, se acabó, se rompió y no encuentras la forma de juntar los pedacitos. Tengo que confesar que en distintas etapas de mi vida yo me sentí así. Por relaciones fallidas, algunas más importantes que otras, pero cuando aún no has comprendido que la simetría de tu vida no depende de buscar tu par, no eres capaz de activar tu escala y todo o todos parecen tener la misma dimensión. Lo otro que puede pasarte es que entiendas mal el concepto de ‘rey muerto, rey puesto’ porque resulta que el rey no estaba muerto, sino que andaba de parranda, pululando en tus recuerdos como un zombie que no te deja comenzar de nuevo.
Mi mayor duelo amoroso fue asimilar mi segundo divorcio, esta vez ya teniendo una niña de tres años a la que quería darle todo pero no lo más importante: a sus papás unidos. Asumir mis divorcios no como un prontuario para tomarme foto y declararme una persona condenada en términos amorosos, sino como un aprendizaje fue todo un duelo de más de una década. Pero mi duelo más importante fue entender, por más extraño que parezca, que el papá de Fer ‘moría’ como mi esposo pero renacía como el mejor de mis amigos. Juntos descubrimos que mi hija sí podía tener a sus papás unidos, solo que en una presentación distinta.
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Los duelos también pueden vivirse con un proyecto profesional que no salió como querías o culminar tu relación con ese trabajo o cliente que te costó sangre, sudor y lágrimas, y en vez de darle vuelta a la página, te vuelves una casa embrujada, alojando fantasmas que te preguntan de cuándo en cuándo: ¿y si hubiera? Cuesta mucho trabajo entender que el ‘hubiera’ es tiempo pasado y, por ende, es un tiempo muerto. Por contradictorio que parezca, cuanto más te atreves a vivir, más duelos enfrentas porque los cambios al fin y al cabo implican que algo muera. Creo que nunca había sido tan consciente de esto hasta que Olanda Angarita, una coach experta en bioneuroemoción, me invitó a prologar su libro El camino y acompañarla en el lanzamiento. Mientras leía su libro descubría que hay duelos que ni conocía. Por ejemplo, por la pérdida de juventud, temas de peso o mudanzas y, por supuesto, todo lo que estamos perdiendo con respecto a la vida que conocíamos antes de la pandemia. Todos estamos siendo impactados, en menor o mayor medida, en nuestra salud, economía, estabilidad emocional, confianza, relaciones interpersonales, de trabajo,de salud mental, sexual y la lista podría ser inagotable.
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Olanda hace una reflexión interesante acerca de ver esta pérdida como una oportunidad de despertarnos de este modo zombie en el que muchas veces caemos, haciendo las cosas por costumbre o sin realmente valorarlas porque formaban parte del paisaje, para así convertirnos en personas diferentes, mejores y capaces de cambiar el mundo hacia un mejor destino. El COVID-19 nos tiene en una situación de duelo constante y por eso es tan importante ser capaces de desarrollar las herramientas correctas para enfrentarlo. Creo que la mayoría de personas somos autodidactas en cuanto a duelos se refiere, pero cuánto habría querido ser más consciente de estas herramientas ante tantos entierros mal hechos e improvisados que tuve en la vida. Porque si bien el sentido común y la fuerza interior pueden guiarte intuitivamente, las heridas que te deja una pérdida de cualquier tipo hay que tratarlas con cuidado y sabiduría para que puedan cicatrizar bien.
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El duelo requiere de un botiquín pero no aquel lleno de algodones y etanol. Necesitamos todos esos ingredientes que desinfecten la herida sin quemar más de la cuenta, que calmen el dolor, pero sin caer en placebos porque tenemos que sanar lúcidos, sin taparnos los ojos para no sentir ni usar paleativos artificiales para disfrazar el dolor. El duelo es un aprendizaje fundamental para la vida, es un regenerador de nuestros tejidos emocionales más profundos y es un proceso vivo para lograr, algún día, incluso hacerle cariño a nuestra herida. //