Aniversario de Lima: El secreto cusqueño al fondo de la pileta de la Plaza Mayor

Sin poder despegar los ojos de los dibujos pincelados so­bre fuentes, candelabros y jarrones, preguntamos por el maestro Tater. “Está en su ta­ller, tiene trabajando las bal­dosas para la pileta de Lima”, nos revela un ayudante.

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EL SECRETO CUSQUEÑO DE LA PLAZA DE ARMAS

UNA PILETA CUBIERTA DE CEMENTO Y PINTURA

Los arqueólogos y expertos en conservación de Prolima (órgano de la Municipalidad a cargo del plan maestro para la recuperación del Centro Histórico) encontraron que la pileta de bronce de la Plaza Mayor –mandada a hacer por el virrey Conde de Salvatierra, en 1650– había sido recubier­ta por pintura, lo que escondía letras, inscripciones, escudos y diversas figuras. No solo eso, sino que el pedestal de grani­to original del monumento estaba enterrado bajo unos 15 centímetros de cemento.

Al retirarlo, se encontró un piso de laja. “Bajo este encon­tramos evidencia de azulejos, que sabemos existieron por la documentación de archi­vo”, explica el arquitecto Luis Martín Bogdanovich, gerente de Prolima. Los azulejos eran de dos tipos: unos esquineros sevillanos, del siglo XVII, y otros del siglo XVIII de origen valenciano.

Las pocas baldosas o azule­jos hallados en la pileta esta­ban rotos, pero muchos más, completos, existen en otros puntos de la ciudad, entre ellos la Casa de Aliaga y la iglesia de San Sebastián, en el Centro de Lima. “Fuimos a la Casa de Aliaga a hacer un calco del azulejo de Valencia, que estuvo muy de moda en el siglo XVII, y lo encajamos en la pileta para su restaura­ción”, continúa Bogdanovich.

Primer gran problema resuelto, pero había otro: ¿quién hace azulejos en Lima, o en el Perú, de esas características? “Tenemos artesanos maravillosos, pero ya no se hacen azulejos con ese grosor del bizcocho (base de arcilla), pintados a mano, con varias quemas. Hay un aprendizaje que se ha perdido y que queremos recuperar”. En esa búsqueda encontra­ron a Tater Vera, amauta del arte tradicional en el Perú, el más célebre dentro de una familia de grandes maestros ceramistas y coleccionistas de arte popular.

LOS HORNOS SE CALIENTAN EN EL CUSCO

A las 6 de la mañana, Tater Vera enciende uno de los hor­nos eléctricos de alta tempe­ratura con los que trabaja las piezas en su taller del Cusco. Otros tres artesanos laboran bajo su supervisión, de ma­nera artesanal, baldosa por baldosa. No contrata más personal, pues “cada artista tiene un estilo y, en este caso, es mejor ser menos”, explica Tater. El fuego “directo y no envolvente” de los hornos va dejando listos unos 26 bisco­chos al día. Mientras Tater calibra los hornos para las sucesivas quemas y hace el trabajo del delineado de las piezas, los otros artistas se ocupan de la coloración y la forma. “En algunos casos hay que rectificar; es un trabajo laborioso. Mi responsabilidad es que quede de nivel A”.

En su taller, que es también un centro de investigación y laboratorio –visitado por expertos de todo el mundo–, continúan la tarea hasta las 9 de la noche. Debe tener con­cluidas para mayo próximo 1.996 baldosas de cerámica vidriada, de 19 por 19 centí­metros cada una, además de 196 ángulos de 21 centíme­tros y 48 piezas con los sím­bolos del Zodiaco, tal y como existieron en los azulejos ori­ginales.

“Para la elaboración respetamos la forma en que se hacían antes, pero ya no se trabaja con estaño ni plomo”, aclara Tater. El equipo de Bo­gdanovich quería lograr un trabajo cien por ciento arte­sanal y lo ha conseguido con el maestro Tater desde el Cus­co. La pileta, cuyo sistema de agua ha quedado listo, espera que su poza luzca como anta­ño, para volver a ser el gran atractivo de nuestra plaza. //

El hallazgo, cuatro siglos después

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