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Entre plazas, iglesias y mercados: así se vive un día en el centro histórico de Quito, la ciudad de “la mitad del mundo”
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Entre plazas, iglesias y mercados: así se vive un día en el centro histórico de Quito, la ciudad de “la mitad del mundo”

Entre plazas, iglesias y mercados: así se vive un día en el centro histórico de Quito, la ciudad de “la mitad del mundo”

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Apenas el avión atraviesa las nubes, se despliega a través de un extenso valle custodiado por los Andes. El aire es más ligero, casi un recordatorio de que uno ha llegado a la segunda capital más alta del planeta, pero también más intenso, como si cada bocanada trajera consigo siglos de historia. En las calles del centro histórico, la vida transcurre entre iglesias barrocas, plazas empedradas y balcones coloridos. Aquí, en la mitad del mundo, el tiempo se siente distinto: pasado y presente se cruzan en cada esquina, y viajar se convierte en un ejercicio de asombro continuo.

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BAJO EL CIELO ANDINO

Nuestro día empieza a las 8 am. en el Mercado de Santa Clara. El bullicio de los puestos se mezcla con el vapor de las ollas donde se cuece el encebollado —ese caldo humeante de pescado y yuca— que devuelve fuerzas a cualquier viajero. Al lado, una vendedora sonríe mientras aplasta con destreza el plátano verde para darle forma al bolón, una esfera dorada que guarda en su interior queso o chicharrón. Desayunar aquí no es solo probar sabores, es sumergirse en la cotidianidad quiteña, en la calidez de un mercado que alimenta tanto el cuerpo como la curiosidad.

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Juan Carlos Fangacio
La Basílica del Voto Nacional, en el centro de Quito, destaca por su estilo neo gótico
La Basílica del Voto Nacional, en el centro de Quito, destaca por su estilo neo gótico

Desde allí, el camino asciende hasta la Basílica del Voto Nacional. Sus torres rasgan el cielo andino y en lugar de gárgolas, se asoman iguanas, tortugas y cóndores tallados en piedra: el arte gótico reinterpretado con el alma de este país. Subir a sus miradores es un vértigo que recompensa con una vista panorámica de la ciudad. No es casualidad que esta iglesia represente una de las postales más icónicas de Quito.

La Plaza de la Independencia, también conocida como plaza grande, es la principal plaza de la ciudad de Quito.
La Plaza de la Independencia, también conocida como plaza grande, es la principal plaza de la ciudad de Quito.

La caminata continúa hacia el corazón de la capital, la Plaza de la Independencia. Aquí confluyen el poder político y la memoria histórica: el Palacio de Carondelet, la Catedral y los portales que la rodean parecen enmarcar un escenario donde desfilan tanto turistas como quiteños en su vida diaria. Bajo el sol del mediodía, la plaza vibra con un aire solemne y a la vez cotidiano, como si los siglos de historia se mezclaran con las conversaciones de quienes descansan en las bancas.

La iglesia Compañía de Jesús asombra a los visitantes por sus detalles arquitectónicos en pan de oro.
La iglesia Compañía de Jesús asombra a los visitantes por sus detalles arquitectónicos en pan de oro.

A pocas cuadras nos espera una joya barroca: la Iglesia de la Compañía de Jesús. Entrar en ella es un golpe de luz dorada. Sus muros, altares y columnas, recubiertos con pan de oro, envuelven al visitante en un resplandor que parece suspendido entre lo terrenal y lo celestial. Es un lugar donde el silencio se impone de manera natural, y donde cada detalle arquitectónico revela el virtuosismo de los artesanos que la levantaron en el siglo XVII.

La Plaza San Francisco es una de las más bellas de la ciudad.
La Plaza San Francisco es una de las más bellas de la ciudad.
/ Matthew Williams-Ellis

La ruta nos lleva a la Plaza de San Francisco, el espacio más amplio del centro histórico, vigilado por la iglesia y convento que llevan su nombre. El atrio se abre como un balcón hacia la ciudad, y desde allí se siente cómo Quito combina lo monumental con lo popular: niños que corren tras las palomas, vendedores de dulces, músicos callejeros, y detrás, la fachada blanca del templo que guarda siglos de devoción. Sentarse aquí, al caer la tarde, es dejarse envolver por la esencia de Quito: una ciudad que respira historia, fe y vida en cada rincón.

UN VALLE MULTICULTURAL

Después de recorrer plazas e iglesias, Quito invita a descubrir otros tesoros. En una calle discreta del centro histórico, la fábrica de sombreros de paja toquilla, Sombreros López, abre las puertas a un arte declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Allí, entre fibras secas que se transforman con paciencia en elegantes alas, los artesanos muestran cómo de las manos nace un símbolo de Ecuador conocido en el mundo como “Panama hat”. Ver a los tejedores dar forma a cada sombrero es entender que este oficio es también un acto de resistencia cultural, un legado que no se deja vencer por el tiempo.

Los sombreros de paja toquilla han sido declarados patrimonio inmaterial de la humanidad.
Los sombreros de paja toquilla han sido declarados patrimonio inmaterial de la humanidad.
/ Michel Uyttebroeck (Piccaya)

Muy cerca, el aire cambia de aroma. En la fábrica de chocolate ecuatoriano, los granos tostados despiertan un perfume intenso que envuelve todo el espacio. Aquí, el visitante aprende que el país es cuna del cacao, y que detrás de cada tableta hay historias de agricultores, técnicas ancestrales y un profundo orgullo nacional. Degustar un trozo de chocolate es como morder un pedazo de la tierra ecuatoriana: dulce y complejo al mismo tiempo.

Ecuador también es un país que destaca por su producción de cacao.
Ecuador también es un país que destaca por su producción de cacao.
/ Alexander Boas

El recorrido cierra con un premio al paladar. En el Palacio Arzobispal, ese edificio colonial de balcones verdes y galerías interiores, la tradición se sirve en un plato humeante: el seco de chivo. La carne, cocinada lentamente en especias, llega acompañada de arroz blanco y maduros fritos. Cada bocado es un viaje a la cocina andina, una celebración de lo mestizo, un recordatorio de que en Quito la historia también se escribe en la mesa.

Al caer la tarde, la ciudad se despide con la misma intensidad con la que recibió al viajero: entre aromas, voces y paisajes que se quedan grabados para siempre. //

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