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“En un mundo digital, pensar es revolucionario” | OPINIÓN
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Durante años, el futuro fue esa promesa impactante o desesperanzadora que nos vendían en las ferias de ciencia y en los libros de Ray Bradbury. Una utopía en pausa. Hoy vivimos una versión continua de lo que creímos que sería el mañana, pero sin la épica de los autos voladores ni la estética impecable de los trajes plateados. Más bien, estamos atrapados en una suerte de glitch temporal donde el pasado, el presente y el futuro se entreveran como pestañas abiertas en un navegador colapsado.
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Lo real y lo virtual ya no pelean, colindan. O, mejor dicho, se fusionan como si fueran una sola piel. Usamos realidad aumentada para ver lo que está frente a nuestros ojos, inteligencia artificial para procesar información y experiencias inmersivas que nos hacen dudar si seguimos en el sofá o si ya entramos al metaverso por la puerta trasera. Todo ocurre a la vez. Como si alguien hubiera apretado “play” en tres líneas de tiempo simultáneas y nos tocara actuar en todas.
Justo allí es donde aparecen los jóvenes, nativos digitales que juran que ya nada los sorprende. Pero ¿cómo decirles que, a pesar de su relación indiscutible con la tecnología, sus mentes siguen funcionando con más estática que un vinilo? Navegan entre mundos con destreza, pero siguen buscando sentido en lugares que ya se deconstruyeron hace tiempo.
Independientemente de ellos, la verdad es que todos vivimos saturados de estímulos, de expectativas, de notificaciones. La pregunta no es si podremos con todo eso, sino si deberíamos. Porque si el tiempo ya no es una línea recta, ¿qué se supone que significa “avanzar”? ¿A dónde vamos si ya ‘estamos’? ¿Cómo lidiar con esta dualidad entre lo real y lo virtual?
El caos es fascinante, sí; pero también agota. Por eso, la responsabilidad en el uso de tecnologías emergentes es fundamental para asegurar un futuro equitativo. Como decía el CEO de God-ai, Fernando ‘Feo’ Revollo, este es un eje esencial, al igual que contar con equipos más senior. Y la única brújula posible para lograrlo se llama pensamiento crítico. Porque pensar es ahora un acto de resistencia. Son estas, la curiosidad y la formación continua, las que deberían ser nuestra rutina.
Por ello, quiero ahondar un poco más sobre la reflexión crítica. Nos urge cuestionarnos qué buscamos cuando decimos “verdad”, en una era donde la verdad parece más un hashtag que una certeza. ¿Estamos formando nuestras opiniones, o solo reposteando percepciones ajenas? La realidad ya no es un dato, es una construcción colectiva. Y mientras más la escenificamos, más difícil se vuelve saber si la estamos viviendo o simplemente transmitiendo.
Basta con un post malinterpretado para incendiar una red, basta un titular escandaloso para legitimar una verdad. La distorsión se volvió norma. Nos reímos más fuerte, nos indignamos más rápido, pero entendemos y empatizamos menos.
Por eso la responsabilidad comunicativa hoy es política. Porque comunicar no es solo informar, es intervenir en la realidad. Es decidir de qué se habla, cómo se dice y qué queda fuera del cuadro.
Y ahí, justo ahí, entra el papel de las audiencias. De nosotros. Porque ya no somos consumidores pasivos de contenido. Somos curadores, creadores, multiplicadores. Nuestra atención se ha vuelto un recurso escaso y codiciado. Y lo que hacemos con ella puede marcar la diferencia entre una conversación vacía y una transformación real.
Sí, estamos más atentos que nunca. Pero también más escépticos. Nos cuestionamos todo y con razón. Las fake news, los filtros, los deepfakes, las “realidades alternativas”, todo nos obliga a mirar dos veces antes de creer. Y eso, aunque suene agotador, es saludable. Implica madurez digital. Implica decidir conscientemente a qué ideas le damos espacio y a cuáles no.
El futuro ya no es ese horizonte lejano que observamos con binoculares. El futuro está a centímetros, a un clic, a una línea de código. Pero no lo vamos a entender si seguimos mirando hacia adelante como si fuera un túnel. A veces hay que mirar hacia atrás, no para quedarse, sino para entender por qué llegamos aquí.
Las grandes ideas del presente nacieron muchas veces de errores. De intuiciones mal formuladas. De preguntas mal respondidas. La historia está llena de tecnologías que fueron primero chispazos de locura. De decisiones que parecían absurdas, hasta que no lo fueron.
Entonces, si me preguntan qué nos depara en el futuro, no tengo la respuesta. Pero sí una certeza: lo único que no podemos permitirnos es dejar de cuestionar. Porque en un mundo tan líquido, tan saturado, tan editable, pensar sigue siendo el único acto verdaderamente radical. Reiniciando el pensamiento, reiniciamos el sistema.
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