¿Eres de los que cuando escuchas Pavlov piensas en perros entrenados a salivar cuando tocan una campana?
-
¿Qué dirías si te cuentan que Ivan Pavlov nunca usó campanas? ¿Que entrenar a perros para que tuvieran un condicionamiento pavloviano nunca fue propósito?
¿Qué tal si te dicen que Pavlov estaba usando la saliva para estudiar el cerebro, 100 años antes de la invención de los escáneres de resonancia magnética?
¿Podremos desaprender lo que pensamos que sabíamos? ¿Podrá un perro viejo aprender un nuevo truco sobre la palabra Pavlov?
Pavlov era una persona difícil, incómodo con la autoridad, volátil, gruñon y vocalmente antisemita.
Nació bajo el dominio de los zares, vivió la modernización y luego la Revolución rusa.
Él también tuvo su revolución personal: quería ser sacerdote cuando era joven, pero luego se entregó a los brazos de las nuevas ideas laicas de la ciencia.
Lo anterior puede sonar demasiado grandioso para alguien que experimentaba haciéndole ruidos a unos perros.
Pero la misión de Pavlov era ambiciosa: quería entender nuestra mente, científicamente.
Tras ganar el premio Nobel en 1904 por su trabajo en la fisiología de la digestión, le escribió a su esposa una carta en la que decía que le aterraba que pudiera haber “una ciencia de la vida humana”. Aclaró que “sólo una cosa nos interesa realmente en la vida: nuestra vida física”, lo que quería decir, la vida de la mente.
Pasó entonces su atención del estómago al cerebro.
Es cierto que pasó gran parte de su carrera midiendo las secreciones producidas por el estómago pero -y esto es lo genial- fue porque se dio cuenta de que podía medir las secreciones producidas por un proceso mental.
Pavlov sabía que los perros producían saliva cuando veían comida. Pero notó que también salivaban cuando pasaban cosas que indicaban que la comida estaba por venir: si veían el plato, si olían la comida, si la puerta crujía como lo hacía cuando les traían la comida, salivaban.
Lo brillante fue que Pavlov se dio cuenta de que si un perro saliva cuando no hay comida, tiene que estar pensando en la comida. Así que las babas eran evidencia de pensamientos. Los llamó “secreciones psíquicas”.
Lo realmente excitante de la conexión entre la saliva y pensar es que la saliva se puede medir con precisión. Objetivamente. No tienes que depender de cosas como la expresión del perro o el tono de su ladrido.
Entre más saliva produce, más está pensando en comida. Midiendo la cantidad de babas, Pavlov podía medir la fuerza del pensamiento.
Todo eso era tremendamente satisfactorio para Pavlov. Siempre abogó por la precisión en la ciencia. Le preocupaba cuando escuchaba a científicos hablando de una manera distinta sobre las acciones del cerebro que cuando hablaban del cuerpo.
Cuando hablaban del cuerpo, usaban “conceptos científicos”, pero cuando empezaban a referirse a la mente, usaban ideas psicológicas.
A él no le parecía que el carácter de la investigación cambiara por sólo pasar de estudiar un órgano a estudiar otro.
La saliva no era impresionista, no era una teoría psicológica incalculable. La cantidad de babas que se recogían de un perro era un dato empírico medible.
Empezó a trabajar, y no con una campana; eso habría sido demasiado ordinario para sus elegantes experimentos.
Quería investigar interrogantes sutiles como por ejemplo: ¿puede un perro sentir el paso del tiempo?
Expuso repetidamente a los perros a una luz que se prendía precisamente tres minutos antes de que llegara la comida y, efectivamente, los perros empezaron a salivar precisamente tres minutos antes, tras ver la luz.
Si los entrenaba a responder a un acorde musical, salivaban cuando escuchaban cualquiera de las notas individuales de ese acorde.
Encontró además que los perros podían distinguir entre objetos que rotaban en el sentido de las agujas del reloj y los que iban contrasentido, y también entre diferentes tonos de gris.
Podían hasta diferenciar entre un metrónomo que oscila 100 veces por minuto y uno que lo hace 94 veces por minuto.
Así que nada de campanas, más bien luces, armónicas, zumbadores, metrónomos y, controversialmente, choques eléctricos.
Una de las cosas asombrosas que descubrió Pavlov fue que cualquier cambio en el entorno hacía que las asociaciones aprendidas se debilitaran.
Antes de sus experimentos, no era evidente que nuestros cerebros siempre están absorbiendo más de una cosa a la vez y que el desorden del mundo interfiere con nuestra capacidad de aprender.
Para investigarlo con precisión, Pavlov cada vez controlaba más el ambiente en sus laboratorios.
Y los “estímulos” eran abundantes: en Rusia hubo una reforma y una contrarreforma. Guerra y revolución. El primer laboratorio grande de Pavlov fue financiado por príncipe imperial y a finales de su carrera, estaba trabajando para Lenin y el Comité de Planeación del Estado.
Durante todo ese 'desorden del mundo', Pavlov construyó una “Torre de Silencio” en sus laboratorios, amortiguando vibraciones, aislando estímulos, evitando que entraran olores y ruidos extraños.
Aunque al principio de la Revolución pasó de ser el mimado del Imperio ruso a estar al borde de la inanición, poco después el nuevo gobierno le adjudicó beneficios especiales que le permitieron mantener cualquier rastro del mundo exterior lejos de sus perros.
Trabajó con una inmensa precisión y enfocó su atención en los detalles más pequeños sobre la manera en la que los perros aprendían.
Por eso es tan extraordinario que terminara siendo asociado con los tipos más vulgares de conductismo -en los que la gente trata de entrenar a otros dándoles premios o castigos-, cuando toda su investigación mostró que el cerebro es mucho más sutil y complejo que eso.
¿Por qué entonces varios de nosotros tenemos esa respuesta pavloviana a la palabra “Pavlov”? ¿De dónde vienen las famosas campanas?
“Parece que Pavlov mencionó las campanas en una conferencia que dictó en el Hospital de Charing Cross en Londres en 1906, y esa imagen de un científico tocando una campana y perros salivando cautivó la imaginación de la prensa en esa época y fue reproducida en varias revistas médicas”, le dice a la BBC Victoria Donovan, historiadora cultural de la Rusia Soviética que se especializa en memoria histórica.
Y, ¿de dónde viene aquello del condicionamiento pavloviano?
“Eso se debe que tradujeron mal una palabra en ruso que significa condicional, como condicionado”, explica Donovan.
De manera que lo que Pavlov estaba diciendo era que la respuesta de los perros era condicional, es decir, dependía de lo que lo rodeaba, en vez de condicionado, como un reflejo.
“Exacto. Cuando investigué el tema me encontré con una película filmada en el laboratorio de Pavlov que mostraba los experimentos pero que aclaraba constantemente con letreros: 'esta respuesta es temporal, esta respuesta es condicional, no está programada'”.
“Además -agrega Donovan-, esa idea de algo condicionado compaginaba con lo que pensaban los críticos del sistema soviético por esa noción de que la URSS era totalitaria y que la gente que vivía ahí estaba condicionada a reaccionar de maneras muy específicas”, señala la historiadora cultural.
Así Pavlov terminó asociado con una idea Occidental del “control soviético” a pesar de que casi toda su vida fue muy crítico de los intentos del Estado bolchevique de coartar la libertad e individualidad humana.
En un discurso, por ejemplo, dijo:
A pesar de expresar lo que sentía en voz alta en una época en la que era peligroso hacerlo, no tuvo el desafortunado destino de otros como él, que terminaron en un gulag.
Una carta del político soviético Nikolái Ivánovich Bujarin a Valerian Kuibyshev, director de Gosplán, deja entrever la visión de al menos algunos de los poderosos.
En cualquier caso, Pavlov nunca quiso “condicionar” a nadie, no quería una “masa servil”, ni siquiera quería entrenar a sus perros: quería estudiar sus pensamientos.
Un siglo después de sus investigaciones, las técnicas para estudiar el cerebro son mucho más sofisticadas: tenemos escáneres, aprendimos a mapear algunas áreas del cerebro y entendemos qué hacen con todo eso, ¿sigue vigente algo del trabajo de Pavlov?
“No sé si en la fisiología pero en la psicología definitivamente sí”, dice la psicóloga clínica Linda Blair.
“Sus leyes de aprendizaje siguen usándose tanto para ayudar a estudiantes como pacientes”.
Sus leyes de aprendizaje eran “que puedes tomar una respuesta instintiva o natural a un estímulo y puedes introducir simultáneamente -o mejor, un poco antes- un estímulo distinto y crear una nueva asociación”.
“Los publicistas saben mucho de eso: introducen un hermoso paisaje de un bosque y luego aparece el auto que quieren vender. Sientes que te gusta pero porque lo asocias con la paz que te hizo sentir la imagen de ese bosque... astuto, insidioso, cínico”.
Y con pacientes, ¿cómo se usa?
“Deshacemos las asociaciones que inhiben nuestras vidas o, en algunos casos, destruyen nuestra habilidad de funcionar. Me refiero a fobias y adicciones”.
“Por ejemplo, las adicciones son algo que te hacen sentir bien cuando las tienes y mal cuando te faltan. Entonces hay que cambiar esa dinámica. A los alcohólicos, por ejemplo, se les ofrecen unas pastillas que hacen que cuando ingieren alcohol, se sientan muy mal, de manera que empiecen a asociar lo malo con lo que tienen que dejar”, explica la doctora.
“No obstante, en ese caso, hay un problema ético: ¿debe un médico hacer sentir al paciente mal para conseguir su fin? Por eso lo que muchos hacemos es enseñarles a que se imaginen algo horrible”, aclara.
¿Alguien recuerda “La naranja mecánica”? La pregunta que se hacía era: ¿puedes reprogramar la personalidad de alguien y si puedes, está bien hacerlo?
“Las leyes de Pavlov prueban que probablemente puedes. Aunque los humanos podemos introducir la capacidad de escoger: podemos rehusarnos a hacer la asociación que nos están imponiendo si no nos motiva el resultado”, concluye Blair.
Las investigaciones de Pavlov nunca se trataron de condicionar permanentemente el cerebro. Todo lo contrario. Sus perros podían aprender y desaprender las asociaciones. Y los humanos también podemos. 100 años más tarde seguimos descubriendo cuán adaptable es la mente a lo largo de la vida.
Cuando escuchas la palabra “Pavlov”, ¿en qué piensas?
Perros... por supuesto. Pero, ¿campanas?
Esperamos que no: los perros viejos sí pueden aprender nuevos trucos.