Rodolfo Carrión nació en Anta, Carhuaz, pero como vivió gran parte de su vida en Huaraz, cuando le preguntan de dónde es, siempre responde que es huaracino. En la calle muy pocas personas lo llaman por su nombre. La mayoría le dice ‘Felpudini’. Otros, ‘Robin’. Lo cierto es que el actor de 72 años no ha necesitado ser un superhéroe ni cubrirse con una capa para salvar vidas, como lo hizo durante el terremoto de Ancash de 1970. Tampoco ha necesitado tener superpoderes para apartar del hampa y las drogas a jóvenes chalacos, a quienes logró alejar de un camino pernicioso con talleres de teatro gratuitos, pero sobre todo con entrega, desprendimiento y mucho amor.
“Asistí a esos alumnos para encausarlos por el camino correcto, pues la gente que incide en el teatro puede aliviar problemas. Dicen que la vida es dificilísima porque el cerebro tiene que tomar decisiones cada segundo, y esas decisiones tienen que funcionar bien. En el teatro les entrenamos para que tomen las decisiones más correctas”, asegura el artista nacional.
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Rodolfo Carrión Velarde nos recibe en su casa, en San Miguel, donde vive con su hermana Gladys y su adorado perro Balto, para hablar de sus 46 años de trayectoria artística, de aquel día infausto en que la tierra tembló despiadadamente en Ancash, de su romance con la recordada actriz Analí Cabrera, del motivo de su separación, de por qué no tuvieron hijos, de su regreso a la docencia y de lo agradecido que está con la vida y el público.
CAMBIÓ EL RUMBO DE SU VIDA
Rodolfo Carrión tenía 19 años cuando emigró a la capital junto a su familia para empezar una nueva vida desde cero, pues su vivienda quedó en escombros a causa del devastador terremoto de Ancash, de 7.9 grados. “Llegamos a Lima con una mano adelante y otra atrás, sin ropa, sin siquiera una cuchara o un plato”, narra.
Aquel fue el sismo más destructor de la historia del Perú, no solo por la magnitud sino también por la cantidad de pérdidas humanas. Más de 73 mil personas perdieron la vida.
—¿Qué recuerda de ese fatídico día?
Eran como las tres de la tarde, estaba duchándome porque tenía un ensayo con mi grupo teatral de aficionados, Farol XX. Fue terrible porque de un momento a otro todo empezó a desmoronarse, las losetas se reventaron, entonces salí corriendo hacia un patio grande, había inmensidad de polvo. Estaba desnudo, no me había dado cuenta porque tenía tierra pegada en todo el cuerpo. Mi amigo Marco Rodríguez me alertó, me dio ropa para vestirme. Cuando empezamos a avanzar, escuchamos a personas enterradas pidiendo auxilio, escarbábamos para rescatarlas. Lamentablemente a mi enamorada no pude salvarla, tuve que llevarla en mi hombro hasta el cementerio. Fue una experiencia totalmente traumática.
—¿Cómo fue ese nuevo empezar en Lima con sus padres y sus seis hermanos?
Mi tía Domitila nos alojó en su casa por dos o tres años, luego mi papá se fue abriendo paso solo. Todos trabajamos. Yo trabajaba en el teatro Histrión como administrador y estudiaba en el Pedagógico desde las 7:00 a.m. hasta las 2 p.m.. Me acostaba a las 11.00 p.m.. A esa hora recién terminaba todas mis obligaciones. Puedes pensar que solo tengo recuerdos duros de esa etapa, pero no es así, porque me dio lecciones maravillosas: de pujanza y brillo, estaba en actividad todo el tiempo, estudiando, acopiando. Fue una etapa maravillosa, hermosa. No tengo dolor sobre ese tema.
—¿Cómo se inicia en la actuación?
Todavía era estudiante de actuación cuando me llamó el gran maestro Ernesto Ráez Mendiola, para integrar un grupo de teatro llamado Cívica, luego me llevó a Histrión. En 1972 estrenamos nuestra primera obra. Tenía 21 años. Hice teatro durante casi siete años. Luego hice varios amagos de entrar a la televisión, a un programa cómico que se llamaba La “Tuerca”. En 1979 ingresé a “Risas y salsa”, fui uno de los fundadores.
—“Risas y salsa”, uno de los programas cómicos más importantes de la televisión peruana. Hizo historia en el Perú.
Funcionó demasiado bien porque no éramos actores improvisados, la mayoría veníamos de Histrión, éramos actores cómicos, creábamos personajes, como Felpudini, El Jefecito, Chelita.... No era el sistema de ahora que es pura imitación.
—“El Jefecito” fue uno de los sketch que mayor aceptación tuvo y Felpudini, su personaje, uno de los más queridos. ¿Cómo lo recuerda?
Realmente haber creado a Felpudini ha sido lo más maravilloso, pero también la cárcel más grande. En los siguientes años si me llamaban para algo, era para hacer algo parecido a Felpudini. Él opacaba a todos mis personajes. Costó bastante trabajo lograr que la gente se olvide. Con Batman y Robin recién empezó una nueva etapa.
—¿En la calle le dicen Felpudini?
Así es, muy pocos me llaman por mi nombre.
EL AMOR DE SU VIDA
—¿En “Risas y salsa” surgió el romance con Analí Cabrera?
Fue antes, cuando estábamos en Histrión y trabajábamos juntos en el café teatro de Jonel Heredia. Entre conversación y conversación comenzó nuestra historia, fueron años muy bellos, una etapa muy bonita. No tienes idea de cómo la gente conectó con esa relación. El día que nos casamos se aglomeraron en los exteriores de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, se necesitó apoyo policial. Rompieron el carro de Jonel, nadie midió las consecuencias.
—¿Es verdad que Analí tomó la iniciativa, dio el primer paso?
No fue así, surgió de los dos. Recuerdo que me pedía consejos sobre actuación, conversábamos mucho, planeábamos cosas juntos. Todo eso reforzó la unión.
—¿Qué le atrajo de ella?
Su constancia, su fuerza, su energía, su físico. Tenía una capacidad de trabajo increíble, se levantaba muy temprano, ensayaba todos los días, durante cuatro o cinco horas. Era muy dedicada.
—¿Y qué le atrajo a Analí de usted?
A mí me dicen jurel porque no tengo nada de bonito. Es una broma, ja, ja, ja. Lo que te enamora de alguien no es el físico, son los planes que tiene. Yo no creo en la belleza o en la fealdad porque una mujer con un cuerpo de 90-60-90 puede ser la más fea del mundo si no tiene buenos sentimientos. Nuestro patrón de belleza está distorsionado completamente.
—¿Por qué después de siete años se divorciaron?
Circunstancias, tuvimos problemas por terceros.
—¿Hubo infidelidad?
Por mi parte no. El problema fue por una chica que quería estar conmigo, luego surgieron una serie de problemas que ya no pudimos superar. Nos dimos un tiempo, ella encontró algunas cosas y yo otras. Se acabó la confianza.
—¿Por qué no tuvieron hijos?
Lo habíamos planificado, pero llegó la separación y ya no se pudo dar.
—¿Después de Analí tuvo otras relaciones?
Sí, pero no como tema fundamental, como prioridad. He tenido parejas, hace 20 años quise volver a casarme, pero no se dio porque faltó una vibración especial. No valía la pena volverme a enamorar.
—¿Analí fue la mujer de su vida?
Así es.
—Antes de hacer humor en televisión, hizo teatro dramático. ¿Qué recuerda de esa etapa de su carrera?
Hice muchas obras, “Monserrat” de Manuel Robles, “Enrique IV” de Luigi Pirandello, Orquesta de Señoritas, “La Conexión”. Con esta última gané el premio a Mejor actor que otorgaba una conocida revista de la época. Interpretaba a un drogadicto, llamado Sam.
—¿Cómo se preparó para ese personaje?
El doctor Artidoro Cáceres, quien fue asesor del montaje nos llevó al Hospital Larco Herrera, allí nos dio clases de cómo funcionaba la heroína, como se inoculaba, nos conectó con un paciente a quien entrevistamos durante varias horas, teníamos que encontrar el personaje y lo conseguimos.
—¿A qué personaje le tiene mayor cariño?
No soy muy selectivo porque cada cosa tiene un eslabón diferente. He hecho infinidad de personajes, pero evidentemente por su peso y por la fama: Felpudini. También me ha dado grandes satisfacciones el personaje de Batman y Robin.
—¿Quién creó ese personaje?
Lo creó Jorge Benavides, pero evolucionó conmigo. Nace a raíz de la frase “No te lo puedo creer”.
—¿Cómo nace esa frase?
Estábamos en el teatro Ópera porque venían unas argentinas para presentar una obra junto a Adolfo Chuiman. Efraín Aguilar era el responsable de los libretos y se olvidó de escribir el mío. Me dijo que improvisara y como a mi personaje la gente que entraba y salía le contaba cosas. A mí solo me quedaba decir: “No te lo puedo creer”. Y cada vez exageraba más. Era lo único que decía en toda la obra, pero pegó tanto que quedó. Hasta las emisoras de radio la repetían.
—Lleva casi dos años alejado de la televisión. ¿La extraña?
La extraño demasiado, siempre estoy dispuesto a regresar, ya tengo mis dos vacunas contra el Covid-19 así que en cualquier momento espero volver. Lo más probable es que regrese de la mano de Efraín Aguilar ahora que está en América TV. Mientras tanto he retomado la docencia, estoy dictando talleres de teatro en el quinto piso del centro comercial Arenales, donde funcionaba el cine Jade.
—¿Alguna vez ha pensado en cómo le gustaría que sea su despedida de los escenarios?
No habrá despedida porque pienso morirme en un escenario. Seguiré hasta que me den las fuerzas. No sé si les pasa a todos los actores, pero cuando actúas ya no concibes la vida sin actuar. Yo no la concibo.
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