“Señor, ¿por qué sus héroes siempre terminan derrotando a los villanos con la última bala que les queda en el revólver?” El abogado y novelista levantó los ojos al escuchar la pregunta. Y ensayando el mismo rictus que imprimía a sus personajes, su mirada atravesó al periodista: “Mira” —le dijo—, “son tres centavos por palabra. Cada vez que escribo ‘bang’ en la historia gano tres centavos de dólar. Si tú crees que yo voy a terminar el tiroteo mientras mi héroe todavía tiene quince centavos de munición sin explotar en su arma, estás loco”. Y continuó tecleando con los dos dedos índices, esos que lo convirtieron en el autor norteamericano más vendedor del siglo XX, esos que terminaban sangrando al final de cada jornada.
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Porque lo que había empezado como un pasatiempo de abogado aficionado a teclear historias, en Erle Stanley Gardner (1889 – 1970) se hizo esclavitud. Escribía como un poseso: el día que murió, el New York Times calculó que había vendido 170 millones de ejemplares solo en ediciones norteamericanas. Que contando únicamente sus publicaciones de bolsillo, a mediados de los sesenta las librerías despachaban 2 mil libros suyos por hora, ocho horas al día y 365 días al año. Entonces ya había sido traducido a 30 idiomas y sus ventas en el exterior ascendían a 20 mil copias por día. Incluso a sus 80 años de edad producía cinco volúmenes al año con asombrosa regularidad. Y aun así persistía en declarar: “Yo no soy realmente un escritor, en absoluto”.
Garras de terciopelo
Más grueso que esmirriado. Alto. Extrovertido. Bromista. Y así como admitía ser un modesto mecanógrafo antes que escritor, tampoco se sentía integralmente un abogado. Le gustaban los litigios, era un perito en crear estrategias de defensa y ataque. Podía ser un consumado jurisconsulto y, al mismo tiempo, un leguleyo capaz de manipular la ley hasta minarla con artimañas. Podía ser juez y parte. Fiscal y malhechor. Podía hacer y deshacer la norma, pero era alérgico a las cortes de justicia. Todo lo cual fue fraguando en su máquina de escribir al monstruo prolífico e incontenible de narrar historias. Cosa que empezaría a fructificar con el advenimiento de las ‘dime novels’ y los ‘penny dreadfuls’, esos libritos de encuadernación rústica que contaban las hazañas de vaqueros, soldados y bandoleros y se vendían a 10 centavos (one dime) y a un centavo (penny), respectivamente.
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Así, en 1923 empezaría a publicar sus historias. Su primer personaje fue Lester Leith, ingenioso ladrón abiertamente tributario de Arthur J. Raffles, ese héroe de los bajos fondos delineado en el tintero del poeta y novelista inglés E.W. Hornung, quien a su vez sería influenciado por Sir Arthur Conan Doyle, su célebre cuñado y creador de Sherlock Holmes. Con las primeras regalías a causa de su divertimiento, Gardner recibiría también una poderosa inyección de creatividad. Entonces trazaría el perfil de Ken Corning, extraña mezcla de abogado penalista con detective especializado en desmontar las sórdidas monturas de la criminalidad organizada. He allí al arquetipo de su creación más exitosa: Perry Mason.
Así, desde “El caso de las garras de terciopelo” (1933), la primera de las más de ochenta novelas protagonizadas por el célebre letrado, la pluma de E.S. Gardner se despliega sobre un hombre de leyes no precisamente inmaculado. Que es, a su vez, un investigador privado de turbio pasado, más aficionado a la bebida y las mujeres que a obedecer los preceptos constitucionales. Bordando una trama rica en sangre e intriga, el escritor se autoimpuso desde el saque teclear un millón 200 mil palabras al año. Desde luego, ante semejante derrame de tinta nadie esperaba que sus historias terminen en el panteón de las gemas literarias. Bastaba con que fueran entretenidas, estén perfectamente tramadas y tengan un final feliz.
Nudos de infarto
Y así fue. Al cabo de 35 años de inmisericorde azote a su máquina de escribir, lo encontramos cómodamente instalado al frente de su imperio y más que feliz con sus dos apelativos: “la fábrica de ficción” y “el Henry Ford de los novelistas detectivescos”. Surtidor insomne de enrevesadas historias que habitualmente empiezan con una sentencia injusta y terminan con la liberación de los acusados —con un nudo de infarto: los contrainterrogatorios para demoler el embuste—, antes de alcanzar la celebridad literaria fue vendedor de neumáticos, boxeador clandestino y un célebre abogado defensor de desvalidos cuya generosidad fructificó al fundar ‘La corte del último recurso’, organización privada de ayuda a ciudadanos injustamente encarcelados, especialmente chinos y mexicanos.
El salto audiovisual de Perry Mason ocurre vía 271 episodios en blanco y negro y uno a color que la CBS emitió de 1957 a 1966. El último domingo HBO estrenó la nueva serie basada en el personaje con brutal acogida: 1,7 millones de espectadores, el debut más fuerte de la plataforma en dos años (protagoniza Matthew Rhys de “The Americans”). A la altura de ese monstruoso genio creador que fue Erle Stanley Gardner, que al momento de desplomarse definitivamente contra el teclado de su máquina tenía una ruma de 140 libros, 80 de los cuales eran cuentos de Perry Mason y el resto crónicas de viaje, historia occidental y ciencia forense. “Me encadené a mi fábrica de ficción porque mis historias nunca fueron suficientes para mis lectores, a ellos no les importaba cuán rápido las haya escrito”, solía decir. Y se seguía rompiendo furiosamente los dedos.
UN VELOZ REPASO AL POLICIAL PERUANO
Intentando imprimir el vértigo y velocidad del Gran Torino descapotable que conducían Starsky y Hutch, el mayor Edgar Gamboa (Eduardo Cesti) patrulló tanto nuestras calles en los años ochenta que su imagen se quedó impresa en el imaginario de esos años convulsos. Y entonces “Gamboa” (1983-1987) terminaría gravitando sobre todo lo que vino después: “Barragán” (1983), “Malahierba” (1986) y “Polvo para tiburones” (1997), las tres hermanadas por el narcotráfico y el soplonaje. Si “Detrás del crimen” (2005) pretendía una exhumación didáctica del delito, “Lobos de mar” (2006) y “La gran Sangre” (2006) encajaron muchísimo mejor debido a ese gracioso galimatías que es el habla barrial. Es de saludar, también, la aparición de producciones más recientes como “Calle en llamas” (2008), “Fuerza Fénix” (2008), “Tribulación” (2011) y “Broders” (2010), “Comando Alfa” (2014) y “Ramírez” (2015).
DATO
Puedes ver nuevos episodios de “Perry Mason” todos los domingos por HBO y la app HBO GO.
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