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Era domingo, aquel 29 de octubre de 1939, cuando el comandante Humberto Gal’Lino Domenack y el capitán Víctor Gal’Lino Domenack decidieron que pasarían a la historia de la aviación peruana. Ellos vieron en sus relojes la hora: era la 1 y 34 de la tarde, en el aeródromo de Floyd Bennet de Nueva York, y en ese instante su monoplano bimotor Barclay Grow, de 450 caballos de fuerza, que denominaron por sus creencias religiosas ‘Cruz de Chalpón’ (ellos eran de Motupe, Lambayeque), alzó vuelo con destino al aeropuerto de Limatambo, en Lima.
El bimotor, llegado de Detroit, Michigan, con un peso de 6.3 toneladas, había permanecido en dicho aeródromo desde el 17 de octubre, doce días antes, a la espera de un mejor momento meteorológico para levantar vuelo. La travesía aérea sería sin etapas, y se pretendía –si la gasolina les dejaba volar unas tres horas más– batir el record de larga distancia sin etapas para aviones de 500 a 1000 caballos de fuerza que, hasta ese momento, poseía la aviación italiana.
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Para lograr superar ese reto, los peruanos llevaron consigo “1,140 galones de gasolina y 40 galones de aceite”, y su objetivo era recorrer con ellos los “6.570 kilómetros de distancia” entre Nueva York y Lima. Todo ello debía hacerse solo en 26 horas. (EC, 30/10/1939).
La pista que le dieron en Floyd Bennet los llevaría directamente al mar. Las otras los hubiera conducido a sobrevolar a poca altura la zona Brooklyn, lo que era peligroso. Durante el vuelo, se planificó mantener “comunicación inalámbrica” con Cuba, Nicaragua, Panamá, Colombia, Ecuador y, finalmente, Perú.
Los planes de los hermanos Gal’Lino implican cruzar el sur estadounidense y el Caribe, hasta llegar a cielo panameño. Desde allí, la línea sería recta hacia Lima, como lo hacían los vuelos de pasajeros. El Comercio recogió los datos de los cables noticiosos (Associated Press), los cuales señalaban detalles de su alimentación en el largo y peligroso vuelo: solo llevarían “sándwiches, café y alimentos envasados”.
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El primero en subir al bimotor fue el comandante Humberto Gal’Lino, seguido de su hermano, el capitán Víctor Gal’Lino. A la 1 y 25 de la tarde ya estaban posicionados y listos para su travesía. Ocho minutos de calentamiento de los motores, y luego empezaron a recorrer la extensa pista hasta que decoló.
Pero, algo sucedió… A la altura de la mitad de la pista, el avión se desvió de esa vía a una más corta. Eso ocurrió por el peso que llevaban. No obstante, los Gal’Lino Domenack no se inmutaron, esas cosas pasaban y con pericia mantuvieron el control.
Siguieron solo por la pista corta, y no trataron de volver a la larga, porque eso podía haberles costado una volcadura fatal. Desde allí levantaron vuelo “a menos de cuatro metros de una valla que había al final de esa pista”. (EC, 30/10/1939).
Ya en el aire, se estabilizaron con tanto estilo y dominio técnico que causaron admiración entre los expertos aviadores de Floyd Bennet. Con el viento favorable (3 km/h.), y luego de 37 segundos, los peruanos lograron subir cada vez más, hasta perderse de vista.
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Lo que preocupaba del avión ‘Cruz de Chalpón’ era el peso del combustible que cargaban para su camino de Nueva York a Lima. No era poco combustible: unos 860 kilos de carga “sobre la cantidad que normalmente se considera segura para decolar”. (EC, 30/10/1939).
Si bien su despegue fue rápido, casi sin público (los funcionarios peruanos en NY fueron notificados por teléfono), la noticia de la partida en los Estados Unidos sí causó honda impresión y expectativas en la opinión pública peruana.
Según los planes de los Gal’Lino, volarían todo el día, y por la noche aprovecharía la Luna llena que se anunciaba; y, para el amanecer, debían sobrevolar el sur de Colombia. La mañana del 30 de octubre de 1939, la idea era estar Ecuador, la costa norte peruana y, finalmente, aterrizar en Lima, alrededor de las 4 de la tarde. No pintaba mal la cosa, pero el destino quiso que esos planes no concretaran.
Los cables daban las noticias del trayecto. A eso de las 10 y 33 de la noche, se informó que un avión muy probablemente de los hermanos peruanos sobrevoló West Palm Beach, en Florida, “con dirección al sur, aunque inclinándose un poco hacia el Oeste en su curso”.
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Minutos después, a las 10 y 58 de la noche, el avión pasó sobre Miami. Allí las autoridades aéreas dieron un dato clave: “A su juicio, la pesada carga de combustible que lleva el avión se traduce en una reducción de su velocidad”. (EC, 30/10/1939).
Y otro detalle técnico, que no se tenía claro en la tarde de ese día: “El monoplano bimotor llevaba un equipo para recibir informes radiotelefónicos sobre el estado del tiempo, pero no es capaz de trasmitir mensajes”. Ya solo ese dato auguraba momentos dramáticos por la falta de contacto directo con el avión.
Así se cerró el día de informaciones de ese domingo 29 de octubre de 1939. Para el lunes 30, las cosas se volvieron difíciles de sobrellevar para los amigos, parientes y autoridades peruanas que seguían el trayecto del avión. Toda esa jornada fue muy tensa, intranquila, ya que según los planes iniciales, en la tarde del 30 ya debían haber sido avistados en territorio peruano. Pero no fue así.
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Se sabía de antemano que, según consumieran el combustible, irían cada vez más ligeros. Cuando pasaron por Miami se calculaba que estaban volando a unos 256 Km/h. Esa mañana del 30 de octubre, desde Bogotá, Colombia, avisaron que no tenían ningún dato certero del avión peruano. Se empezaba a temer lo peor.
“La expectativa en esta capital y balnearios es intensa. Las llamadas telefónicas a esta imprenta son constantes. En dos ocasiones recibimos comunicaciones telefónicas en las que se anunciaba que el avión de los Gal’Lino había pasado por Talara y otra que había pasado por Supe. Desgraciadamente se confundió al bimotor con uno de los trimotores de la Panagra”, informó El Comercio, en su edición de la tarde, del 30/10/1939.
Los limeños habían concurrido desde la tarde de ese lunes 30 al aeropuerto de Limatambo, pues les dijeron que a esas horas serían avistados. Aún quedaba en el aire el dato errado de haber sido vistos en Supe, al norte de Lima. La carretera al terminal aéreo estaba repleto de personas de a pie y automovilistas.
Incluso, informaba El Comercio, el capitán Mario Saona, edecán entonces del presidente Óscar R. Benavides (Manuel Prado había sido electo una semana antes, y recién asumiría el cargo de Jefe de Estado en diciembre); hubo ningún avión para festejar con él. así como ministros, diplomáticos y agregados militares, habían acudido al aeropuerto en vano.
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Las versiones más negativas señalaban que el ‘Cruz de Chalpón’ debía haber aterrizado, a lo mucho entre las 6 y 30 y 7 de la noche. Había mucha expectativa, pero con el paso de las horas todo eso se convirtió en dudas. Un halo de esperanza surgió cuando, ya casi noche, el Jefe del aeropuerto Limatambo ordenó que se encendieran las luces de la pista, pero aquello se hizo por seguridad, no porque se avecinara el avión de los Gal’Lino.
Varios minutos después de las 7 de la noche, los aficionados y el público en general empezaron a retirarse, lentamente, con cierto pesimismo y un comprensible temor. Había gran preocupación. El Gobierno peruano pidió apoyo a su similar norteamericano, el cual respondió positivamente, ordenando al Cuerpo Aéreo Norteamericano de la zona del Canal de Panamá buscar al monoplano bimotor peruano.
Asimismo, dos aeroplanos de las patrullas navales norteamericanas salieron a inspeccionar toda la costa panameña y centro americana, en el Pacífico y el Atlántico, hasta Nicaragua en busca de los aviadores Gal’Lino.
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El martes 31 de octubre de 1939, Lima amaneció hecha un manojo de nervios. Demasiada incertidumbre se sentía en la capital peruana ante la falta de comunicación de los aviadores. A tal punto llegó la preocupación, que las autoridades de aviación “ordenaron que salieran tres escuadrillas de aviones de guerra en busca de los aviadores Gal’Lino”, decía El Comercio, edición de la mañana.
Los aviones de rescate estaban preparados para todo. Partieron al norte y llegaron hasta Huacho, Barranca… Pero con ningún resultado. La ansiedad de todos continuó. Le gente hacía cálculos con las horas de vuelo y se preguntaban si el combustible les alcanzaría o no. Nadie quería llegar a una segunda noche sin saber de ellos.
Hasta que, a las 3.30 de la tarde, de ese mismo 31 de octubre de 1939, llegó a El Comercio, a través de los cables noticiosos, la grata noticia de la ubicación del avión peruano. Los hermanos Gal’Lino estaban “en un punto remoto de la costa ecuatoriana”, indicaba El Comercio, edición de la tarde.
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Estaban a punto de culminar su proeza, con algunas dificultades de velocidad por el peso del combustible, cuando se dieron cuenta de que este se estaba agotando. Todo podía acabar mal. Por eso decidieron, con buen criterio, aterrizar en cualquier zona de Ecuador, para proveerse de combustible y darle un descanso y revisión a su máquina, que realmente lo necesitaba.
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La buena noticia fue confirmada por la estación de Guayaquil de la empresa aérea Panagra, y también por los telégrafos del Estado. El lugar exacto fue “Salinas de Punta Arenas, en la jurisdicción de la isla de Puná. El avión está intacto y los tripulantes ilesos”, decía la información. (EC, 31/10/1939).
El avión ‘Cruz de Chalpón’ había soportado el domingo 29, en su paso por el Caribe, fuertes vientos y lluvias tropicales; pero la capacidad de vuelo de los hermanos Gal’Lino hizo que el monoplano superara esas dificultades meteorológicas y saliera adelante.
Una vez descansados en Ecuador y con el avión bimotor en perfectas condiciones, Humberto y Víctor Gal’Lino emprendieron el regreso a casa, el 3 de noviembre de 1939. El avión dejó la isla Puná y avanzó brioso hasta cruzar la frontera. Decidieron aterrizar en Chiclayo, muy cerca de su tierra natal de Motupe, a modo de un primer agradecimiento al pueblo peruano por su apoyo moral.
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Un poco antes de la una de la tarde, el ‘Cruz de Chalpón’ alzó vuelo en tierras chiclayanas con rumbo a Lima. A partir de entonces, más gente aún se hizo presente dentro y, especialmente fuera del terminal aéreo de Corpac, que se había inaugurado en 1935, hacía solo 4 años.
El camino a Limatambo estuvo de nuevo repleto de público que avanzaba como podía para esperar por la tarde la llegada de los aviadores peruanos. Si bien es cierto estos no habían logrado el soñado “vuelo sin escalas”, el público peruano reconocía en los hermanos Gal’Lino a dos valientes del aire, dos aviadores precavidos y decididos para llevar adelante su objetivo. Eso valía un aplauso, y para eso fueron hasta ese histórico terminal aéreo.
La prensa peruana consideró los resultados del vuelo como un “triunfo técnico” (EC, 4/11/1939), debido a las dificultades que no estaban previstas y superaron. Incluso, los hermanos aviadores tuvieron que sobrellevar el pesimismo de sus propios colegas en Lima y en Nueva York, quienes les indicaban el alto grado de dificultad y peligro del trayecto. Sin embargo, ellos poseían un claro “espíritu conquistador” y estaban orgullosos del “valor de la intrepidez” de su proyecto. (EC, 4/11/1939).
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A las 2 y 30 de la tarde, de ese viernes 3 de noviembre de 1939, el aeropuerto era una fiesta popular. La gente había venido de toda Lima y alrededores, en autos, buses o tranvías o a pie incluso. Todo valía la pena por ver en vivo a sus “héroes del momento”. Fueron miles de personas reunidas esa tarde.
No estuvo en la ceremonia de recibimiento el casi saliente presidente Benavides (a un mes de dejar Palacio), pero sí su nuevo edecán, el comandante Néstor Gambetta. Otra vez, pero esta vez sí con final feliz, se hicieron presentes los miembros del Cuerpo Diplomático, de las Fuerzas Armadas peruanas y extranjeras, y en un espacio especial los aviadores jóvenes y veteranos que deseaban dar personalmente sus saludos y felicitaciones a los Gal’Lino.
La hora del reencuentro con los limeños ocurrió a las 3 y 28 de la tarde. Una escuadrilla de tres aviones había ido a dar el encuentro al poderoso avión ‘Cruz de Chalpón’. Por eso, a esa hora, por el lado norte de la pista, la gente vio aproximarse a cuatro aviones, y en el centro destacaba el vistoso monoplano bimotor del comandante Humberto Dal’Lino y el capitán Víctor Gal’Lino.
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El avión esperado avanzó hacia el sur y recibió el saludo limeño con pañuelos y sombreros en alto, y con vivas a la aviación peruana. El ‘Cruz de Chalpón’ dio una amplia vuelta sobre la pista y luego, con no poca elegancia y seguridad, realizó la maniobra de descenso. Fue un aterrizaje suave y vistoso. Avanzó un poco y buscó estar en frente de la estación central. Entonces, no hubo disposición ni orden que lo impidiera: la gente rebasó toda línea de restricción e invadió la propia pista de aterrizaje para estar lo más cerca posible de sus héroes. Ni siquiera estaba totalmente detenido el avión. Nada importó, solo estar cerca de ellos.
Segundos después, se abrió la compuerta de la parte superior del avión, y surgió primero la figura del comandante Humberto Gal’Lino Domenack, quien recibió una lluvia de aplausos y hurras. De inmediato, de la cabina surgió el rostro del capitán Víctor Gal’Lino Domenack, que también fue homenajeado. El comandante, antes de dejar su aparato, colocó una bandera peruana en una parte visible del ‘Cruz de Chalpón’, para alegría del público presente.
La gente rodeó a los pilotos peruanos, casi no los dejaban respirar, pero la masa se apartó respetuosamente cuando se acercaron a abrazarlos su madre y sus hermanas. Después los intrépidos aviadores fueron saludados por el edecán apenas por unos segundos, porque no pudieron evitar ser alzados en hombros: el comandante por la propia ciudadanía y el capitán por los cadetes de la Escuela Central ‘Jorge Chávez’, institución que él dirigía.
En medio del entusiasmo general, les hicieron subir a un auto que, en una vistosa caravana, los paseó por las principales avenidas de Lima, hasta llegar a la Plaza de Armas, a Palacio de Gobierno, donde los esperaba el presidente Benavides, quien contaba allí, detrás de las pesadas cortinas, sus últimos días como primer mandatario del país.
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