Esta es la decimocuarta Eliminatoria que le toca vivir a este cronista como hombre de fútbol. Dado que es cuatrienal, parece increíble tal número. Pero es... bellísima, ninguna competición la iguala en pasión, en interés. Y la primera no nos dejó un bonito recuerdo: Perú eliminó a Argentina del Mundial de México ’70. Se jugó en La Bombonera y empataron 2 a 2. Argentina necesitaba ganar, Perú tenía un equipazo. En la creciente pasión adolescente aquel empate-derrota fue una gran desilusión. Pero era otro mundo, otra vida, más calmo todo, las cosas se aceptaban con resignación. Si Argentina, Brasil o Colombia quedaran fuera actualmente de un Mundial sería poco menos que un terremoto, un escándalo nacional. Entonces se tomó con soda, hielo y limón.
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Ahora nos parece increíble la serenidad, el deportivismo, la naturalidad con que asumió el periodismo argentino aquella eliminación. Recordamos que en 1993, tras el célebre 5 a 0 de Colombia en campo de River, la revista El Gráfico apareció con una portada íntegramente negra y un título gigante de una sola palabra: “VERGÜENZA”. Fue una audacia. Es verdad que se trataba de la primera derrota albiceleste de la historia como local en un camino mundialista. Pero no estaba eliminada aún (de hecho, luego clasificó).
La agresividad iba en franco ascenso. La virulencia de la sociedad en esa ocasión, y de la prensa en especial, son recordables. José Sanfilippo, un fantástico goleador devenido en incendiario comentarista, en un programa de TV le dijo al arquero Goycochea (quien recibió el quinteto de Rincón, Asprilla y Valencia): “Fuiste un desastre, te comiste todos los amagues”. A quemarropa. Pareció desatarse un concurso nacional de crítica desaforada.
En cambio en aquel ya lejano 1969, El Gráfico puso en tapa una foto gigante de Alberto Rendo con una amplia sonrisa (insólito). Rendo fue el autor del gol del empate argentino, bellísimo gol que finalmente no sirvió. “Alberto Rendo: más allá de la derrota, una llama que no se extingue”, decía el pie de foto. Y arriba, entre otros dos títulos menores, un pequeño y escueto “El adiós a México”. Apenas once páginas dedicadas al partido y varias de ellas empleadas en elogiar el eficaz y elegante fútbol de los peruanos. El encabezado del comentario, firmado por el genial Osvaldo Ardizzone, rezaba “Perú escribió el epitafio”, y al lado “Concluyó la agonía”, porque Argentina ya había arrancado mal ese triangular eliminatorio que incluyó a Bolivia. Insólitamente, no aparece la tabla de posiciones, en la que la selección albiceleste ocupó el tercer lugar detrás de Perú y Bolivia.
No sólo eso, la cancha de Boca, rebalsada de gente, asistió impávida a la frustración y respetuosa ante el visitante. “El público y los jugadores se comportaron con corrección”, opinó el periodista peruano Luis Izusqui, enviado a La Bombonera por radio El Sol. Cachito Ramírez, el héroe peruano, autor de los dos goles incaicos, nos contó: “Pensamos que nos mataban, pero no, pasaron un par de minutos y luego empezaron a aplaudirnos”.
Nadie dramatizó ni pidió cabezas. En el editorial de la primera página de la revista, el director Carlos Fontanarrosa escribió: “No queremos buscar ni señalar culpables”. Una flema que hoy nos parece más que insólita, hasta curiosa. Y un reflejo de cómo ha cambiado el mundo en cinco décadas. No podemos imaginar si Argentina pierde el vuelo a Catar… A fin de ese año, como era tradición, El Gráfico hizo su fiesta anual premiando a los mejores de la temporada, y el invitado especial fue el caudillo peruano Héctor Chumpitaz, el Capitán de América. Su par Silvio Marzolini, capitán argentino, le entregó una distinción, acompañada de estas palabras: “Perder la clasificación ante Perú fue una amargura muy grande, pero me considero un buen perdedor y creo que Perú nos eliminó bien. Por eso, al entregarle este trofeo a Chumpitaz, le deseo al equipo peruano la mejor de las suertes en México”. Caballerosidad en su máxima expresión.
Cachito Ramírez era suplente, el patito feo de la selección, pero se lesionó el puntero izquierdo titular y le tocó afrontar la batalla con tal suerte que hizo los dos goles de la clasificación. Nos refiere el apoteósico retorno a Lima.
-Nos pusieron un carro descapotable a cada jugador, íbamos en caravana saludando y eran miles y miles a ambos lados de la calle, por la Avenida Faucett, la Avenida Colonial, la Plaza San Martín, el jirón de la Unión, hasta llegar a Palacio, todo lleno. Nunca visto, al menos en Perú. Con decirte que arribamos al aeropuerto a las nueve y cuarto de la noche y llegamos al palacio presidencial a la una y media de la mañana.
-Y tu eras el héroe, Cacho...
-Es difícil explicar eso, ese día, ese momento... Pienso que fui un predestinado. Mira, íbamos con traje y camisa blanca. Los puños de mi camisa llegaron negros, pero negros, ah… porque la gente me agarraba, me tironeaba... A las cuatro y media de la mañana nos entregaron los Laureles Deportivos frente a una multitud. La gente empezó a gritar: “A-sue-to... A-sue-to...” Querían seguir festejando al día siguiente. Entonces el general Juan Velasco Alvarado, el presidente, sonriendo les pregunta: “¿Quieren asueto...?” ¡Síííííííííííííííííííííííííííííí....! gritó la muchedumbre. Y les responde: “Bueno, tienen asueto el 8 de octubre” (risas). El 8 de octubre lo habían declarado feriado los militares porque ese día se firmó la nacionalización del petróleo. Fue interminable, llegué a mi casa a las 6 de la mañana”. El Gobierno militar impuso los Laureles Deportivos a todo el plantel de la hazaña, una suerte de condecoración que muy pocos lograron en el país de Vargas Llosa.
-De premio dos dieron 200 dólares a cada uno. No era nada, pero a ninguno le importó. Hoy les dan miles de dólares y no obtienen resultados. La plata es importante, pero no es todo en la vida. A la vuelta del Mundial, como habíamos tenido una gran actuación, los dirigentes nos ofrecieron un viaje de una semana en Cancún y luego dos días en Panamá. Pero habíamos estado tanto tiempo fuera que preferimos volver a casa rápido. Apenas tuvimos un día de descanso en Panamá.
Los diarios limeños del 3 de septiembre de 1969 hablan de 500.000 personas volcadas a las calles, cuando la ciudad virreinal no era la gran urbe actual. De la euforia nacional da cuenta Carlos Enciso, notable y veterano periodista radial y escrito:
-Yo trabajaba entonces en La Tercera de La Crónica con Pocho Rospigliosi. Simultáneamente estaba en Ovación radio con él, que trasmitió en exclusiva el partido. Todo fue histórico, sin precedentes. En ambos batimos récords de venta de diarios y de sintonía. Hubo una genialidad de Pocho, de las tantas que tenía, que volvía en el mismo vuelo de APSA (Aerolíneas Peruanas S. A.) que la delegación. Sorprendió a los pilotos, todos peruanos, solicitándoles una comunicación con la radio “para unas instrucciones”. Pero César Gavilano, operador de la radio, le entendió la clave y lo mandó al aire. Así Pocho empezó a llamar a los jugadores de a uno y en la radio salieron en directo todas las entrevistas que les iba haciendo. El país estaba “transistorizado” y se sabía entonces cuanto faltaba para que llegara el avión a Lima. Se repetía incesante el vals “Perú al Mundial”. Enciso fue durante años corresponsal de El Gráfico en Perú, lo que en buena medida lo califica como profesional.
-Yo estaba en el aeropuerto, superlleno de aficionados. Todo era una locura, un manicomio de felicidad. La gente rompió todos los controles y llegó a la pista, a la puerta del avión. Sacaron a Didí en hombros, al igual que a Cachito Ramírez y los principales jugadores. Los miles de hinchas que fueron al aeropuerto debieron retornar a pie a sus hogares pues se prohibió la circulación vehicular; llenaron las calles de las avenidas Fawcett, Argentina y Colonial. El auto nuestro, de La Tercera, debió soportar las consecuencias de tantísima gente. Miles de personas aguardaban en la Plaza de Armas. El Presidente, su familia y sus Ministros estaban en el Palacio de Gobierno.
El periodista asegura que nunca el Perú vivió una algarabía siquiera parecida a aquella que le regaló esa generación de talentos jamás repetidos como Teófilo Cubillas, Héctor Chumpitaz, Roberto Chale, Perico León, etcétera. La hazaña de La Bombonera es paradigma de hasta dónde el fútbol puede alegrar a un país. Finaliza Enciso:
-La semana final de ese mes de julio de 1969 fue inolvidable por la expectativa que había, dado que la gente confiaba en Didì y en esos jugadores. La Tercera de La Crónica logró récords de venta con tirajes increíbles para el Perú. La Tercera era un diario deportivo y lanzaba 100.000 ejemplares diarios, pero el 1º de septiembre se imprimieron 150.000. Y volaron…
Otro tiempo, otra vida.
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