Desapareció. Hace dos meses en el Black Ball Open de Egipto, uno de los torneos más importantes del circuito, Diego no participó. Los especialistas se preguntaban qué había sido de él. Ignoraban que, saturado de tanto squash, había decidido descansar para reagrupar fuerzas. Ya no era ni el primero ni el segundo del escalafón mundial. Ahora era el cuarto. Así que darse una tregua, y junto a su padre (El Tigre Elias) encontrar juntos los caminos para mejorar su juego era una estrategia inteligente. Diseñar una ruta ganadora implicaba detenerse. Y ese era el momento adecuado.
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