Pedro Ortiz Bisso

Mientras el país futbolero imagina a Oliver Sonne como Oliver Atom, Paolo Guerrero nos cierra la boca a quienes lo creíamos más cerca de la Kings League que de Norteamérica 2026. Su calidad sigue intacta, aunque la cadera ya no responda a la misma velocidad en el giro y sus reservas de energía se agoten rápidamente, como un Iphone 6 resucitado en Las Malvinas.

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Sus dos golazos en la semifinal de la Sudamericana lo han devuelto al primer plano internacional. No hay medio que no destaque la resurrección goleadora del delantero del LDU que en enero cumplirá 40 años. Nuestra fe, de paso, ha subido un par de gramos, luego del mazazo que significó saber que la recuperación de Gianluca Lapadula tiene para rato.

Entre tantas carencias, todo suma. Y mucho. Desde constatar cómo Concha se adueña de la mediacancha aliancista, D’Arrigo corre con el cuajo de un veterano en Melgar o disfrutar al Orejas Flores haciendo presión alta en Trujillo con Universitario.

La próxima fecha doble será más compleja que la primera. Si siempre ha sido difícil enfrentar a Chile de visita, lo será más en este contexto de incertidumbre y desesperado hambre de un triunfo. Ni qué decir del campeón Argentina, un equipazo por donde se le mire, a pesar de los agobios que afrontó ante Ecuador y las dudas sobre el estado de Messi.

MALDITO 12 DE OCTUBRE

Con los mapochinos nos enfrentaremos el 12 de octubre, fecha maldita para nuestro fútbol: Un 12 de octubre, pero de hace 26 años, la Roja nos sacaba de Francia 98 con una goleada que duele de solo recordarla. Me tocó estar ahí, como otros miles de peruanos, imaginando el partido brillante que nos devolvería a un Mundial tras la gesta de Montevideo del 81. El resultado fue catastrófico. A las 4 puñaladas que nos infligió la selección de Acosta se sumó la actitud hostil que encontró la blanquirroja desde que pisó el aeropuerto de Santiago. Los ataques y actos de provocación se multiplicaron. Aquella vez, a la salida del estadio, nuestros jugadores fueron golpeados por los carabineros. Recuerdo que me sentí tan asqueado que decidí no acompañar a unos colegas que se quedaron a hacer turismo. Al día siguiente estaba de regreso a Lima.

Hoy las circunstancias son distintas. Las eliminatorias recién arrancan, el presente de ambas selecciones difiere y el carnaval de bajezas parece desterrado. Algo, sin embargo, sobrevive: la sensación instalada en el ambiente de que podemos regresar a casa con los 3 puntos o al menos un empate.

¿Ganar? Mi pregunta es cómo. En primer lugar, la historia no ayuda: Perú nunca le ha ganado un partido oficial a Chile de visita. En eliminatorias apenas les hemos arrancado empates (1-1 en el 77 con gol de Muñante y el mismo resultado en el 2000 con golazo de Jayo). Hemos hecho buenos partidos, pero casi siempre nos han ganado. Y por varios goles de diferencia.

Chile lleva años dando tumbos. A su generación dorada la han exprimido hasta la sangre. Berizzo, su técnico, genera menos confianza que Alberto Kouri y la historia de su camioncito. Junto con Costas, es candidatazo para seguir el camino de los mellizos Barros Schelotto.

MIRADA LOCAL

A Perú le cae bien la incorporación de Sonne, un lateral con recorrido, que sabe asegurar su banda y es eficiente de cara al gol. Carece del sprint de Advíncula, pero suma más recursos técnicos que Corzo. Hace falta ver cómo se acomoda al grupo, al ambiente y al cuerpo técnico. Este necesario proceso de adaptación hace difícil pensar que Reynoso lo utilice en alguno de los dos partidos.

Si el parte médico es favorable deberían volver Reyna y, ojalá, Callens. Con Zambrano, Santamaría, Canchita Gonzales, Aquino y Concha tenemos más herramientas para asegurar nuestro arco y generar peligro. Depender en exclusiva de Paolo nos hace predecibles y acentúa nuestras limitaciones ofensivas. La baja de Carrillo duele porque no hay un jugador que se le parezca. Los bajos rendimientos de Cueva y Flores harán que predomine el juego directo, de mucha velocidad por las puntas. Reyna, Polo y Grimaldo adquirirán protagonismo, será crucial López y veremos de qué está hecho Quispe.

Pensar en un triunfo sobre Argentina es un acto de optimismo supremo. Por estos días, mis colegas empezarán a repetir las frasecitas de toda la vida (“siempre les hemos hecho buenos partidos”, “somos su sombra”, etc.). Ante esto, es obligatorio tener presente que el humo, en cualquiera de sus formas, es dañino para la salud. Y el buen juego. Aún sin Messi, el equipo de Scaloni luce como una fuerza arrolladora por su velocidad de vértigo y sus repentinos cambios de ritmo. Habrá que oponerles la disciplina militar mostrada ante Brasil y aguantar sin ponerse colorados. No es cobardía, sino pragmatismo puro. No queda otra.

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