“Si no inventas tu futuro, terminarás viviendo el futuro de alguien más”. La idea me sacudió la primera vez que la escuché. Si no visualizo mi futuro, mi vida, mi carrera; si no los sueño, pienso, diseño o anhelo con claridad, estaré como un bote a la deriva viviendo el sueño de alguien más, comprendí con inusitada lucidez. Y eso, definitivamente, no es lo que quiero para mí.
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Así empezó mi búsqueda por maneras efectivas de visualizar, es decir, de crear las imágenes y los escenarios futuros deseados, elaborarlos, escribirlos, darles mil vueltas hasta que casi, como una novela cuyos personajes van tomando vida propia en ese mundo creado por el autor, mi futuro toma forma y logro verlo con claridad. Visualizar no es fantasear, no es soñar despierto, es elaborar con seriedad el dónde voy, dónde quiero ir, cómo, con quién y, sobre todo, con un para qué claro. Y es trazar una visión que emociona, apasiona y me hace vibrar.
Visualizando ordenamos nuestro propósito, damos estructura a nuestras metas, les damos foco e intención. Esa visión de éxito, satisfacción, felicidad personal, familiar, profesional que creamos se vuelve nuestro norte, aquel que nos guía y define el rumbo de hacia adonde vamos. Empezar por imaginar el futuro y crearlo en nuestra mente, nos da muchas más posibilidades de “jalarlo” y conseguirlo como nos lo proponemos.
Visualizar nuestro futuro en un año, en cinco, diez, quince, veinte y treinta años no es una práctica fácil, pero sí muy estimulante. Abre espacios de infinitas posibilidades si nos atrevemos a encararlas y explorarlas con valentía y sin prejuicios. Nos permite llegar a crear destinos que quizá antes jamás nos hubiéramos animado a considerar. Visualizar es darnos permiso para soñar y atrevernos a tener éxito, tal cual lo definimos individualmente.
Visualizar inspira, moviliza, despierta la ambición sana de hacer más, saber más, dar más, lograr más, ser mejores y más satisfechos. De mi experiencia, volar más alto con nuestros sueños y aspiraciones nos hace definitivamente llegar más lejos que si tenemos sueños “aterrizados” o poco ambiciosos. Proponernos futuros retadores y ambiciosos con pasión nos inspira, energiza y fortalece. Le da a nuestro propósito personal una fe que mueve hasta montañas.
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Con tanta incertidumbre que vivimos es difícil pensar en visualizar escenarios futuros. Pero justamente no dejemos que la incertidumbre nos robe la posibilidad de crear nuestro futuro asertivamente y de hacerlo con ilusión, entusiasmo y fuerza. Visualizar es el mejor antídoto para la ansiedad que trae la incertidumbre. Y más aún si escribimos nuestras metas propositivamente y las revisamos con frecuencia con foco y disciplina, creamos el camino para manifestarlas.
Hay preguntas que les “dan patas” a nuestras visualizaciones y conviene hacérnoslas cada cierto tiempo: ¿Qué tengo que seguir haciendo para lograr este sueño? ¿Qué tengo que dejar de hacer? ¿Qué tengo que empezar a hacer? ¿Qué tengo que evitar? Para terminar: ya que cada uno decide qué soñar, soñemos en grande. Yo lo hago siempre, eso me motiva mucho. Y por favor, no olvidemos de incluir al Perú en nuestros sueños. Nuestro país necesita tanto de una visión de futuro común, esperanzadora e inspiradora.
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