Hace poco asistimos a la conferencia de CEO de APEC, en la que reforzamos lazos con empresas de otras economías del mundo con las que mantenemos relaciones de comercio, de inversión y de intercambio de tecnologías. De esos encuentros y los de los líderes de APEC surgen nuevas oportunidades para nuestro país: sentimos vientos soplando a favor.

Sin embargo, ello sucede en medio de un escenario interno de gran falta de capacidades en el Estado, uno de los temas centrales en la edición de CADE que está por comenzar.

Por varias décadas, el Perú destacó por sus bases macroeconómicas sólidas y su resiliencia. Sin embargo, venimos perdiendo capacidades en varios niveles del Estado, esenciales para el análisis y la toma de decisiones que viabilicen acciones a favor de todos los peruanos. Varias instancias del Gobierno no parecen escuchar a la población ni tomar medidas que generen estabilidad social y política y que fomenten inversiones. Por el contrario, hay un ambiente de creciente polarización y de búsqueda indebida del propio beneficio, mientras persisten carencias en ámbitos como salud, educación e infraestructura de transporte, y avanzan la delincuencia y corrupción.

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Las consecuencias son tangibles. Por ejemplo, el Perú está reduciendo su atractivo en la captación de inversiones; descendió ocho posiciones en el Ranking de Competitividad Mundial IMD/Centrum y 25 en el ranking minero del Instituto Fraser. Y, según el último informe de la CEPAL, la inversión extranjera directa cayó 65% en 2023.

Pese a ello, se mantiene la fortaleza de nuestra economía, incluso con un tímido crecimiento este año, gracias a medidas y acciones tomadas en décadas pasadas, que permitieron inversiones en minería, agricultura, concesiones de infraestructura, entre otros. Somos una potencia mundial en la producción de minerales clave para la transición energética, con empresas mineras de primer nivel. Nuestros cultivos de exportación son apreciados en todo el mundo. Asimismo, tenemos una de las monedas más fuertes de la región por la gestión del BCR.

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En los últimos años, lejos de tomarse medidas que impulsen el crecimiento, se han dado decretos que lo ahuyentan. El impulso de la generación anterior de medidas se está agotando. Urge que la agenda nacional aborde el debilitamiento institucional, el estancamiento económico y la crisis de inseguridad, que vienen agudizándose en los últimos años.

El sector privado tiene un rol clave que no se limita a la generación de empleo digno y de inversiones, elevando la calidad de vida de millones de peruanos. También asume un rol propositivo al plantear iniciativas para políticas públicas, aportando capacidades desde asociaciones y ‘think tanks’ como el Instituto Peruano de Economía y el Centro Privado de Competitividad, y desde los gremios, que señalan reglas de juego que pueden impulsar el crecimiento y desarrollo. La próxima edición de CADE será también un espacio valioso en la misma dirección. Necesitamos un Estado más eficiente, que escuche estas recomendaciones. Los peruanos y peruanas no tenemos que ver cómo los vientos a favor chocan contra las barreras de incapacidad e inacción.

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