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“El bien tiene mala prensa en la literatura”
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Erige un pueblo imaginario. Luego inventa una familia, los Esterházy, de noble alcurnia húngara, y que viven en un hotel para turistas. Bajo su influencia, empiezan a salir a la luz las peores bajezas: relaciones marcadas por el adulterio, el dinero, los intereses, la corrupción del poder que abarca a toda la sociedad de la villa. “Arderá el viento”, es la novela que trae al Perú, por primera vez, a un fundamental escritor argentino, pero cuyos libros han llegado tarde y escasamente a nuestras costas. En nuestro medio, ha sido leído mejor leído como guionista de historietas, aquellas publicadas en la fundamental revista Fierro. De hecho, ese fue su primer oficio, y fue en las oficinas de la histórica editorial Frontera donde conoció a Héctor Germán Oesterheld, el mítico creador de El Eternauta.
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Le preguntamos por la huella que dejó en él “el viejo”, como le decían. Saccomanno recuerda el reportaje que, junto con el dibujante Carlos Trillo, le hicieron a Oesterheld. Una entrevista muy larga, que sería la última que ofreció antes de su desaparición tras el golpe militar. Saccomanno lo leía desde pequeño, y su primera influencia, para él, radicó en la importancia del suspenso. “Aquello que te mantenía en vilo de leerlo de un martes al otro, esperando ansioso la salida de un nuevo número de la revista. Lo que lograba Oesterheld con sus historias era una proyección del lector en la aventura. Sus héroes podían perder, podían quebrarse. Funcionaban en grupo, en equipo. Eran héroes colectivos. Con Oesterheld podías hablar de Joseph Conrad, de Stevenson, de Borges, de Cortázar, de Rodolfo Walsh. Recuerdo que comenzamos a grabar la entrevista con él desde el mediodía, y en la noche ya se nos habían acabado los casetes. Pedimos una pizza y seguimos charlando. Fue una conversación inolvidable”, señala.

Tú trabajaste muy joven con él en la editorial Frontera ¿Cómo sentiste el vacío tras su desaparición?
¿Cómo se siente un vacío? Creo que no éramos muy conscientes en ese momento de lo que significaba el terror. Hubo una naturalización del miedo que te llevaba a detectar rápidamente quién podía mandarte preso, quien podía desaparecerte. El terror estaba en todos lados. Ocurrido el golpe, con Trillo publicábamos historias que pasaban inadvertidas, aunque en algunas revistas de derecha nos llamaban “montoneros con máquina de escribir”. Yo nunca fui montonero, tenía disidencias muy fuertes con los grupos de la lucha armada. Nosotros escribíamos historietas y teníamos una sección de crítica y de periodismo sobre cómic, donde hablábamos todo el tiempo de Oesterheld. Era una manera de tenerlo presente. De averiguar dónde estaba.
En el prólogo de la más reciente edición de “El Eternauta”, comparas la importancia de “El eternauta” con el Martín Fierro para la Argentina...
Hay algo de novela fundante, ciertamente. No obstante, mis obras favoritas suyas son “El sargento Kirk” y “Mort Cinder”. Oesterheld sitúa la aventura a la vuelta de la esquina. El Eternauta podría suceder al lado de tu casa.
Todo el mundo te ha preguntado tu opinión sobre la versión para Netflix y no has querido compartirla. ¿Por qué?
Y no voy a responder. No voy a entrar en el chovinismo. Sucede con ella el “efecto Maradona”. Los argentinos siempre se sienten que la tienen más larga. ¿Conocés el chiste de cómo se suicida un argentino?
Se sube sobre su ego y salta…
Así es.
Hablemos entonces de “Arderá el viento”. La novela nos presenta un microcosmos basado en la sospecha, donde todo está roto y la maldad está normalizada. ¿Un libro como este tiene que ver con aquellas experiencias tempranas bajo la dictadura?
Tzvetan Todorov sostenía que un país que ha tenido campos de concentración tiene el corazón comido por los gusanos. Yo creo que Argentina padeció una gran complicidad civil. Es una tradición local respaldar gobiernos autoritarios. La complicidad civil ha llevado a una clase media infatuada, cada vez más en decadencia. Tengo 77 años y me crié bajo gobiernos militares. Salí a trabajar a los 16 años, que empecé de mandadero en Walter Thompson, una empresa de publicidad, Era el año 66. Y el primer día de trabajo, bajé del colectivo en la Plaza de Mayo y vi estacionados los tanques. Parecía una historieta de Oesterheld. Me formé en ese ambiente, y acá estoy. Soy un sobreviviente, de milagro. No nací en un mundo feliz.

Una de las cosas que define el premio Alfaguara es su capacidad de leer el momento. “Arderá el viento” es una metáfora de la coyuntura actual, de maldad rampante.
Yo estoy escribiendo y a veces no sé cómo voy a seguir. Digo: ¿cuántas veces hemos leído sobre un chico que entra a un colegio y dispara contra sus compañeros? Eso pasa en Estados Unidos y ha pasado en mi país también. La corrupción de los funcionarios, pasa también, lo mismo que avanzar sobre la naturaleza en función de los negocios inmobiliarios. Yo no inventé nada, simplemente tenía todo ese material ahí. Y todo cabía en un pequeño pueblo marino, que opera como metáfora del momento histórico del país.
Pocos peruanos conocen Villa Gessel, el territorio de tu ficción…
¡No es Villa Gessel! Es una representación. Ya me han puteado bastante por una novela anterior, titulada Cámara Gessel, donde el pueblo tampoco estaba nombrado. Es otra cosa...
Pero lo que sí está claro es su intención clásica de construir un microcosmos, tu propio Macondo. Y al centro de la Villa, un ruinoso hotel de gran protagonismo literario. Inmediatamente pensé en el hotel de El resplandor de Stephen King.
O en Psicosis, o en Twin Peaks. Es la decadencia y la miseria de la ostentación. Los hoteles siempre son inspiradores, como los aeropuertos, donde aparecen personajes que vienen de lejos, donde ves pasar hombres con túnicas al lado de rubias nórdicas muy esbeltas y negros de Nairobi. En una habitación de hotel escuchás a los de al lado y no sabes si están cogiendo o se están matando. Las familias se gritan, los padres pegan a sus hijos. Y, de pronto, cuando se acaba la temporada, queda todo desierto. ¿Queda el eco de esas almas? Son como telarañas de una neurosis colectiva.
En este pueblo hay una sospechosa migración de nazis que llegaron a la Argentina a esconderse. Es un secreto a voces.
El peronismo, que tuvo componentes fascistas, acogió una cantidad de científicos de nazis. Nadie te lo quiere reconocer. Tengo simpatías por el pueblo peronista, pues una cosa me parece el pueblo peronista y otra cosa Perón. Tratemos de discernir si se puede. Yo no sé si de ahí viene el autoritarismo. El peronismo es como el fenómeno maldito de la Argentina. Tenés el sector revolucionario y el sector de ultra derecha. Uno elige con qué quedarse.
Y se convierte en una metáfora de nuestro tiempo, hoy que el fascismo parece asomar por todas partes.
Sí, pero son distintas las situaciones del populismo norteamericano de lo que fue el populismo latinoamericano, que apuntaba a un estado benefactor. Y hoy se apunta a destruir el Estado, qué es lo que está pasando en mi país, con la educación, la salud, la vivienda, herramientas esenciales para que una sociedad sea más o menos confortable.
He leído entrevistas previas en las que usted prefiere no hablar del presidente Milei porque ensucia una conversación literaria…
¡Ensucia toda conversación! Prefiero no hablar porque todo lo que iría a decir es previsible.
En el mundo de personajes sospechosos que pueblan la novela está el periodista, el responsable del pasquín del pueblo ¿Cómo ves hoy día los medios de prensa?
Un desastre. Si lo pensás en términos del periodismo argentino, cada vez las noticias están peor redactadas. Con un vocabulario limitado, sin ninguna gala narrativa. Si nuestro país está arrasado, ¿por qué los nuevos periodistas van a escribir bien? ¿Por qué les vas a pedir que sean periodistas del New York Times?
¿Tú crees que es una batalla perdida eso?
Yo crecí entre las oportunidades perdidas.
Si uno eh pensara en la ideología de Guillermo Sacomano, esa sería la ley de Morphy, la certeza de que si algo puede salir mal, saldrá mal. ¿Eso funciona también como arte poética?
No lo sé. Pero siempre son más atractivos los perdedores que los ganadores. El bien tiene mala prensa en la literatura.
Ultima pregunta: ¿Cómo se siente ganar el premio Alfaguara?
El premio, primero, es desconcertante. Después incómodo. De golpe, salís de tu pequeño lugar en el mundo y luego te encontrás hablando de vos como si fueras un viajante de comercio. Y por otro lado, te preguntás cuándo vas a volver a escribir. Yo ando con cuadernos todo el día y escribo todo el tiempo. Escribo en los aviones, en los colectivos, en cualquier parte. Extraño mi lugar de escritura.











