El humor y el arte son dos fuentes de constante reinvención. Pero cuando la economía golpea y el público está ausente, el asunto se pone serio. Los meses de julio de cada año, Belén Rodríguez tiene mucho trabajo porque es la temporada alta del circo; con lo que gana, compra artículos para el hogar que comparte con su hija. Pero este julio ha sido distinto. A través de la asociación Circomas, ella dictaba talleres a niños y adolescentes de Comas, pero por la pandemia quedaron suspendidos. Intentó hacerlo vía Internet, pero no funcionó. Ahora tiene que vender pizzas y, cuando no alcanza, busca un semáforo. Allí realiza contorsiones y piruetas a cambio de alguna propina.
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Tampoco la pasan bien Vaichy (Vaidy Jaramillo), Ginger (Nelly Burgos) y Brillitos (Bridgith Aldea), conocidas como Las Trikiyasas. Eso sí, como buenas payasas, saben disimularlo: cuando acabó la cuarentena, empezaron a aparecer en barrios distintos, de sorpresa y con mucho ánimo. “Desde el primer momento, cuando sonó nuestro pequeño parlante a pilas con música infantil, los niños de inmediato se asomaron a sus ventanas. Vimos cómo sus rostros se llenaron de alegría, bailaban, cantaban… Desde una ventana nos cayó nuestra primera monedita de un sol, y desde ahí no hemos parado”, cuenta Vaichy.
“Los niños se asomaron a sus ventanas. Vimos cómo sus rostros se llenaron de alegría”. Payasita ‘Vaichy’
Terry Obiaga López, el payaso Casinito, pensó que todo pasaría rápido. Para subsistir, empezó a vender frutas, aunque el trabajo es duro. “Me levanto a las 2 de la mañana para ir al Mercado Mayorista, allí encuentro plátanos, paltas, naranjas, fresas. Luego los vendo”, cuenta. A veces, cuando se trata de clientes conocidos, va con el traje de payaso puesto. El arte se lleva encima en las buenas y en las malas.
Jesús Roque, uno de los integrantes del circo Safari de los Hermanos Roque, lo resume en pocas palabras: “Este es el peor golpe de nuestras vidas”. Él y su familia han vivido de todo. Les han robado, han perdido carpas por los huaicos, han tenido que huir de zonas donde campeaba el terrorismo, o pagar ‘cupos’ en carreteras para ponerse a salvo. “Esto es como si hubiésemos desaparecido”, se lamenta. Este clan circense espera que todo vuelva a la normalidad, para hacer lo que durante tres generaciones han hecho: vivir del arte.