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Ambulancias en Lima tardan 4 veces más por choferes que no ceden el paso: crónica de una odisea
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Ambulancias en Lima tardan 4 veces más por choferes que no ceden el paso: crónica de una odisea

Ambulancias en Lima tardan 4 veces más por choferes que no ceden el paso: crónica de una odisea

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A las cinco de la tarde, cuando empieza la hora punta, Lima se enciende de rojo: no por el atardecer, sino por las luces de freno de miles de vehículos que bloquean sus avenidas. En cualquier esquina, en cualquier avenida, hay autos que no avanzan ni retroceden. La séptima ciudad más congestionada del mundo, según TomTom en el 2024. La peor de América Latina para manejar, según Waze. Ese es el campo de cuando alguien, en algún punto de la ciudad, está entre la vida y la muerte.

Ese jueves 28 de agosto no había un herido real. Era un ejercicio, una simulación transmitida en vivo por El Comercio en el primer capítulo de #PasaEnLaCalle, un experimento de periodismo en formato ‘in real life’ (IRL, por sus siglas en inglés) multicámara, el primero en el país. El concepto era simple: sin filtros, sin guiones, mostrando la calle tal como es. Pero lo que se vivió dentro de la ambulancia fue cualquier cosa menos simple. La adrenalina de ir a 80 km/h por una avenida despejada y, a los segundos, quedarse atrapado en un nudo inmóvil de vehículos es algo que solo se entiende cuando lo vives en carne propia. Catorce años como periodista de calle no te preparan lo suficiente para ese sube y baja de emociones.

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Carlos Salas Abusada

El plan de la simulación consistía en tres casos de “código rojo”. Reportes que llegaban al celular del chofer como si fueran emergencias reales: un herido grave que debía ser recogido y trasladado al centro de salud más cercano. La norma internacional es clara: ocho minutos máximo para llegar al paciente y otros ocho como límite para llevarlo al hospital. Dieciséis minutos en total. Ese es el estándar que puede salvar una vida. En Lima, lo que ocurrió fue otra historia.

“Puedes tener la mejor ambulancia, pero si esta no llega de forma oportuna no se podrá hacer nada por la víctima”

Fabricio del Solar , gerente de Emerlife

Fabricio del Solar

Primer caso: Manco Cápac con Iquitos

El celular del chofer sonó. Marcos Tello, con 13 años de experiencia al volante, encendió la sirena y apretó el acelerador. Detrás, Ángel Valdez, egresado en Medicina Humana, revisaba protocolos. A su lado, la licenciada Xiomara Landeo aseguraba que todo estuviera listo para recibir al paciente. Y a pocos metros, detrás, la moto de la UPI conducida por Harold Boluarte, abría camino como podía.

“Tenemos un protocolo de conducción rápida y preventiva. No solo se trata de tener una moto, sino de saber usarla bien en emergencias”.

David Chong , 4D Servicios Logísticos

David Chong

“El que no ha estado en una ambulancia con su familiar en el tráfico, no tiene idea de lo que realmente se sufre”.

Eduardo Morón , presidente de APESEG

Eduardo Morón

El herido estaba en el cruce de Manco Cápac con Iquitos. La ruta hasta allí debería haber tomado ocho minutos. Fueron doce. Y no por falta de pericia: los autos simplemente no se movían. Algunos conductores ni siquiera bajaron el volumen de su radio. Ni una mirada al espejo retrovisor. Ni un centímetro de cortesía. La sirena sonaba, el megáfono suplicaba: “¡Ambulancia en emergencia, por favor despejen el carril!”. Nada.

En esos doce minutos, el doctor Ángel recordaba lo que esa demora significaría para un paciente real: pérdida de oxígeno, daño cerebral irreversible, una ventana de oportunidad que se cerraba segundo a segundo. Y aún faltaba el traslado. Otros catorce minutos para llegar al centro de salud de Garcilaso de la Vega. En total, veintiséis minutos para un trayecto que debería ser de solo 16. Una vida pendiente de cada semáforo eterno.

Ocho minutos es el tiempo máximo que, por norma internacional, deben llegar las ambulancias a recoger al herido. En Lima, este tiempo casi se cuadruplica (Foto: Fernando Sangama / @photo.gec)
Ocho minutos es el tiempo máximo que, por norma internacional, deben llegar las ambulancias a recoger al herido. En Lima, este tiempo casi se cuadruplica (Foto: Fernando Sangama / @photo.gec)
/ Fernando Sangama

Segundo caso: Arriola con Canadá

El segundo reporte llegó casi al instante. El supuesto herido estaba en Arriola con Canadá y debía ser llevado al centro de salud de la avenida Guardia Civil. Hora punta en San Borja. Las avenidas colapsadas.

El reloj marcó 19 minutos hasta recogerlo. Dieciséis que pudieron ser letales. Y otros 11 más para el traslado. Treinta minutos en total. Casi el doble del tiempo máximo recomendado.

Pero lo peor no fueron los semáforos ni la densidad vehicular. Fue la indiferencia. En pleno camino, un pasajero detuvo un taxi colectivo frente a la ambulancia, bloqueando por completo el carril. Mientras Tello golpeaba la bocina y el megáfono pedía paso, el pasajero discutía la tarifa como si nada pasara detrás. Escenas así explican por qué Lima es un terreno hostil para los vehículos de emergencia. En dos horas de recorrido, apenas cuatro conductores tuvieron la iniciativa de subirse a la berma o abrir un espacio. Los demás, miles, se comportaron como si nada importara.

El médico, Ángel Valdez, con el ceño fruncido, lo dijo claro: “Si el paciente tuviera un trauma severo, este retraso dejaría secuelas irreversibles de movilidad y de cognición”. El comentario cayó pesado dentro de la cabina. Era una simulación, pero la mente no podía evitar ponerle rostro al herido imaginario.

Tercer caso: Angamos con Paseo de la República

El tercer reporte fue el más brutal. El supuesto herido estaba en el cruce de Angamos con Paseo de la República y debía ser trasladado a un centro de salud en República de Panamá. Treinta y dos minutos tardó la ambulancia en llegar. Cuatro veces más de lo que dictan los protocolos.

La ruta estuvo plagada de obstáculos. Un policía detuvo a un camión por una infracción justo en el carril por donde avanzaba la ambulancia. No hubo prioridad, no hubo coordinación. El oficial ni se inmutó ante la sirena. Lo que debía ser autoridad se convirtió en un nuevo tapón.

Cuando por fin se recogió al supuesto herido, la tensión era insoportable. El traslado duró apenas ocho minutos. Una autopista libre demostró lo que es posible cuando el tráfico no estorba. Pero ya era tarde: treinta y dos minutos de espera habrían sido mortales.

El laboratorio del caos

La simulación fue diseñada para ser lo más realista posible. La ambulancia era la única disponible, bajo el mismo criterio que se sigue en emergencias reales. Los puntos de recogida fueron elegidos en zonas críticas de tráfico. Y la hora punta, entre las cinco y siete de la tarde, mostró sin piedad lo que significa estar enfermo o herido en Lima.

Desde la cabina se percibía una mezcla de adrenalina y frustración. La aguja del velocímetro llegaba a 80 km/h en los tramos despejados y luego se desplomaba a cero en segundos. La respiración se aceleraba, las manos se tensaban, y aún así la impotencia era absoluta. No había policía que ayudara, no había conductor que cediera.

El señor Marcos Tello, el chofer, lo resumió con crudeza: “Esto pasa todos los días. Y a veces el paciente no lo cuenta”. La licenciada Xiomara, en la cabina posterior, fue quien más lo enfatizó: “La gente cree que una sirena es solo ruido. No entienden que es un grito de auxilio”.

El espejo de una ciudad

El ejercicio fue posible gracias a la coordinación de Emerlife, 4D Logistics y la Asociación Peruana de Empresas de Seguros (Apeseg). Pero más allá de la logística, lo que quedó fue la certeza de que el tráfico limeño no solo irrita: mata. En dos horas de simulación, el veredicto fue claro: Lima no respeta a las ambulancias. La indiferencia, el egoísmo y la falta de educación vial son la norma. Apenas cuatro conductores colaboraron en todo el recorrido. El resto fueron obstáculos pasivos o activos.

Este ejercicio periodístico fue posible gracias a la coordinación de Emerlife, 4D Logistics y la Asociación Peruana de Empresas de Seguros (Apeseg). Pero más allá de la logística, lo que quedó fue la certeza de que el tráfico limeño no solo irrita: mata.

Una transmisión inédita

La experiencia fue transmitida en vivo por You Tube y TikTok. Cámaras en la cabina, una en el pecho del reportero, otra desde la moto de la UPI, otra más en la parte trasera de la ambulancia. Todo bajo el sello de #PasaEnLaCalle, un programa semanal que buscará cada jueves, a las cinco de la tarde, mostrar la ciudad en su estado más puro: sin maquillaje. El IRL periodístico, una apuesta inédita en el país, dejó su primera huella con esta odisea en ambulancia. La calle se mostró como es: impredecible, caótica, indiferente. Y también cruel.

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