El hombre de 45 años llegó como pudo hasta la puerta del antiguo hospital de Ate Vitarte y todavía alcanzó a hacer algunas señales de socorro. Había caminado exhausto el corto tramo que separa a este local del nuevo hospital implementado en el distrito para recibir pacientes con infección grave de coronavirus. Pese a los síntomas y su gravedad evidente, no había sido atendido allí. Apenas consiguió decirles esto a los enfermeros del viejo hospital que habían corrido a auxiliarlo, el hombre falleció.
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En el mortuorio del hospital antiguo de Ate hay solo dos cámaras frigoríficas, es decir, tiene espacio para dos cadáveres. Pero esa tarde del pasado 14 de abril, el cuerpo del hombre de 45 años fue el sexto en ser ingresado. La saturación de camillas generada por la pandemia en el hospital obligó a que los enfermeros trasladen el cadáver en una frazada y cubierto por retazos de bolsas.
Para ese momento, la capacidad de las áreas de Medicina Interna, Emergencia y Pediatría había colapsado con el internamiento de once pacientes de COVID-19. En el letal curso de la pandemia, estas zonas fueron improvisadas para atención exclusiva de portadores de COVID-19, aun cuando la condición de este hospital es de baja complejidad.
Lo más preocupante para médicos y trabajadores del lugar, entonces, era que el mortuorio empezaba a desbordarse. Menos de dos metros separan a este ambiente del servicio de Obstetricia, una sección que actualmente está colmada de gestantes y mujeres que han dado a luz y alimentan a sus bebés.
Casi dos horas después de la muerte del hombre de 45 años, un joven llegó al hospital con su madre, a quien traía cubierta con una manta larga. La mujer, de 80 años, fue llevada en una camilla hasta los consultorios de triaje. Ahí, al retirarle la manta, los médicos a cargo constataron que ya había fallecido. Esa misma tarde, uno de los pacientes internados por COVID-19 en el antiguo hospital también murió. Ocho cadáveres fueron apilados en el mortuorio.
El llanto de impotencia de una pediatra que había intentado atender a la anciana alertó a la doctora Rudy Huertas, presidenta del cuerpo médico del hospital. “Mira lo que está pasando, me dijo, y temblaba”, recuerda Huertas. El impacto de aquellas horas para los médicos y enfermeras fue descomunal y decisivo. Al día siguiente, parte del personal realizó un plantón frente al hospital para exigir su traslado al local nuevo. En casi todas las pancartas que alzaban los médicos durante la protesta, una frase sintetizaba su terror: “No tenemos mortuorio”.
“Hasta ahora la sensación que experimenté no se me quita. Sabía que en Ecuador pasaba y me preparé, pero nunca pensé que iba a ver una situación tan horrible”, dice Rudy Huertas a El Comercio.
Ella sostiene que cada día en el hospital antiguo de Ate los trabajadores libran una lucha por sobrevivir mientras cumplen con su labor sin reparos. Los médicos y enfermeras no cuentan con la indumentaria de protección para atender los casos graves de COVID-19 y deben reutilizarla cuando esta ya tiene que ser desechada. Incluso, conseguir lo único con que pueden protegerse del virus es una penuria. Cada mañana forman colas interminables a lo largo de todo el hospital, a la espera de que el personal de farmacia reparta los pocos equipos que hay. Los estrechos ambientes y la cantidad de trabajadores no permiten que haya una distancia prudente entre ellos durante este proceso.
Este viejo sanatorio es chico y nunca fue implementado para enfrentar desde aquí a la pandemia. Las únicas cuatro camas de Medicina Interna fueron adaptadas para casos de COVID-19. Desde los primeros días de los contagios en Perú han estado llenas. En Pediatría, por ejemplo, adultos infectados con dificultades respiratorias han copado hasta las camas más pequeñas, donde pasan el día encogidos. El área ha sido provista de camillas debido a la demanda de pacientes con la enfermedad. En el hospital antiguo de Ate no hay una Unidad de Cuidados Intensivos.
La doctora Huertas dice que por más que se ha intentado aislar a los casos de COVID-19, la pequeñez y los techos bajos de cada área del local facilitan que la contaminación se extienda. Según detalló, hasta ahora 50 trabajadores del hospital han sido diagnosticados con coronavirus. Entre ellos, nueve médicos. El más grave es un doctor internista que está con ventilación mecánica en el hospital Luis Negreiros, del Callao. El último fue ingresado ayer de emergencia en una clínica. Con la expansión de la enfermedad en el Perú, al menos 70 personas han fallecido en este sanatorio.
Vivir en la crisis
El Comercio recorrió las instalaciones del antiguo hospital de Ate y constató las condiciones y el pavor con que viven médicos y enfermeras. “Usamos equipos de protección que son solo para 24 horas: un gorrito y botas delgadas que se rompen rápido. También un mandilón y máscaras N95 que tenemos que usar varias veces”, indica una obstetra que optó por no revelar su nombre. El área donde ella trabaja está copada por 21 internas, entre gestantes y madres de recién nacidos.
Uno de los médicos fundadores de este hospital apunta con el índice derecho la zona donde a diario grupos de personas esperan pasar por el consultorio de triaje y dice que así es como los casos de COVID-19 se confunden con otros que no tienen la enfermedad. Él cree que allí se han producido gran parte de los contagios de trabajadores del hospital. “Hemos cerrado el centro quirúrgico y consulta externa, pero nosotros seguimos”, indica.
Hasta el área de triaje, también, un paciente aquejado por síntomas asociados con coronavirus llega al lado de su esposa. Pero antes de que el afectado lograse alcanzar uno de los asientos de espera, cae desmayado. Los paramédicos que lo atienden aseguran que su internamiento será urgente tras los exámenes para el descarte del virus. Sin embargo, en los sectores adaptados para acoger a casos positivos la capacidad está al límite. No hay más espacio en Emergencia, ni en Medicina General, ni en Pediatría.
“Lo que necesitamos es pasar al hospital nuevo para no morir encerrados aquí”, reclama el médico.
Él explica que este local era una posta que fue convertida de urgencia en hospital durante la epidemia del cólera, a principios de los 90. No había aquí un mortuorio y por ello se acondicionó un pequeño cuarto de donde, hasta hace unas semanas, los cadáveres eran recogidos como máximo en cuatro horas. Ese ambiente, además de estar al frente del servicio de Obstetricia, queda debajo del comedor de médicos y al lado de la sala de partos. Es decir, hoy en día constituye un foco infeccioso letal.
En mayo del año pasado, luego de una inspección técnica especializada, la subgerencia de Gestión del Riesgo de Desastres de la Municipalidad Distrital de Ate fue informada que el hospital era de peligro muy alto para incendio total y colapso inminente. El documento elaborado tras las pesquisas fue contundente. “El local se convertiría en una trampa mortal para personal médico, pacientes internados y ambulatorios”, dice una de las conclusiones.
“¿Por qué nos obligan a atender pacientes COVID en esas condiciones cuando hay un monstruo listo para albergarnos?”, dice el médico. Acusa que el hospital nuevo en la práctica sigue casi vacío pese a que ya está operativo, pues hay muy pocas camas que están funcionando.
Un informe emitido por la subgerencia de Control de Salud de la Contraloría General de la República dio cuenta de que en el hospital nuevo de Ate solo hay 20 camas operativas con sus respectivos ventiladores mecánicos, y que existen otros 35 ventiladores sin la totalidad de sus accesorios. Además, el documento precisa que ese hospital no cuenta con profesionales de salud suficientes para el tratamiento de pacientes con infección grave por COVID-19. Solo laboran cuatro médicos intensivistas de los 45 requeridos y 18 enfermeras de las 130 que debería haber.
Este Diario buscó la versión del Ministerio de Salud en torno a lo que ocurre en el hospital antiguo de Ate y si se habían iniciado acciones al respecto. A través de su oficina de prensa, ese sector informó que, como unidades ejecutoras, los directores de cada hospital son responsables de lo que ocurre en sus entidades. Al cierre de este informe, el Minsa todavía no autorizaba a que la directora del antiguo hospital de Ate declare a El Comercio.
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