Antonio Dumas es el director de un importante Museo en Madrid. Interpretado por el actor argentino Óscar Martínez, es un veterano crítico de arte, un hombre experimentado, inteligente y fino cultor de la ironía. También es algo esnob, aparentemente gentil y correcto, pero provisto de un verbo feroz muy porteño. Vive con Borges, su gato, el único que lo puede soportar. Tiene un hijo (Dani Rovira), una especie de ‘yuppie’ alejado del mundo de la cultura y un nieto al que le cuesta soportar. Su expareja (Ángela Molina), artista militante en los sesenta, vive aislada del mundo en la Amazonía peruana, pero amenaza con volver.
A su creador, Andrés Duprat, el personaje de Dumas le sirve para compartir, con deliciosa ironía, su malestar frente al arte contemporáneo. En la nueva serie de Star+, “Bellas Artes”, el guionista abre fuego contra la corrección política, los estereotipos, la frivolidad del medio artístico o el despotismo del Ministerio de Cultura. Dirigida por los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn (equipo responsable de éxitos como “El encargado” y “Nada”), su retrato de los altos cargos del arte contemporáneo es tan demoledor como divertido.
No es gratuito que Andrés Duprat y Antonio Dumas compartan iniciales: Andrés Duprat tiene 30 años de experiencia en la gestión cultural de museos. Asimismo, Gastón Duprat (su hermano) y Mariano Cohn provienen del mundo del videoarte. Así, pues, se trata de una crítica al mundo del arte desde dentro, dirigida básicamente al fenómeno del activismo ‘woke’ que hoy padecen muchos museos. Una militancia que cubre de pintura estatuas, cancela artistas y lanza menjunjes sobre lienzos históricos para llamar la atención sobre, por ejemplo, el cambio climático. Para Andrés Duprat, todo esto es parte de una corrección política hipócrita para lavar conciencias. “Termina siendo solo un gesto, una mueca vacía, y no un reconocimiento real con consecuencias concretas”, alerta en esta entrevista vía Zoom, desde su estudio en Buenos Aires.
— Parte de tu crítica al activismo ‘woke’ tiene que ver con los atentados a obras de artistas cuestionados bajo una moral contemporánea. ¿Cómo ves ese fenómeno?
Es obvio que instituciones públicas como la que yo dirijo son ahora más sensibles a las demandas de las minorías y al trabajo con una visión de género. Pero una cosa es empezar a corregir los errores del pasado, dar lugar a otras miradas y a culturas que han sido soslayas, que “corregir hacia atrás”. Es decir, enmendar la historia con parámetros actuales, lo que ahora se hace tan torpemente, lo que resulta maniqueo y fascista. Pienso que no se trata de borrar los errores del pasado, sino de mostrarlos para reconocer lo que éramos hace 200, 100 o 50 años atrás. El problema es que en el arte contemporáneo está todo muy enrarecido…
— “¡Qué bajo ha caído el espíritu revolucionario!”, dice tu protagonista cuando un grupo de jóvenes atacan una escultura del museo. ¿El activismo político se ha convertido en puritanismo?
No se trata de cambiar dogmas viejos por nuevos, sino de ser lo menos dogmático posible. En Argentina, por ejemplo, se armó hace un tiempo un debate por el lenguaje inclusivo, algo de lo que nos reímos un poco en la serie. Yo estoy de acuerdo en el lenguaje inclusivo, pero ojo que también puede servir como distractivo para no hablar de temas más complejos. Por ejemplo, que la mitad de los niños en Argentina son pobres. Ese es el verdadero drama.
— Ser guionista te permite dar forma a tu experiencia como director de museos. ¿Cuánto de autobiográfico hay en la serie?
Aunque soy muy diferente al protagonista, hay mucho de autobiográfico. Visitar un museo es como ir al teatro: para tener una experiencia, el visitante no debe ver el trabajo de tramoya. Con Gastón [Duprat] y Mariano [Cohn] nos gustaba la idea de mostrar el museo como un artefacto, donde uno pueda ver lo visible, sus exposiciones temporales, sus colecciones, etcétera, pero también correr el velo que oculta tantas cosas que convergen en su estructura. Un museo es como un trasatlántico, una reproducción de la sociedad, un espacio de locura y creación, pero también el espacio donde trabajan empleados agremiados que no se adaptan a los caprichos de un artista frívolo o a las presiones políticas.
— En tu comedia, Antonio Dumas, el director del museo, se sale siempre con la suya apelando a la ironía. ¿Cómo construyes este personaje?
Dumas sabe cuáles son sus armas. Es un tipo muy nihilista, algo que empieza a pasarme a mí: ves las cosas y tienes la sensación de ya haberlas visto, creyendo que la versión actual es peor. Encuentra frívolo o manido cada proyecto que le propone su joven curador. Me gusta criticar su displicencia, a manera de mea culpa. Yo empecé muy joven a dirigir museos, y me daba cuenta de que, si bien tenía menos experiencia, estaba conectado con la contemporaneidad de una forma sensible, no intelectual o académica. Después, cuando uno crece, te anquilosas un poco, te proteges, arriesgas menos.
— Mientras tanto, su curador se entusiasma por cosas que cree nuevas, como exponer en una vitrina una obra realizada con excremento, por ejemplo. ¿Los artistas están condenados a inventar la rueda cada cierto tiempo?
Pienso en Piero Manzoni y su “Mierda de artista”, que selló en latas a inicios de los sesenta. Creo que los hitos del arte abren grandes portales. Marcel Duchamp, por ejemplo, hace 100 años colocó un urinario en una exposición y afirmó que eso era una obra. Pedía que no la vieran como lo que era, sino como un objeto con una textura, un brillo, una forma. Y lo firma a propósito, para apropiárselo. Sin duda, se trata de una magnífica obra de arte, un punto de inflexión que marca el inicio del arte contemporáneo. Sin embargo, esos maravillosos portales también habilitan a un ejército de ‘chantas’ que se montan en esas plataformas. Creo que el gesto de Duchamp perdura hasta hoy, pero no tiene sentido volverlo a hacer. Las grandes obras dividen aguas, amplían el universo, pero a la vez le dan carta libre a una caterva de estafadores. ¡Y, sin embargo, a mí me gusta el mundo del arte con lo ridículo que es! Me interesa más que el mundo de los médicos, de los abogados, los dentistas o los mecánicos. Es fascinante y superinjusto. No tiene escalafón: un chico de 20 años, semianalfabeto y con una idea visual espectacular puede darle la vuelta a un gran artista que viene haciendo lo mismo por 40 años. El arte es uno de los pocos terrenos en este mundo donde puede haber estos accesos a la locura con tan buenos resultados.
— Curiosamente, el Perú tiene una presencia sutil en la serie. Es el lugar donde radica el amor perdido del protagonista...
A mí me encanta el Perú. Ya estamos filmando la segunda temporada, donde Ángela Molina, que interpreta a su exmujer, tendrá mayor presencia. La historia de ambos va narrándose a cuentagotas. Ella es una española que se fue a vivir a la selva peruana para encontrar “lo verdadero” que no encuentra en Europa, y sigue haciendo su trabajo artístico de espaldas a modas y bienales. Y él es un tipo que se ha institucionalizado, que se ha acomodado en el poder.
"Las grandes obras dividen aguas, amplían el universo, pero a la vez le dan carta libre a una caterva de estafadores. ¡Y, sin embargo, a mí me gusta el mundo del arte con lo ridículo que es! Me interesa más que el mundo de los médicos, de los abogados, los dentistas o los mecánicos."
Andrés Duprat director del Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina).
— Al inicio de la serie, criticas el tema de las “cuotas” en el arte: el protagonista es evaluado para el puesto de director del museo y frente al jurado dice: “Soy viejo, soy hombre, soy blanco de ascendencia europea y heterosexual. Soy la elección menos arriesgada y menos conservadora para elegir”.
Está hecho en tono de comedia, pero existe esa pavada. Lo pusimos a propósito. Recuerdo que para el último concurso en el Museo Nacional de Bellas Artes, éramos nueve finalistas, yo era el único hombre. Había un travesti y siete mujeres. En una nota de un diario importante de Buenos Aires salió la noticia de los nueve finalistas y se sugería que deberían poner a una mujer, como alertando contra cualquier discriminación. Y me pareció estúpido ese comentario. La gente que no quiere enfrentarse, que no tiene el carácter para decir su opinión se escuda en el dogma. Hoy las mujeres están ganando muchísimo terreno en el campo de la gestión, y eso está muy bien. Me parece genial que gane un travesti, una mujer o un hombre. Pero no por ser travesti, ser mujer o ser hombre, sino por el proyecto que presenta.