Un boom inmobiliario, una casa vieja y una madre y un hijo que se rehúsan a evolucionar en sus roles. “La restauración” es la ópera prima de Alonso Llosa y es el resultado de muchas versiones de guiones previos. “La verdad, dejé de contar cuántas versiones hice, pero fueron varias”, menciona desde una videollamada. El director presenta, en su primer largometraje, una historia enmarcada en la Lima de los edificios en plena construcción, en medio de un auge económico y hace foco en las relaciones familiares tóxicas y enfermizas.
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¿De dónde surge la idea de tu película?
Conocí a una persona que, estando en sus sesenta y tantos años, se quedó sin trabajo, padeció un divorcio y tuvo que regresar a vivir con su madre. Y fui testigo del tipo de relación que tenían, en la que ella no tenía reparos en seguir dándole dinero para que se compre drogas y él permitía que a cambio lo humillara una y otra vez. Para ella era una forma de reternerlo y para él era una manera vivir sin asumir obligaciones.
La película presenta el choque de dos épocas, de dos grupos sociales, que se encuentran en un punto de inflexión.
Sí, siempre me ha interesado la lucha de clases, la lucha de poderes. Está presente la aristocracia antigua representada por la madre, con un modelo que ha sido obsoleto durante tanto tiempo, pero que se mantuvo en nuestro país. Y están las personas jóvenes, que no vienen de esas familias, sino de otras, más pujantes, que empiezan a hacerse ricos construyendo edificios en los lugares donde antes habían casas aristócratas. Estas construcciones sellaban la pérdida de poder del grupo antiguo y me interesaba mostrar cómo la aristocracia podía ser testigo de su propia muerte a manos de gente que antes oprimía, o gente cuya movilidad social era imposible o por lo menos muy difícil antes.
Los personajes, cada uno a su manera, se aferran a algo que no pueden mantener. En ese sentido, hay una mirada crítica sobre lo que significa el rechazo al cambio.
Claro, la señora que se aferra a la tradición y que vive de los recuerdos que su casa representa. Y el personaje del hijo que se aferra a su hedonismo, a una vida que no puede costearse ya. La madre sigue hablando de la fortuna familiar, cuando ya no hay ninguna fortuna y el hijo, que solo quiere encerrarse en su cuarto para drogarse y hacer sus maquetas por su afición a la arquitectura.
Así, como con el hombre de sesenta años que te sirvió como punto de inicio de tu historia, ¿has tenido referencias de las familias que se niegan a aceptar el cambio?
Por el colegio donde estudié tuve la oportunidad de conocer familias que tenían este linaje aristocrático y pude ver situaciones en las que se aferraban a ese pasado más ostentoso, aunque no siempre tenían el flujo económico para mantener su estilo de vida. Me parecía siempre un poco absurdo. Pero era su manera de resistir, de escapar de la realidad. Que es algo que hace también el personaje de Paul Vega, escapa de su realidad.
Ya que mencionas a Paul Vega, su personaje, que es capaz de hacer cosas terribles, es a la vez simpático, encantador. Es dificil no empatizar con él.
Paul fue la primera persona que pensé para el personaje. No podía imaginarme a nadie más. Cuando era chico, mi madre me llevaba al teatro y desde que lo vi actuar me dio una gran impresión. El crédito es completo de Paul, por construir un personaje que a pesar de llevar a cabo cosas terribles te hace empatizar con él. También tiene que ver con su personaje, se vuelve un poco niño, vuelve a un estado infantil por lo cual es muy dificil juzgarlo como si fuera un hombre hecho y derecho.
¿Cómo es el proceso de reescribir un guión? ¿Qué es lo que se quita y se agrega para obtener el resultado que se desea?
Se trata de encontrar la esencia de la historia. A veces solo tienes imágenes, escenas o ideas. Pero no tienes una historia. Y, a veces, para encontrar la historia debes soltar todo y reescribir desde cero. Y es bien rico ese proceso de volver a escribir desde cero, porque ya tienes los personajes y los temas. También hubo reescrituras que surgían por un tema de presupuesto. Pensé que íbamos a tener más financiamiento internacional, pero al final debí ajustar algunas cosas. Eso también sirvió para aterrizar las expectativas. Uno siempre se queja, porque quiere más plata, más fondos, más recursos. Pero, al final uno siempre la hace.
Hay una especie de referencia a Fausto, en el sentido de que la oportunidad de obtener todo lo que queremos esconde un precio que luego no estamos dispuestos a pagar.
Por supuesto, para mí había algo parecido a un pacto con el diablo. Que de pronto aparece alguien que es capaz de ofrecerte todo lo que deseas, pero ¿a qué costo? Además el protagonista forma parte de un contexto en el que es muy probable que alguien se ofrezca a comprar su casa. Era una posibilidad inevitable.
¿Cómo analizas la relación entre la madre y el hijo?
En Latinoamérica es muy común el tema de los padres sobreprotectores que con la intención de ayudar, de cuidar, terminan cortándole las alas a sus hijos. Y por el lado de los hijos, que no terminan de madurar, por una cuestión de comodidad, de conveniencia, están dispuestos a perpertuar de alguna manera esa relación enfermiza. Creo que la paradoja que se impone en el hijo de la película es que para salirse con la suya debe hacer algo. Quiere ser el “vivo”, pero esa jugada, ese gran acto de viveza, le rebota para aprender una lección muy importante.
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