La última vez que lo vi fue el 7 de julio de 2007. Una década ha pasado y Daniel Alarcón hoy es un híbrido entre periodista, profesor y escritor. Su nombre ha pasado de las ferias de libros a sonar en varios rincones del continente gracias a Radio Ambulante, proyecto que en pocos años logró asociarse a BBC y NPR, y que ganó el premio de periodismo Premio Gabriel García Márquez en 2014.
Esta iniciativa que cofundó hace seis años ha llevado sus crónicas (todas en formato de audio) a países donde quizás sus novelas y cuentos no llegaron. Lo acompaña un equipo de profesionales pero principalmente su esposa Carolina. A ella le debe esa fe inquebrantable en una idea que, como algunos pensamos, lo ha alejado ciertamente de la literatura activa o prolífica.
¿Se arrepiente de esto Daniel Alarcón? “Ni por un carajo”, me asegura en esta entrevista. A los 40 años es feliz produciendo historias en audio, pero lo es más jugando y conversando con sus hijos. Eso no lo cambia ni por la mejor de las novelas.
En esta entrevista, el autor de “Radio Ciudad Perdida” y “Guerra a la luz de las velas” comenta su nuevo libro, “La balada de Rocky Rontal” (Estruendomudo, 2017). Además, evalúa el crecimiento de Radio Ambulante y, finalmente, opina sobre el Estados Unidos de Donald Trump.
¿Por qué fijarse en historias de gente que la pasa realmente mal como Rocky Rontal (un tipo que estuvo preso tres décadas por asesinato)? Con tu talento podrías estar escribiendo sobre temas que para algunos son más ‘trascendentes’.
Siempre me han interesado las historias de gente que vive en los márgenes de una sociedad como la nuestra o como la estadounidense. Y es porque me interesan mucho los mensajes indirectos que envía una sociedad. Nunca nadie pondrá un cartel en San Juan de Lurigancho que diga “estas vidas no nos importan”. Sin embargo, tampoco es que deba ponerse ese letrero para que muchos jóvenes reciban ese mensaje, porque es subliminal. En barrios que visité en Honduras, El Salvador o California, ves que el estado envía esa sentencia. Y los jóvenes no son tontos: la reciben y de acuerdo a eso viven sus vidas.
Luego de que Rocky Rontal te cuente su historia te pidió que no lo glorifiques en tu crónica. Hoy vemos series sobre Pablo Escobar y el Chapo Guzmán con mucho éxito en cadenas como Netflix. ¿Sientes que estas producciones glorifican a personajes de este tipo?
No he visto “Narcos”, no me interesa mucho. Mi esposa es colombiana y creo que por lo tanto ella no quiere verla.
Pero eres consciente del éxito que logran estas producciones a nivel mundial…
Por supuesto. Aunque es interesante detenerse en que nadie decía lo mismo sobre “Los Sopranos”, por ejemplo. No puedo compararlos en calidad porque no he visto “Narcos”, pero “Los Sopranos” hacía un retrato complejo de un villano, un asesino. Sin embargo era un trabajo muy profundo, en tres dimensiones. Y esa es la meta de cualquier proyecto artístico, narrativo o literario. Siempre me será difícil tratar de cerrar las posibilidades de expresión artísticas y decir que eso no se debe hacer porque glorifica o fomenta la violencia. Me parece que el arte debe ser arte y creo que si a alguien no le gusta pues que no lo vea. De pronto si fuera colombiano tendría una visión más cercana (sobre “Narcos”). Y si alguien hace una serie sobre Abimael Guzmán, o sea, no te digo que no se deba hacer, pero de pronto yo no deseo verla por el daño que este tipo le hizo a la sociedad peruana.
Tu libro incluye la crónica “La concursante”, basada en la historia de Ruth Thalía Sayas, la participante de “El valor de la verdad” que fue asesinada por su novio luego del programa. Se dijo que el programa apelaba al morbo pero siempre tuvo alto ráting…
Así es, a mucha gente le gustaba el programa. En ese sentido el público también tiene cierta responsabilidad, aunque sin restársela al asesino. El programa fue un gran negocio para el canal, para los productores del programa y para muchos de los concursantes. No para Ruth Thalía, quien terminó muerta.
Tu crónica “La vida entre piratas” –sobre el amplio mundo de la piratería editorial en Lima—es la única del libro que no tiene asesinos entre sus personajes…
Ellos (los piratas) son técnicamente criminales, se están burlando de la ley, pero no hay sangre.
Es visible en el texto esa encrucijada de delinquir para un fin noble: que más gente lea. Es una crónica antigua pero probablemente hoy Lima sigue sufriendo el mismo problema…
Es una de mis crónicas favoritas y una de las más fáciles, aunque me tomó tres meses de trabajo intenso. Las fuentes se me abrieron porque en parte es mi ambiente, los libros. Quise entrar al mundo de los piratas. Los dueños de las imprentas solo me querían hablar por teléfono, no aceptaban visitas. Fui a Amazonas varias veces hasta que logré que un librero me hable pero en un café para que nadie lo reconozca. Hubiera sido muy difícil hacer esta crónica para Radio Ambulante porque nadie hubiera aceptado que lo grabe. Fue un trabajo muy clandestino, muy de James Bond, a pesar de que los libros son un artefacto cultural.
Es que no hay nada más inofensivo que un libro…
Así es. No hay nada más aparentemente inofensivo que un libro. Pero donde hay plata hay tranza, y gente que intenta sacar provecho y ganarle territorio al otro. Y eso fue lo que me interesó mucho: que los códigos pueden ser los mismos de un narco, solo que estamos hablando de libros. El cómo ganar mercados, asumir que parte de tu producción será incautada y que nunca llegará a venderse. Es como el cálculo que hace un narco: el 10% de su mercancía podría ser robada o terminar en manos de las autoridades. Eso está dentro del ‘presupuesto’.