Isabel Allende es autora de 23 novelas entre las que están "La casa de los espíritus", "Eva Luna" y "Paula". (Foto: Plaza y Janés)
Isabel Allende es autora de 23 novelas entre las que están "La casa de los espíritus", "Eva Luna" y "Paula". (Foto: Plaza y Janés)
Enrique Planas

Siempre escoge un 8 de enero para empezar a escribir una nueva novela. Pero la última vez, frente a la pantalla, se sentía perdida, confundida, incapaz de llegar a ninguna parte. Isabel Allende tenía ideas vagas, el deseo de escribir sobre los refugiados, drama que conoce bien. En medio de la sequía creativa, dos semanas más tarde se desató en Nueva York la tormenta de nieve perfecta, con temperaturas, desde 1860, nunca tan bajas.

La escritora chilena recuerda cómo las frías noticias le dieron la clave de su libro: toda su historia debía suceder bajo una tormenta parecida, un frío que atrapara a los personajes y los obligara a mirarse a las caras. En efecto, en "Más allá del invierno", su más reciente libro, el azar reúne a dos académicos sesentones y una adolescente indocumentada: Lucía, Richard y Evelyn, todos expertos, a su manera, en pérdidas, dolor y desarraigo. Y sin embargo, a pesar del frío, los corazones siguen calientes.

— Comenzar una novela un 8 de enero es en una cábala para ti. ¿Por qué?
Al inicio, por superstición y conveniencia. Trabajaba en una escuela, y tras terminar las fiestas de fin de año, las clases no comenzaba hasta inicios de marzo. Eso me daba tiempo para echar a andar. Ya después se convirtió en una cuestión de disciplina. Llevo 35 años escribiendo, y tengo una vida muy complicada. Tengo que separar algunos meses de silencio y soledad para poder escribir, y no podría hacerlo si no le dijera a todos que a partir del 8 de enero ya no existo.

— Los protagonistas de tu nueva novela son migrantes y refugiados. ¿Ambos grupos comparten de forma distinta la condición de apátrida?
Para mí, hay una diferencia entre el inmigrante y el refugiado: El inmigrante, generalmente, es un joven que se va a otro país para iniciar una nueva vida, sin mirar hacia atrás. Mira al futuro. Está dispuesto a echar raíces, aprender la lengua, establecerse. Mientras que el refugiado siempre está mirando atrás. Viene escapando para salvar su vida y la de su familia, y espera que las cosas cambien en su tierra para volver. No salió por voluntad propia. Yo viví ambas situaciones, conozco la diferencia entre ambos sentimientos.

— Lo que propone la novela es fortalecer la solidaridad entre ambos grupos...
Claro que sí. Vengo llegando de Europa, donde arde el problema de los refugiados sirios. Es curioso: en el mundo no hay fronteras para el crimen, las armas, el dinero ni la droga. Sin embargo, hay fronteras para la gente. Solo la gente es ilegal. Hay que ponerse en la piel del que llega buscando asilo. La situación de los refugiados no se resolverá con fronteras, leyes o murallas como quiere Trump. Se trata de resolver la situación en los países de origen.

— Has señalado que un presidente como Trump es un accidente, que no va a durar mucho. ¿No crees que los poderes fácticos que representa son muy difíciles de ser removidos?
Trump es una terrible amenaza, un asalto a la democracia. Pero las instituciones en EE.UU. son lo suficientemente fuertes como para que no pueda destruirla. En cada país hay un elemento fascista que vota por un tipo como él, o por Berlusconi, Mussolini o Franco. Si se dan malas circunstancias, eso emerge. Pero los gobiernos pasan y los países quedan.

— En tu novela, un crimen y la posibilidad del amor irrumpen en la tranquila vida cotidiana de dos académicos. ¿Crimen y amor se parecen en su capacidad de transformarlo todo?
Mientras Lucía es en la novela una mujer que ha pasado por todo, (cáncer, exilio, la desaparición de su hermano, la muerte de su madre, el divorcio) sin dejarse aplastar por el sufrimiento, el personaje de Richard vive clavado en el pasado y en una vida cautelosa. Está protegido y asegurado contra todo riesgo. En eso, aparece pidiendo ayuda la joven Evelyn, una indocumentada hondureña con un cadáver en la maletera del auto. Él tiene dos posibilidades: o lavarse las manos o abrir el corazón al riesgo. Y con ello, termina perdiendo su coraza y está listo para el amor con Lucía. El verano invencible está dentro de ellos. Es cuestión de darle la oportunidad de manifestarse.

Una reciente tormenta de nieve le dio a Isabel Allende la clave para escribir su última novela. (Foto: Plaza y Janés)
Una reciente tormenta de nieve le dio a Isabel Allende la clave para escribir su última novela. (Foto: Plaza y Janés)

— Es la reivindicación también del amor en la edad madura...
Me separé de mi marido muy tarde en la vida. Vivimos juntos 28 años, y el matrimonio terminó cuando yo tenia 70. Tomar la decisión de divorciarme era muy arriesgado a mi edad. Pero pensé que más valor necesitaba para quedarme en algo que no funcionaba. Todos esos temas: el amor maduro, el vivir sola, la superación del sufrimiento estaban muy presente en mi vida. Y por eso salen en este libro.

— Sin embargo, sé que vives un nuevo romance. No podemos evitar compararlo con el de Mario Vargas Llosa.
(Ríe) No había pensado en la coincidencia con Mario Vargas Llosa, pero el amor maduro siempre ha existido. El amor se da a cualquier edad, entre niños incluso. En el caso de Mario, se encontró con una mujer formidable.

— ¿Cómo nació tu nueva relación?
¡De la manera más inesperada! Por eso el libro está dedicado a él, a Roger Cukras. Este caballero, que es un abogado de Nueva York, iba manejando a Boston a ver a su hijo y me oyó por la radio. Llegó donde su hijo y decidió mandar una nota a mi oficina. Mi asistente, que es muy encantadora, le contestó automáticamente. Pero volvió a escribir al día siguiente, y al otro. Cuando llegó otra nota con un ramo de flores, allí respondí yo. Desde ese momento, cada mañana me llegaba una nota diciéndome "¡Buenos días!" con una foto de su capuchino, o de las rosas de su jardín. Y en la noche, me enviaba fotos con la luna o de algún concierto clásico. ¡Ni siquiera hablamos por teléfono! A fines de octubre, tenía que ir a Nueva York para una presentación y decidí verlo por fin. Él me invitó a cenar primero. Fue muy simpático, porque a las siete personas de mi oficina les dije "Bueno, ahora voy a conocer a Roger, por favor ¡desaparezcan!". ¡Que va! Estaban todos escondidos en la escalera, con los celulares listos para tomarle fotos.

— Pero no se dejó intimidar...
Así es. Salimos a comer y al día siguiente a almorzar. Y le dije: "Mire, tengo 74 años. No tengo tiempo para perder. Dígame si tiene alguna intención de algo". ¡El pobre se atragantó con el raviol! Ya te podrás imaginar. Reaccionó, y de allí se armó una relación que ha ido progresando a pasos agigantados. Él está vendiendo su casa y deshaciéndose de todo lo que tiene para venir a vivir conmigo a California, en Diciembre.

— ¿Cuál es la diferencia entre el cortejo y el acoso? ¿Como no tenerle miedo a los asedios?
Es verdad que hay gente acosadora. Tengo lectores fanáticos que a veces están muy locos. Una vez nos tocó un tipo que, sintiéndose rechazado, nos dejó una caja llena de insectos vivos. Pero Roger nunca dijo nada que se pasara de color. Nada atrevido. Tenía mucho tino, mucho cuidado.

— Hay una frase tuya que circula mucho el redes: "El chileno tiene un complejo de hace mucho tiempo: racialmente quiere ser Argentino y culturalmente Peruano". ¿Es tanto así?
¡Esa frase no es mía! Hay varias frases que me atribuyen y son muy inteligentes, ojalá se me hubieran ocurrido a mí. Pero esa no es mía.

—¿Más allá de la autoría, cómo ves estos recurrentes desencuentros culturales entre peruanos y chilenos?
Lo veo exagerado. Tenemos mucho más cosas en común que diferencias. Y ahora que hay tantos peruanos en Chile, se notan más esas similitudes.

Contenido sugerido

Contenido GEC