Collage de fotos hecho por el propio Ribeyro, exhibido en el 2014 en la Casa de la Literatura. (Archivo familiar)
Collage de fotos hecho por el propio Ribeyro, exhibido en el 2014 en la Casa de la Literatura. (Archivo familiar)

Bien podría la obra de abrirse y cerrarse con un colección monumental como “La palabra del mudo”, que lo encumbra –según un consenso más o menos unánime– como nuestro cuentista mayor. Y, sin embargo, ocurre con él lo mismo que con los más grandes autores: de pronto empieza a surgir una fascinación por el escritor como persona que excede a aquella dedicada a su literatura. No es un interés gratuito, ciertamente. El propio Ribeyro –quien este sábado habría cumplido 90 años– se encargó de dejar trazos de su vida personal en una obra vasta y más bien indefinible. Y el interés por esa veta de su obra es cada vez mayor.

El escritor Félix Terrones acaba de publicar, en coautoría con Luis Hernán Castañeda y Paul Baudry, el libro “Cuadernos de Obrajillo” (Peisa), en donde los tres autores peruanos abordan en diferentes registros las vidas y obras de Ribeyro y José María Arguedas. Terrones apunta que si bien el núcleo duro del trabajo del ‘Flaco’ son sus cuentos, el resto está compuesto sobre todo por aforismos, prosas inclasificables, páginas de diarios, cartas personales, incluso entrevistas.

“Dejando de lado las novelas, el grueso de la obra de Julio Ramón Ribeyro –todavía no del todo publicado– nos interpela ahora por su recalcitrante modernidad de fragmentos, el juego de citas, reflexiones especulares, esa intimidad que se revela y que al hacerlo se mistifica más”, reflexiona Terrones. Y remata: “La sibilina convención plantea que Ribeyro fue el mejor escritor decimonónico del siglo XX. Los lectores del presente podemos, por fin, corregir: fue un clarividente, un visionario, el mejor del siglo XXI”.

Un interesante rescate reciente ha sido “Cartas a Juan Antonio. 1953-1983” (Revuelta), que recupera toda la correspondencia que Ribeyro le envió desde Europa a su hermano Juan Antonio. Se trata de un conjunto atractivo no solo por la sobria prosa del escritor, sino por la intimidad que se revela de dicho lazo fraternal (un vínculo considerablemente menos abordado por la literatura que el de padres o hijos).

Jorge Coaguila, compilador y editor de estas “Cartas a Juan Antonio”, señala que en los últimos años ha surgido un interés general en nuestra lengua por diarios íntimos, cartas, textos autobiográficos y reportajes. “Ribeyro ya había reclamado en 1970 a los autores peruanos que no se centraran solo en la novela, el cuento, la poesía y el teatro –afirma Coaguila–. Es decir, los géneros más antiguos, los que se cultivaban en Grecia. Decía: ‘Nos falta esa extensión que le da a la literatura géneros más tardíos o géneros ancilares: ensayos, memorias, autobiografías, diarios, correspondencia y los subgéneros’. Con el tiempo, los lectores se han dado cuenta de que Ribeyro no solo es el gran cuentista, sino también quien impulsa y cultiva los textos privados con calidad literaria”.

ESCRITURA CÓMPLICE
Habría que pensar también en qué momento un autor se convierte en un personaje en sí mismo. En el caso de Ribeyro, parecen haber contribuido el uso del humor, cierta extraña melancolía, incluso su adicción al cigarrillo (que lo hacía lucir tan falible y, justamente por eso, un espejo en el cual mirarse).

Para Daniel Titinger, autor de un exhaustivo perfil del autor, “Un hombre flaco” (Universidad Diego Portales, 2014), Ribeyro genera en sus lectores una identificación particular, que va más allá de la simple admiración literaria. Él dice: “Hay escritores que forman parte de nuestra educación sentimental: los leemos y los queremos; los sentimos amigos, cómplices. Ribeyro es, quizá, el mejor ejemplo en el Perú. Bryce puede ser otro. Cuando esa magia ocurre, la vida del escritor –sus pasiones, secretos, manías– nos interesa tanto como su obra. Ser ribeyriano es casi una religión: el lector quiere confirmar que esa intimidad originada en la literatura traspasa la literatura. Con Ribeyro sucede que cada vez se hace menos anónimo en el mundo y su legión de feligreses crece. Él, además, se encargó de perfilarse a sí mismo en cada cuento, en cada prosa, en cada entrada de su diario. Yo no diferencio la ficción de la no ficción porque para Ribeyro todo fue parte de lo mismo”.

EL HOMBRE CONTRA LA OBRA
Pese a todo lo dicho, confundir hasta un punto de no retorno a un autor y su obra también puede representar cierto riesgo. El sello Seix Barral acaba de reeditar, en conmemoración por los 90 años de Ribeyro, tres de sus libros fundamentales: “La palabra del mudo”, “Prosas apátridas” y “La tentación del fracaso”. De los tres títulos se desprende una idea de carencia, mutilación, discapacidad (el mudo, lo apátrida, el fracaso). Pero si bien es verdad que la obra ribeyriana llega a transmitir una sensación de abatimiento, existen también testimonios de que el autor estaba lejos de ser un tipo sombrío.

En un reportaje televisivo que estuvo perdido durante muchos años, y que ha sido recuperado hace pocas semanas (ver al final de la nota), el periodista Eloy Jáuregui entrevista a Ribeyro pocos meses antes de su muerte, en 1994. “Me gusta toda la música –confiesa entre otras cosas el autor–. Hasta la más huachafa o cursi que pueda haber. Puedo estar escuchando un bolero de Agustín Lara y luego poner la segunda sinfonía de Schumann”.

“Ingresar a su vida supone una sorpresa, y también por eso nos interesa tanto –agrega Titinger–: esa grisura que proyectó en su obra no se parece al Ribeyro que conocieron sus amigos. Hay un Ribeyro que escribió y otro, muy distinto, que era capaz de sonreír, pasear en un yate, bailar salsa”. Sobran por eso las razones para seguir atravesando su universo.

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