Imágenes: Víctor Aguilar Rúa para El Comercio/ Seix Barral.
Imágenes: Víctor Aguilar Rúa para El Comercio/ Seix Barral.
José Carlos Yrigoyen

En 2013, Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) publicó una columna proponiendo a Stephen King para el Nobel de Literatura. Sus argumentos consistían en que King no era, como sus detractores proclamaban, “un mercachifle que se saca de la manga fenómenos sobrenaturales para espantar a adolescentes con acné, sino un explorador de los miedos más arraigados en el espíritu humano”, y que debíamos tener en cuenta su ambición por “contar un país”, en este caso Estados Unidos, cuya cultura era “la del terror”: “La política, la vida y el entretenimiento están teñidos de pánico, empapados en miedo. ¿Y quién es el gran escritor del miedo? Les daré una pista: no es Jonathan Franzen”.

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Al margen de si lo que el novelista peruano afirma es cierto o no, a mí me quedó claro que esta defensa era en el fondo una autorreivindicación. Roncagliolo, al igual que King, es un cultor del ‘thriller’, un labrador de historias convencionales donde el suspenso, la intriga, el sobresalto y los ‘cliffhanger’ marcan la pauta. Así como King hizo a principios de siglo, nuestro autor se preguntaba por qué esa opción no podía adjudicarse la carta de ciudadanía que la crítica deparaba a otras propuestas. Acaso por ello Roncagliolo ha elegido en ocasiones temas importantes (el conflicto armado interno en “Abril rojo”, por ejemplo) para ambientar sus ficciones, con el objetivo de infundirles una densidad sociohistórica que las aparte de la mera literatura de entretenimiento, aunque en dicha meta los resultados hayan sido flojos.

Eso es lo que sucede también con su última entrega, “Y líbranos del mal”, que aborda un asunto sensible y complejo: los abusos sexuales perpetrados por el Sodalicio. Leyéndola, recordé lo que Edmund Wilson decía sobre Fitzgerald: en sus novelas había más de un error; no obstante, la vida bullía entre sus páginas. Con este libro me ha pasado lo contrario: todo es limpio, eficiente, bien ensamblado –el ritmo, la tensión, la dosificación de lo que se cuenta–, pero nada respira en ella. Cuando hay dolor, se limita a lo declarativo. Cuando hay pathos, este proviene del departamento de utilería.

La novela relata los avatares de Jimmy, hijo adolescente de una conservadora familia peruana radicada en Estados Unidos. El padre, católico practicante, no quiere regresar al Perú bajo ninguna circunstancia; cuando la matriarca del clan, Mama Tita, avisa que está sufriendo una grave enfermedad, envían a Jimmy para cuidarla. Es así como, en medio de una lluvia de denuncias contra los líderes de una comunidad cristiana, el muchacho empieza a desenredar la cuerda de una serie de casos de violación que involucra a su progenitor.

Sin cuestionar las legítimas intenciones de Roncagliolo por hacerse cargo de un caso controversial y duro, la certeza creciente capítulo a capítulo es que este ha sido adoptado como un pretexto, un débil hilo conductor que enhebra una serie de pesquisas, pistas falsas y hallazgos sorprendentes en los que el trágico espesor de los destinos dañados por una organización consagrada a la destrucción de cuerpos y mentes apenas se percibe, jamás se desarrolla ni trasciende el tenor de algunas escenas elaboradas a vuelapluma, tal vez para que no distraigan al lector del eficaz entramado de suspenso que Roncagliolo construye puntillosamente.

Más que ser una novela sobre el abuso sexual, la ligereza con que Roncagliolo asume sus materiales hace de “Y líbranos del mal” la crónica de un triángulo gay con música de denuncias de fondo. Se restringe a detallar los celos y venganzas de Sebastián, Daniel y Furiase; prefiere no ahondar en el infernal mundo que los rodea, el cual apenas podemos adivinar o imaginarnos, pues Roncagliolo, por razones misteriosas, ha escogido ocultarlo. En cierto momento, Jimmy confiesa, acerca de una de las víctimas, que “no tenía ganas de escuchar de nuevo todo su discurso de denuncia. Empezaba a encontrarlo artificial. Un rollo construido para tener algo que decir”. Mediante la mirada de su protagonista, Roncagliolo no desentraña lo que esa presunta artificialidad ha velado, sino que la edulcora, tornándola cómoda y masticable para el paladar más complaciente.

Sin embargo, “Y líbranos del mal”, no es un libro que merezca descartarse. Encierra una paradoja fascinante. Hablamos de una novela pudibunda, apta para todos, y a la vez correspondiente al concepto de pornografía que ofreció Masud Khan: una historia donde los cuerpos torturados aparecen nuevamente sanos y sin traumas en la escena siguiente, cuando volverán a ser atormentados. Quizá la obscenidad de “Y líbranos del mal” sea esta: el Sodalicio se apropiaba de los cuerpos, Roncagliolo los abarata. En ese sentido, se trata de la narración más oscura que he leído en mucho tiempo.

La ficha

Título: “Líbranos del mal”

Autor: Santiago Roncagliolo

Editorial: Seix Barral

Año: 2021

Páginas: 248

Relación con el autor: conocidos

Valoración: ★★ estrellas de 5 posibles.

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