Para 1971, Francisco Buarque de Hollanda ya era un artista conocido. Tenía 26 años, varios álbumes publicados y una gran reputación como miembro de la nueva canción brasilera, inspirada en las melodías de Antônio Carlos Jobim. En 1966, y tras volver de Europa, lanzó “A banda”, que vendió 55 mil copias en solo 4 días, después de haber obtenido el primer lugar en el II Festival de Música Popular Brasileña. En 1968, en el contexto de La marcha de los cien mil –la gran manifestación popular de Rio de Janeiro contra la dictadura militar de ultraderecha que castigaba Brasil desde 1964-, otro tema suyo, “Roda viva” (Rueda viva), se hizo emblemático para una nación que quería recuperar su libertad. Su talento para jugar con las palabras y deslizar mensajes entre líneas destacó con nombre propio.
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Estudiantes, obreros, artistas, intelectuales y otros sectores de la sociedad eran constantemente reprimidos, perseguidos, detenidos injustamente, torturados, asesinados, desaparecidos o exiliados y el joven Chico Buarque se estaba convirtiendo ya en una de las voces musicales que más los representaba ante su propio país y el mundo. Eso le valió ser detenido en su propia casa en diciembre de 1968 y obligado por esa situación a partir al exilio a Italia durante poco más de un año.
Hijo de un reconocido historiador -Sérgio Buarque de Hollanda- y una respetada pintora y pianista -Maria Amélia Cesário Alvim-, su formación en un hogar intelectual y con diversas influencias se notó desde sus primeras canciones, que no eran solo confesiones intimistas, himnos rítmicos del corazón, sino también reflejo de sus observaciones sobre la vida cotidiana de los brasileros y sus implicancias sociales, económicas o culturales. Desde su debut, en 1964, mostró una sensibilidad y un talento únicos, a pesar de compartir tiempos con otros nombres que se harían también importantes y definitivos para la música contemporánea no solo de Brasil, sino del continente: Caetano Veloso, Gal Costa, Gilberto Gil, Elis Regina, Milton Nascimento, Maria Bethania u Os Mutantes, varios de los cuales impulsaron el movimiento conocido como “Tropicalismo” antes de terminar aquella década. A pesar de su carácter iconoclasta, fueron de todos modos influidos, además de por Jobim, por João Gilberto o Vinícius de Moraes.
El panorama musical brasilero se debatía entre aquellos clásicos del bossa nova y la revolución que llegaría con la inclusión del rock, la sicodelia o la experimentación pop que sumaría colores a la paleta con que se pintaría el futuro. Para 1971, año decisivo en el futuro artístico de Chico Buarque, la postal perfecta con que el mundo imaginaba a Brasil era la de un soleado paraíso de alegría constante, baile interminable, cálidas playas, cuerpos saludables y bronceados, caipirinhas abundantes y mucho fútbol. Aunque ya vivía los últimos años de su carrera, Pelé seguía siendo símbolo, tras conquistar, en 1970, la tercera Copa del Mundo para su país. Pero dentro de sus fronteras, en el “detrás de cámaras” de esa postal perfecta, había millones que la pasaban muy mal, no solo por las restricciones en los derechos civiles, sino por la difícil situación económica y la falta de oportunidades. Es en ese contexto en el que Chico Buarque compone Construção (Construcción).
“Danzó y se rio como si oyese música”
“Amó aquella vez como si fuese última/ Besó a su mujer como si fuese última/ Y a cada hijo suyo cual si fuese el único/ Y atravesó la calle con su paso tímido/ Subió a la construcción como si fuese máquina/ Alzó en el balcón cuatro paredes sólidas/ Ladrillo con ladrillo en un diseño mágico/ Sus ojos embotados de cemento y lágrimas”, comienza la canción, que le da también nombre al álbum que lanzó Buarque a fines de 1971. No solo representaba la construcción de un discurso consciente y comprometido, tema a tema, sino que lo hace también en esta historia específica, que narra el último día en la vida de un obrero de construcción civil, en el que involucra al oyente en el detalle más cotidiano hasta el más emotivo desde aquella primera estrofa.
La letra, aparentemente sencilla, esconde una complejidad semántica, que transforma e intercambia estructura y conceptos en su desarrollo, durante los casi 7 minutos que tiene de duración (cuando las radios difícilmente pasaban temas de más de 3). Tras su publicación, “Construcción” vendió más de 140 mil copias en solo una semana y alcanzó el medio millón de discos en su país. De todos modos -y como siempre en estos casos- es mucho más importante –aunque más difícil de medir- el impacto que tuvo en su generación y en las posteriores que saber cuántas cifras sumó.
“Chico coloca todo en un formato no discursivo, incluso impersonal. Las estrofas se repiten tres veces, cambiando algunas palabras clave. Pero son estos cambios los que hacen que la comprensión de la música sea ambigua. En la primera vez, el cantante presenta la historia de una manera lógica, casi periodística”, escribió en 2009 el periodista Paulo Cavalcanti en la revista Rolling Stone, a propósito de la elección de “Construção” como Mejor Canción Brasilera de todos los tiempos. “En la segunda repetición se cuenta la misma historia, pero ahora se tiene en cuenta el estado psicológico del protagonista, que ya se estaba transformando en autómata –continúa Cavalcanti-. En la parte final, que no aparece en su totalidad, el peón anónimo ya está demente y alucinado, no es dueño de sus acciones. ¿Habría muerto el trabajador por falta de condiciones laborales? ¿O se habría suicidado, desesperado ante sus escasas perspectivas de vida?”. En el artículo destaca, además, el trabajo de Rogério Duprat – llamado “el Brian Wilson de Brasil” o “el George Martin de Tropicalia”- quien hizo arreglos que se convirtieron en siniestros acompañantes de la letra. “Los instrumentos aparecen en un primer momento emulando los ruidos caóticos de la metrópoli, sus bocinas y los edificios en construcción”, escribió Cavalcanti.
A pesar de que en una entrevista para la revista Status, en 1973, Chico Buarque aseguró que “Construcción” era solo un juego de palabras (“Fue solo una experiencia formal, jugar con ladrillos. No tuvo nada que ver con el problema de los trabajadores”), aceptó en la misma conversación que lo suyo no era solo emoción sin intención o algo exclusivamente etéreo, porque “todo está conectado”. “Me gusta entrar en una bodega, jugar billar, oír las conversaciones de la calle, ir al fútbol –confesó Buarque en dicha entrevista-. Todo entra en la cabeza en tumulto y sale en silencio. O sea que una canción es el resultado de una vivencia que no es solitaria, que es la contraparte del juego mental y garantiza tener los pies sobre la tierra. La vivencia es el contrapeso de la soledad y viene de la solidaridad y del sentido social”.
“Construcción” ha pasado a la historia como un testimonio social de su tiempo, estrechamente relacionada a la ironía del llamado “boom” de la construcción que sucedía en Brasil a inicios de los 70: la dictadura trajo temporalmente más trabajo con las obras que se hicieron, pero con ella llegó una grave precarización de los derechos de los trabajadores. En ese sentido, frases del tema como “Subió a la construcción como si fuese máquina”, “Comió su pan con queso cual si fuera un príncipe” o “Subió a la construcción como si fuese sólida”, son tan claras como impactantes. Pero al ser denuncia social en aquel contexto de dictadura, “Construcción” fue y es también denuncia política.
“Y flotó por el aire cual si fuese sábado”
A pesar de su grandeza, “Construcción” es solo parte del legado de Chico Buarque. A sus principales éxitos, como “Cotidiano”, “Apesar de Voce”, “O Que Será”? o “Meu caro amigo”, podemos sumar también temas compuestos en coautoría con grandes amigos suyos, parte del Olimpo de la historia de la música brasilera: Gente Humilde (junto a Vinícius de Moraes), Anos Dourados (Con Tom Jobim), O Cio da Terra (Con Milton Nascimento), o Cálice (Con Gilberto Gil). En 1970 también se dio tiempo para una colaboración internacional: el álbum “Per un pugno di samba”, junto al maestro italiano Ennio Morricone.
En 2011, a propósito de la presentación de su disco “Canciones para Aliens” -donde incluye una versión de “Construcción”-, Fito Páez dijo: “Creo que es la canción que cambia la historia de la canción en América y en el mundo. Creo que es la primera vez, si mal no recuerdo, porque tampoco soy un musicólogo ni un historiador… Chico aquí narra la historia de un hombre y su angustia adentro de la vida moderna de los años 70”. La versión en español más conocida –aparte de la del propio Buarque- es, sin embargo, la del uruguayo Daniel Viglietti.
Aquí en nuestra tierra, el escritor Fernando Ampuero se expresó en sus redes sociales sobre el 50 aniversario de la emblemática canción: “Cincuenta años de una obra maestra (…) Una canción protesta en toda la regla y llena de versos memorables dedicados a un albañil de construcción y su mundo; disfruten los versos que terminan en esdrújula, disfrútenla toda”.
En 1971, la situación peruana no estaba políticamente más tranquila que en Brasil. Eran los años de la dictadura de Velasco. En pleno sesquicentenario se vivían aún las consecuencias de la Reforma Agraria y de la estatización de la industria pesquera. Los creadores artísticos, sin embargo, seguían produciendo. Todavía fueron tiempos buenos para el rock –estaban aún bandas como Los Belkings, Traffic Sound o Pax- y también intensos para los cultores criollos, folklóricos o afroperuanos.
Para quienes no conocían a profundidad la carrera de Chico Buarque será una sorpresa contarles que estudió arquitectura y que no solo escribe canciones, sino también novelas como “Budapest” (2006), “El hermano alemán” (2015) o “Esa gente” (2019). “Yo diría que, antes de ser músico, yo quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella”, confesó Buarque el 2015 en una entrevista al diario El País. Tras casi 60 años de carrera, ha quedado claro que, tanto en la música como en la literatura, logró la excelencia haciéndolo.
Chico, además, es hincha del Fluminense, jugador de fútbol amateur (amigo de Garrincha y Sócrates, además de compañero de Bob Marley en una pichanguita) y fue inventor. Durante su exilio en Italia inventó el Ludopedio –luego llamado “Escrate”-, un juego de fútbol con cartas. Una suma de talentos que llevaron a su amigo Silvio Rodríguez a componer una canción como “Quién fuera”, que dice: “Quién fuera ruiseñor/ quién fuera Lennon y Mc Cartney/ Sindo Garay, Violeta y Chico Buarque/ quién fuera tu trovador… "
En octubre del 2019, cuando Chico Buarque obtuvo el premio Camões –un equivalente al premio Cervantes que otorga España-, en mérito a su trayectoria literaria, el presidente Jair Bolsonaro se negó a firmar la resolución que así lo acreditaba. A pesar de que se trata solo de un gesto protocolar que de ninguna manera anuló el premio destinado al artista, fue una actitud política desagradable hacia uno de los más importantes artistas de la historia de Brasil.
Para Chico Buarque, sin embargo, ese desprecio –por parte de un político fascista que reivindica la dictadura militar a la que Chico se enfrentó con su música- es otra medalla más para una carrera ya pletórica. “Que Bolsonaro no firme el diploma es para mí un segundo premio Camões”, dijo el artista en aquel momento.
Queda claro que es el mismo hombre que hace 50 años, en otro tema del álbum “Construcción”, titulado Cordão, cantó: “Mientras pueda cantar/ Alguien tendrá que escucharme”.
Discos peruanos de 1971
El mismo año que Chico Buarque publicó una canción fundamental como “Construcción”, en el Perú se lanzaron temas como “Valicha” (Destellos), “Machu Picchu Blues” (Gerardo Manuel), “La Camita” (Traffic Sound), “Propiedad privada” (Lucha Reyes), “Préndeme la vela” (Abelardo Vásquez), “I’m a Nigger” (Lagonia) o “Viajecito” (Black Sugar).
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