En poco menos de un mes, exactamente el próximo 20 de mayo, Javier Wong cumplirá 75 años. “Una vaina es llegar a viejo”, nos dice. ¡No lo estás!, retrucamos, aunque sabemos las duras batallas que a este gran cocinero le ha tocado vivir. Hace una semana fuimos a reencontrarnos con su cocina a ese lugar de culto que es su casa-restaurante. Con movimientos pausados y muy concentrado, lo vimos filetear y trozar un lenguado para preparar su cebiche (crudo, le llama él), con pescado, cebolla, limón, sal y pimienta; el ají limo lo sigue presentando aparte -para que el picor no agarre desprevenido a los turistas- y ya no le incluye pulpo: “El derrame de Repsol mató todito el mar”, se lamenta. Sirve todo en una tanda y se va a descansar. Unos minutos después regresa, y otra vez a picar: lenguado, pac choy, pimiento y sikuá (pepino chino) van a parar a un mismo bowl, junto con un puñado de holantao. Pedro (un amigo de infancia, que lo apoya en salón) enciende el fogón para que Javier haga magia con su plato caliente: con la zurda empuña el wok y saltea insumos de mar y tierra abrazados por un fuego que se eleva hasta el cielo. Servido en plato amplio, llega al centro de la mesa y es la gloria. Javier cruza la puerta que conecta su casa y el restaurante… ya no sale; se ha ido a su cita con el doctor.
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