Estaba en la impecable disposición geométrica de los mosaicos sumerios. En la admirable mayólica romana. En los polígonos regulares que estudió Arquímedes (III a. C.). En los sólidos platónicos de Johannes Kepler (“Harmonice mundi”, 1619). En la observación sistemática y profunda de los teselados que hicieron el matemático Camille Jordan, el cristalógrafo Evgenii Konstantinovitch y la psicóloga Camila Rial (entre 1869 y 1891). En la hiperbólica constelación artística que encuentra M. C. Escher (1898-1972) al ver los azulejos del palacio granadino de La Alhambra. Ninguno supo que todo aquello era un rompecabezas armado.
Ni siquiera lo sospechaba el que se supone su inventor, Sir John Spilsbury, grabador y cartógrafo londinense que pegó un mapa de Gran Bretaña sobre un pedazo de madera y con una sierra de marquetería cortó los perfiles de Escocia, Gales, Irlanda e Inglaterra para que los hijos del rey Jorge III y la reina Charlotte aprendan geografía (1760). Sus ‘mapas disecados’ tuvieron tanto éxito que contrató a un ayudante, Harry Ashby, para que le ayude a cortar Europa, Asia, África y América. Todo iba viento en popa hasta que Spilsbury muere. Entonces el ayudante termina de armar el rompecabezas desposando a Sarah, la inconsolable viuda.
INTELIGENCIA ESPACIAL
Hacia 1880, las sierras de arco reemplazan al seccionado manual. Para que a inicios del siglo XX hacer rompecabezas sea como hacer galletas, pero con un dado hidráulico cuya fuerza descomunal es capaz de forzar las cuchillas de acero endurecido y moldeado hasta romper con formas graciosamente curvilíneas los tableros de madera contrachapada, sobre los que previamente se había adherido una obra de arte bidimensional. Así se hicieron los primeros ‘jigsaw puzzle’, esos novedosos acertijos que Estados Unidos troqueló industrialmente desde el año 1900. El boom llegó durante la gran depresión de 1929, bastaban 25 centavos de dólar para tener a la familia felizmente reunida en aquellos tiempos duros.
Y así, las escenas de la vida campestre, los castillos medievales y las montañas mágicas fueron mutando paulatinamente a ilusiones ópticas, fotografías o arte abstracto. Evolucionaron hasta volverse más complejos y atractivos para los adultos. Después de la Segunda Guerra Mundial se popularizaron los de cartón. Los planos bidimensionales mutaron a tridimensionales e, incluso, esféricos. Las recreaciones se hicieron más complejas. Vinieron con estuches, tableros, marcos y alfombras enrollables a respaldos adherentes. Luego llegó la impresión por computadora y el corte con láser. Las piezas muy duraderas e impermeables. Los acertijos a doble cara complejizando su resolución.
Pero siempre, desde aquel primer mapa disecado hasta las actuales charadas online, en todos los tiempos y bajo cualquier formato, la constante es la misma: entretenimiento barato, reciclable y duradero. La psicología clínica considera, además, que un tablero con fichas desperdigadas ofrece la inmejorable oportunidad de estimular tempranamente inteligencia espacial, memoria visual, cognición, autocontrol, razonamiento perceptivo, pensamiento matemático, concentración, paciencia, trabajo en equipo y coordinación viso-motora, entre otros. Y en los adultos, mantendrá en ejercicio las capacidades cognitivas superiores.
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PIEZAS DE ARTE
El logotipo de Wikipedia es un globo terráqueo hecho con piezas de rompecabezas. Las faltantes en esa esfera simbolizan la información que falta porque uno nunca se cansa de aprender. El símbolo de la Fiscalía General de Colombia es una pieza de rompecabezas, es un ente que investiga. En el corto “Me and my pal” (1933), Laurel y Hardy hacen de la pieza faltante de un ‘jigsaw puzzle’ el centro de sus gags. Algunas organizaciones de autismo también la usan para representar la incapacidad de encajar socialmente. En el poema “Lost in translation” (1974), James Merrill crea jeroglifos linguísticos. “La vida, instrucciones de uso” de Georges Perec (1978) es una novela construida como una casa donde cada habitación es una historia concatenada siguiendo la técnica del puzzle.
Así las cosas, ahora que gran parte de la humanidad pasa la cuarentena en casa, resulta comprensible que el Primer Ministro australiano Scott Morrison haya considerado al rompecabezas un artículo esencial permitiendo que la gente salga de sus casas para comprarlos. Hace unos días, Ellen DeGeneres publicó en su Instagram las penurias que le hace pasar un rompecabezas de 4 mil piezas. En medio de tantas noticias malas, es grato saber que su demanda se ha disparado por encima de los niveles navideños. Larga vida, pues, al viejo arte de encajar fragmentos, a su sinergia inmortal.
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