Los jóvenes en el campus de la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia, el 14 de octubre de 2022. (Foto de Elijah Nouvelage / AFP)
Los jóvenes en el campus de la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia, el 14 de octubre de 2022. (Foto de Elijah Nouvelage / AFP)
/ ELIJAH NOUVELAGE
Agencia AFP

El reciente despido de un profesor, cuyos alumnos dijeron que les calificaba con demasiada dureza, ha encendido el debate en sobre las que se doblegan demasiado ante los deseos de sus alumnos.

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Maitland Jones, que enseñaba química orgánica en la Universidad de Nueva York (NYU), fue despedido en agosto sin una entrevista previa ni una explicación clara, lo cual lo dejó “desconcertado”, según declaró a la AFP.

Fueron 82 los alumnos que firmaron una petición para quejarse de su calificación, que consideraban demasiado dura.

“Los estudiantes que escribieron la petición (...) no pudieron aceptar el hecho de que no les estaba yendo bien (...). Buscaron a alguien a quien culpar”, alegó Jones.

Jones estimó que apenas una cuarta parte de sus 350 estudiantes no lograron aprobar.

El despido de Jones a los 84 años podría haber pasado desapercibido si no fuera por un artículo publicado en el diario The New York Times a principios de octubre, lo que provocó un acalorado debate. Antes de trabajar como profesor adjunto en la NYU, una universidad privada, Jones ocupó puestos de enseñanza importantes en las prestigiosas universidades de Princeton y Yale.

Muchos otros profesores han ofrecido su apoyo a Jones, denunciando lo que ven como el peso desproporcionado de la opinión de los estudiantes, algunos con sensibilidades aumentadas por las tensiones sociales y los confinamientos relacionados con la pandemia del covid-19.

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El poder cambió de manos

Marty Ross, profesor emérito de la Universidad Northeastern, en la ciudad de Boston, cree que algunas universidades privadas tratan con condescendencia a los estudiantes en un país donde se les pide habitualmente a los estudiantes su opinión sobre los profesores y los cursos.

Estos “clientes”, dijo, tienden a sentir hostilidad hacia las materias difíciles o fuera de su especialización, como la química orgánica, y “desarrollan una actitud del tipo ‘¿por qué necesitamos este curso?’.”

“Si (tienen) dificultades, le dan malas calificaciones al curso y pueden llegar a presentar quejas formales”, señaló a la AFP.

En contraste, este científico ambiental ya jubilado destacó que conoce a profesores incompetentes que se las arreglan para completar sus cursos solamente por tener la reputación de ser “calificadores fáciles”.

Al final, dijo Ross, “el poder ha pasado de los profesores a los estudiantes, que no es la mejor manera de administrar una universidad. Es como si los pacientes de repente les estuvieran diciendo a los cirujanos cómo operar”.

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La relación deferente entre estudiantes y profesores que se ve en otros lugares no existe realmente en Estados Unidos, opinó Karin Fischer, periodista e investigadora asociada del Centro de Estudios de Educación Superior de la Universidad de California-Berkeley.

“En Estados Unidos, existe la noción de que se supone que debes desafiar la autoridad en el salón de clases. Se supone que debes hacer preguntas a tus profesores. Se supone que no debes asumir que todo es a través del evangelio de ellos”, dijo.

“Debatir y tener discusiones y cuestionamientos es parte de la mentalidad de pensamiento crítico de la universidad estadounidense”, añadió.

Souradeep Banerjee, un joven profesor de la Universidad de Temple, en Filadelfia, que cursó la mayor parte de sus estudios en la India, dijo que se dio cuenta por primera vez del poder de los estudiantes estadounidenses cuando se le asignó la tarea de calificar trabajos.

Un profesor a cargo de un curso con 300 estudiantes reunió a Banerjee y a otros tres asistentes y les dijo que tenían que ser más flexibles al calificar “porque las finanzas de Temple y el funcionamiento de la universidad dependen básicamente de la inscripción de los estudiantes, ¿verdad?”.

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Matrículas por las nubes

Esta relación comercial es primordial para algunos estudiantes y sus padres, quienes exigen una calidad de educación acorde con los sacrificios que hacen para que los jóvenes puedan asistir a la universidad.

En Estados Unidos, es común que un estudiante universitario pague hasta 60.000 dólares al año de matrícula, eso sin incluir los gastos de alojamiento, transporte o alimentación. Muchos estudiantes solicitan grandes préstamos para poder financiar su educación terciaria.

“El hecho de que hayan tenido que pedir mucho dinero prestado los presiona mucho para obtener buenas calificaciones”, explicó Fischer. Los estudiantes quieren lograr resultados positivos “para no tener que pasar semestres adicionales en la universidad”, resaltó.

La estudiante de primer año de la Universidad de Temple, Daniela James, admitió que antes de inscribirse a un curso se fija en la forma en que califican los profesores y además revisa los comentarios sobre los docentes en .

“No puedo darme el lujo de perder el tiempo. Estoy pagando mucho”, afirmó James, quien hace malabarismos con dos trabajos fuera de clase, uno en el campus y otro en una de las principales cadenas de tiendas de ropa de Estados Unidos.

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