El Perú es uno de los países latinoamericanos donde el porcentaje de católicos continúa por encima del 75% de los creyentes, que llega a ser 89,1% de la población, según la última encuesta del IOP-PUCP publicada en diciembre del 2017. Pero más allá de los números, la Iglesia Católica se arraigó en la vida cotidiana de los peruanos, así como en la sociedad civil de la que se hizo parte, acercándose a los conflictos del presente y haciendo escuchar su voz desde los valores del evangelio, y dando testimonio en la práctica del amor a Dios y al prójimo. Considerando este proceso, preguntamos por el sentido básico que las personas daban a la religión, y 82,9% opina que el sentido básico de la religión es “hacer el bien a otras personas” frente a 14,5% que opina que es “seguir normas y ceremonias religiosas” (IOP).
La llegada de Francisco se espera con ilusión y esperanza, porque es el primer Papa latinoamericano y porque forma parte de los pastores que se identificaron con el llamado de San Juan XXIII en el Concilio Vaticano II (1962-65), para que la Iglesia se hiciera pobre para los pobres, abriera las puertas y ventanas para interesarse por la humanidad, la justicia y la construcción de la paz. Este año se celebran 50 años de la Asamblea de Obispos en Medellín, en la que se miró la difícil realidad del continente, se compartió la preocupación por la situación que llamaron de violencia estructural y la urgencia de buscar la justicia. Frente a los cambios de hoy, el Papa Francisco nos visita en un momento oportuno.
Francisco viene ahora a mirar directamente la realidad del Perú, comenzando por Puerto Maldonado, gesto simbólico para llegar desde los pueblos que luchan por su reconocimiento desde la periferia. Allí se encontrará con los pueblos indígenas de la Amazonía y representantes de los pueblos indígenas cusqueños. Escuchará de propia voz los problemas con industrias extractivas, que afectan su vida y su hábitat, con el trabajo forzado, la trata de personas, y el reclamo del derecho a tener voz y a ser reconocidos en su dignidad humana. También se encontrará con obispos de los países amazónicos que forman parte de la Red Eclesial PanAmazónica (Repam), quienes están convocados al Sínodo de la Amazonía en el 2019.
Viaja después a Trujillo, donde la religiosidad popular es tema central. En una investigación reciente sobre transformaciones en la ‘religión vivida’ en ciudades latinoamericanas hemos comprobado que parte de esta religiosidad, más allá de las imágenes, se mantiene por la relación personal con Dios en la figura de Cristo sufriente, con la Virgen María y con los santos, con quienes se identifican cercanamente, y con quienes tienen una relación cotidiana de amistad y confianza. Esta se alimenta con la experiencia diaria de lo que entienden como milagro, desde el pan de cada día, en el hecho de haber sido atendidos bien en un hospital o de haber sido considerados personas por otros.
En Aparecida (2007), documento de la Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe, los obispos vuelven a preguntarse como ser discípulos y misioneros frente a la nueva realidad Latinoamericana y proponen ir al encuentro de los demás; ser comunidades abiertas a la sociedad, para salir del templo, para llevar la buena nueva a todos los pueblos. Es a lo que Francisco como Papa invita hoy: a ser una Iglesia en salida. Este es un gran desafío que llega en buen tiempo. No importan las diferencias, sino el mandato fundador de Jesucristo: de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Es decir, ponerlos al centro como a un hermano, un igual, que llama a la acción urgente, a la movilización de recursos, a la solidaridad con los nuevos rostros de los pobres hoy.