Lionel Messi, en menos de un mes, ya podrá negociar su futuro en un nuevo equipo. (Foto: AFP)
Lionel Messi, en menos de un mes, ya podrá negociar su futuro en un nuevo equipo. (Foto: AFP)
Jorge Barraza

Les llevó años, pero tal vez se recuerde como la más prolija y paciente tarea de destrucción de un equipo maravilloso. Y de un club fantástico. Hablamos del FC Barcelona. A comienzos de siglo y por una vez se alinearon los planetas: un gran presidente -Joan Laporta-, un técnico joven, inquieto e inteligente -Pep Guardiola- y un plantel rebosante de talento con Xavi, Iniesta, Puyol, Piqué, Valdés, Busquets, Pedro, todos de inferiores, con el ADN futbolístico de la casa; a ellos se agregaban los foráneos Ronaldinho, Yaya Touré, Dani Alves, Abidal, Thierry Henry, Eto’o… Y en lo alto de la torta, la joya: Messi. El resultado fue un excepcional ballet de fútbol asociado, preciosista, ofensivo y letal que aplastó a sus rivales por varias temporadas e hilvanó título tras título. Unió espectáculo y eficacia, que rara vez contraen matrimonio. Sólo el Santos de Pelé, otra bella y contundente maquinaria, resiste la comparación. Ambos duraron mucho tiempo y en ello también superan a cualquier otro recordable.

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Pero en 2010 entró un nuevo presidente -Sandro Rosell- y aunque la compañía continuaba dando funciones estelares, comenzó un lento pero persistente proceso de descomposición institucional que fue corrompiendo lo deportivo. Para empezar, Guardiola, desconfiado de Rosell y sin empatía con él, anunció su indeclinable adiós. Rosell ni intentó convencerlo, al contrario, quedaba libre para fichar él a placer. Ahí comenzó un desfile de entrenadores sin estatura para sucederlo. La corrosión interna fue poco advertida desde fuera, disimulada por las proezas de un Messi joven, sus Balones de Oro y algunas coronaciones que llegaron por los restos de grandeza de aquel cuadrazo.

El agua seguía entrando y el deterioro se vio fuertemente acelerado cuando Rosell, acosado por diversos procesos judiciales en su contra, dio paso a su mano derecha, el vicepresidente Josep María Bartomeu. Éste, hombre del baloncesto, minó definitivamente el poderío del equipo con decisiones futbolísticas calamitosas. Cantidades de fichajes inútiles y ultramillonarios que erosionaron el poderío del equipo y fueron endeudando al club, concediendo además los salarios más desorbitados del mundo. Ejemplo: el caso Griezmann. El club pagó 135 millones por él al Atlético de Madrid, más 15 de comisiones y le hizo un contrato por cinco años de 40 millones brutos anuales. Total: 350 M€ por un jugador que, año y medio después, puede catalogarse de fiasco colosal. Lo mismo sucedió con Coutinho y Dembelé. Eso, entre los más resonantes. Sólo el Atlético de Madrid le sacó 175 millones por Arda Turan y Griezmann. No hace falta agregar nada sobre el rendimiento de ambos. Ahora, para quitárselos de encima, deberá regalarlos como hizo con Luis Suárez, Arturo Vidal, Iván Rakitic y Rafinha. Y encima, para extirparlos, pagarles la mitad del contrato en el club que acepte recibirlos, pues de otro modo nadie los querría. Eso hizo con Suárez. Es la única forma de reducir la voluminosa masa salarial.

“Han desfilado cantidades de directores deportivos que llenaron de paquetes al Barça, los llevas a cualquier mercado y es imposible colocarlos, te los devuelven por malos y el Barça no sabe qué hacer con ellos. Además, hay que añadir los que aún quedan aquí, Junior Firpo, Griezmann, Braithwaite, Dembelé, Umtiti, Pjanic, Coutinho, Aleñá, Trincao, Matheus Fernandes, etc. En cambio, se regaló a Suárez, Rakitic y Arturo Vidal”, afirma David Amador, periodista de La Xarxa.

El resultado es un plantel pésimo, desbalanceado, corto y sin calidad. Y aún así, carísimo. Messi lo venía anunciando en cada conferencia de prensa: “No estamos bien, con lo que hay no nos alcanza”. Recomendó recomprar a Neymar, no le hicieron caso y gastaron una fortuna en Griezmann, a quien todo el plantel le había bajado el pulgar. La directiva posiblemente actuó por despecho, pues se le había fugado Neymar teniéndolo atado y cobrando millonadas.

Luego de despedir a Ernesto Valverde llegó Quique Setién, un capitán sin currículum y sin manejo para semejante transatlántico. Y tras separarlo del cargo (luego del 2-8 ante el Bayern Munich) echaron mano a Ronald Koeman, llegado en medio de un gran incendio. Pero Koeman es más grato como recuerdo por su pasado de futbolista que como entrenador. Pese a todo, no es culpable del presente, sí otra pieza más que no era la adecuada. Ahora, dicen, el vestuario estaría molesto con el holandés por el planteo táctico, pero el problema real es la desmotivación; se lo nota un grupo desganado, abatido, desunido.

Alguien dijo “hay que echar a Koeman”; es que tampoco existe una autoridad para hacerlo, el club está acéfalo luego de la moción de censura que reunió más de veinte mil firmas (en plena pandemia) y eyectó a Bartomeu de su sillón. Hay una junta gestora encargada de llamar a elecciones. Se esperaba lo hiciera con urgencia por la situación delicadísima del club, pero permanecerá tres meses. Mientras, las llamas se agrandan. Fijó comicios para el 24 de enero, con lo cual el presidente entrante no tendrá tiempo de concretar salidas o arribos del plantel pues el mercado de invierno cierra el 31.

Jordi Moix, tesorero saliente, admitió una deuda de 488 millones de euros, pero dado que los ingresos serán bastante menores de lo pensado por el Covid, crecerá mucho. Otras voces sitúan el pasivo real en 800 millones y algunos más en 1.200. Se solicitó un préstamo al fondo de inversión Goldman Sachs para remodelar el envejecido y descuidado Camp Nou (ni pintura tiene), la obra debió iniciarse hace cuatro años, nunca comenzó. Algunos sospechan que parte de ese crédito ya se usó para pagar sueldos. Ahora se avisó que no se podrán abonar los salarios en enero. Nadie quiere imaginar lo que podría encontrar una auditoría cuando ingresen los nuevos dirigentes. Todos los desaguisados fueron posibles gracias al amparo de un robusto sector de la prensa catalana, no ya complaciente sino cómplice, tapadera. Esa prensa habla de que “podría escaparse la liga” cuando la realidad es que están bajando los botes salvavidas.

El martes último regaló virtualmente el primer puesto del grupo a la Juventus, que debía ganarle 3-0 en Cataluña para invertir el orden de clasificación. Y fue 3-0. Por ello deberá enfrentar en octavos al Liverpool o el Chelsea o el Bayern o el PSG o el City o el Dortmund, con lo cual los hinchas temen otro papelón europeo.

Frente a la Juve pareció jugar Messi sólo, intentó todo, pero enfrente tenía un equipo entero, ordenado, sólido. A propósito, dentro de 19 días Messi ya podrá negociar como agente libre con cualquier otro club. Y el 30 de junio podría irse sin traba alguna. Barcelona deberá pagarle, además, un bono de 50 millones adicionales por una cláusula de fidelidad. Los nueve precandidatos a la presidencia han manifestado que intentarán convencer a Messi de quedarse, por lo deportivo y porque temen lo peor: una espantada de patrocinantes. “Cuando tú vendes la marca Barcelona por el mundo pones la cara de Messi. Ninguna firma se atrevería a renovar por tres o cuatro años más porque se desconoce cuál será el valor del club sin este jugador”, augura Cinto Ajram, responsable de activación de patrocinios del Barça en los últimos años.

Se huele un fuerte olor a destrucción. El equipo, que juega un poco peor cada vez, está noveno en el campeonato a 12 puntos del líder (Atlético, al que le obsequió a Suárez) pero a sólo 3 de puestos de descenso. Es cierto, falta mucha liga, pero así empiezan los naufragios, entre el desinterés, la apatía, la indolencia y el confiar que nunca pasará. Te avisan que hay icebergs adelante, pero no les haces caso, eres el Titanic. Y la orquesta sigue tocando.

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