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‘Niños’ liquidan a septuagenario
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Hace casi 70 años, Fernando Belaunde Terry, bandera peruana en mano, encabezaba una marcha del Frente Nacional de Juventudes Democráticas. Avanzaba por el Jirón de la Unión hacia Palacio de Gobierno para exigirle al dictador Manuel Odría –a quien había combatido– su inscripción como candidato. Desde un rochabús y a corta distancia le lanzaron un potente chorro de agua que lo hizo caer al suelo. El episodio, conocido como el manguerazo, lo catapultó a la escena política nacional y dio origen a Acción Popular.
Logró la inscripción, pero las elecciones de ese año fueron ganadas por Manuel Prado, gracias a los decisivos votos del Apra a cambio de su legalización, en lo que se llamó la convivencia. En 1962, Belaunde volvió a postular, pero un golpe militar anuló las elecciones. En 1963, en alianza con la Democracia Cristiana, fue elegido presidente. La coalición opositora Apra-UNO actuó con una vocación destructiva de rasgos hoy diríamos keikeanos. El 3 de octubre de 1968, unas Fuerzas Armadas radicalizadas dieron un golpe, acusándolo de no haber realizado la reforma agraria prometida. Belaunde vivió 10 años en el exilio y los dirigentes de su partido sufrieron lo suyo.
En 1978, Acción Popular no participó en la Asamblea Constituyente, que fue ganada por el Apra y presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre. Muerto el líder aprista, el candidato Armando Villanueva iba adelante, pero en el tramo final Belaunde arrasó en las elecciones de 1980.
Le tocó gobernar en una época extremadamente difícil, pues en paralelo Sendero Luminoso inició su sangrienta “guerra popular”. Las decisiones que su gobierno tomó –y las que dejó de tomar– frente a esa amenaza fueron motivo de controversia.
Quince años después de dejar la presidencia, Belaunde tendría su último acto político. Al apoyar la Marcha de los Cuatro Suyos, convocada contra el fraude de Fujimori, pronunció ante una multitud un discurso desde un balcón de la plaza Dos de Mayo.
Pocas semanas después, cuando el presidente fraudulento huyó del país y se refugió en Japón, el Congreso eligió a Valentín Paniagua, de Acción Popular, como presidente de la transición. Había sido electo congresista por Lima con pocos votos preferenciales, entre los cuales –me enorgullezco– estuvo el mío.
Paniagua alcanzó una enorme popularidad durante su breve gestión, al punto de que su partido lo presionó para postular a la presidencia en el 2006. Aceptó sin entusiasmo, consciente ya de que la muerte lo rondaba.
Con todas las discrepancias que se puedan tener, Acción Popular había sido hasta entonces un actor positivo de la vida política peruana, en particular por su compromiso con la libertad y la democracia.
Lo que vino después fue una decadencia progresiva. En el 2011 formaron parte de una alianza derrotada y, en el 2016, obtuvieron apenas cinco escaños en el Congreso.
En el 2021, Yonhy Lescano, quien poco antes de la votación encabezaba las encuestas, terminó llegando quinto, aunque consiguió colocar 16 congresistas. Fue una desgracia. Me cito: “No pocos de ellos se convirtieron en los congresistas ‘Niños’, quienes simbolizan la calidad moral del peor y más repudiado Congreso que se recuerde. Pedro Castillo los bautizó así ‘porque eran obedientes y votaban a su favor cuando lo necesitaba’. Las investigaciones apuntan a que el verdadero amor era a los chicharrones: a cambio, obtenían carta libre para colocar a su gente, direccionar licitaciones y cometer toda clase de trapacerías”.
La reacción de la dirigencia y de los líderes del partido frente a tamañas inconductas fue tardía, desordenada y débil, lo que añadió gasolina al incendio. Luego, las malas prácticas se trasladaron a las elecciones internas y Acción Popular terminó por implosionar. El Jurado Nacional de Elecciones no hizo sino poner la lápida.

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