La guerra que daría fin a todas las guerras fue sangrienta y, lamentablemente, no fue definitiva. Pero contó en su inmenso frente con una serie de insólitas treguas durante la navidad de 1914 donde los jóvenes soldados confraternizaron jugando en tierra de nadie improvisados partidos de fútbol, en algunos casos con pelotas hechas de latas, en otros sobre el fango y, como se reporta, siempre en afán de diversión ante un enemigo con el que luego se reencontrarían a través del fuego.
Menos de 30 años después, cuando el mundo estaba nuevamente en guerra, durante la invasión nazi a la entonces Unión Soviética, un valiente grupo de prisioneros ucranianos que eran futbolistas profesionales se enfrentaron en un partido de fútbol a los alemanes. Los ucranianos ganaron y fueron condenados a campos de concentración donde muchos de ellos acabaron torturados para ser finalmente asesinados.
Antes que nada, el fútbol comenzó siendo un juego y, como tal, es parte importante de la cultura humana. Desprendidos del seno materno, inventamos formas para reemplazarlo, transferimos su presencia a través de juguetes y juegos, y creamos mundos para organizar el nuestro. No somos los únicos en la naturaleza que lo hacen; en realidad, los mamíferos, en su mayoría, juegan como parte de una labor de aprendizaje, de enfrentar el aburrimiento o de socializar. ¿Queda algo de juego en el fútbol que vemos en el Mundial? Supongo que sí, pero todo el evento se ha convertido en una intricada red de negocios globales, sistemas políticos, consorcios, sistemas de ideología y maquinarias de consumo, al punto de que hoy el Mundial es una suerte de Rey Midas que todo lo que toca lo convierte en producto.
Definitivamente, el hecho de que ahora veamos el Mundial como espectadores y no como participantes permite que nos concentremos mucho más en los aspectos políticos y económicos de una sede que definitivamente es polémica, como lo es un país que ha tenido que adaptar fechas, horarios y tecnología contaminante para afrontar un calor que hacía imposible sostener partidos en circunstancias habituales. Sin embargo, la mayor preocupación está dirigida a la sobre explotación de los trabajadores migrantes y a las consecuencias fatales que tuvo esta situación durante la construcción de los estadios. Esto hace aún más notoria la situación de los derechos humanos en un país en el que las mujeres y las minorías no gozan de igualdad y, por el contrario, son víctimas de castigo brutal y vigilancia arbitraria.
Un Mundial de fútbol implica el encuentro de culturas, y esta ha sido una oportunidad para que Occidente se reencuentre de manera pacífica con el mundo árabe, con el que casi al inicio de cada milenio, desde las cruzadas hasta la actualidad, suele enfrentarse militarmente en guerras que, bajo el manto de lo religioso, han llevado conflictos políticos y económicos a escala global. Pese a ello, el impacto de la cultura árabe en Occidente es tan infinito como los números arábigos, gran parte de las matemáticas, la preservación de los clásicos griegos del oscurantismo, la medicina y una deslumbrante literatura. Los latinoamericanos compartimos con la cultura árabe el ser una comunidad de países unidos por la lengua, la religión, la cultura y una historia común con matices particulares. Es más, nuestro idioma, arquitectura y comida están claramente influidos por el medio oriente y compartimos en Lima el desafío de vivir en pleno desierto bajo el sol y la luna. Es bueno que nos acerquemos y que no solo sean las propagandas políticas las que nos den una imagen de otras culturas, como lo dijo el hermoso mensaje compartido entre el actor Morgan Freeman y el ‘youtuber’ Ghanim al-Muftah durante la inauguración de los juegos: “es más grande lo que nos une que lo que nos divide”.
Habiendo dicho esto, quisiera compartir lo que a raíz del Mundial conversaba con mis alumnos de antropología hace poco. Una cultura debe entenderse desde la perspectiva de esa misma cultura, a riesgo de imponer nuestras propias categorías culturales para juzgarlas. Este “relativismo cultural” es una buena herramienta metodológica, pero no un argumento moral que sirva para justificar la opresión, la esclavitud, la discriminación contra las minorías, la desigualdad de género y ningún tipo de violencia o atentado contra el cuerpo o la libertad. Como también se dijo en la inauguración del Mundial, el mundo ahora es una carpa que compartimos y en donde podemos convivir con el respeto a los derechos humanos que, ahora más que antes, son conocidos y deseados por la mayor parte de los seres humanos de todo grupo cultural.
Definitivamente, no es un Mundial perfecto, pero ojalá que el espíritu del juego y la posibilidad de observar lo que tenga que corregirse en la aldea global traiga a la memoria el alma de ese grupo entusiasta de jóvenes que, en aquella navidad lejana y helada de 1914, en medio de una desgracia mundial, jugaron entre el fango, se hermanaron corriendo detrás de una pelota, ignorando a sus lejanos emperadores, y nos recordaron que en el juego fraterno está nuestra verdadera victoria.