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Alfredo Bullard

Imagínese que decide establecer un nuevo negocio. Quiere abrir una librería. Pero quiere hacer una librería diferente. Cree que para vender más libros la gente podría sentarse un rato a leer y así animarse (o no) a comprar un libro. 

Pero eso también le abre una oportunidad de negocio. Puede ser que al potencial comprador del libro le interese comprar un café o comer un sándwich mientras lee. Entonces incluye en su librería un negocio de cafetería. Parece una idea interesante. 

Arma entonces un modelo de negocio distinto a la librería tradicional. De pronto se da cuenta, con el éxito de su modelo (sus ventas de libros son buenas y suma beneficios por la cafetería), de que colocar una cata y venta de vinos puede ser interesante. Entonces amplía su línea y cambia su modelo. Su negocio le va mejor aun. Y lo más importante: los clientes se benefician con dicho modelo. Pronto las demás librerías lo imitan. 

Por supuesto que es su librería. Usted decide qué se vende adentro y cómo se vende. Si alguien se va a la cafetería del frente para traer su café o viene con una copa de vino del bar de la esquina, usted está en todo su derecho de impedir la entrada. Para eso desarrolló su estructura de negocio de cierta forma y con ciertos incentivos. 

Imagínese que viene un funcionario público y le dice: “Mire, señor: Su negocio es de librería, no de cafetería ni de bar. Usted debe permitir que se ingrese con café, sándwiches o vino a quienquiera. Solo puede desarrollar los modelos de negocio como yo considere de su rubro”. 

Los modelos de negocio son formas de innovar. Por eso esos modelos cambian continuamente. Si una peluquería decide que solo usará champús o cremas de cierta marca o un restaurante cierta marca de gaseosas, obedece a cómo estructura su negocio. La razón por la que dejamos que eso sea así es, primero porque el propietario tiene derecho a organizar cómo se usa su propiedad. Segundo, porque la innovación continua en nuevos modelos de negocio beneficia a los consumidores.  

Es por eso que los modelos de negocio no son determinados por entidades del Estado. Se llama libertad de empresa. Y la libertad de empresa tiene como límite la libertad de contratación de los consumidores: ellos no pueden ser obligados a contratar modelos de negocio que no les gustan. Si no les gustan las librerías con cafetería, pueden ir a buscar una que no la tenga o comprar un café y tomarlo en su casa. 

La decisión de la canchita en los cines fue “aclarada” (yo diría “reconfundida”) por el Indecopi. Los cines sancionados presentaron una aclaración para que se precise, dado que los consumidores podrían traer comida y bebidas al cine, qué significaban comidas y bebidas similares. Hace unos días dictó la decisión. 

Cuando uno trata de aclarar un absurdo, manteniendo el absurdo, lo que salga será aun más absurdo. Lo que ha hecho el Indecopi es diferenciar, por ejemplo, las llamadas salas prime de las salas normales. Ha dicho que son modelos de negocio diferentes porque las prime son como restaurantes con cine (¿?). ¿Y por qué es así?¿Porque tienen sillones reclinables y mesitas para poner comida? ¿Y si a las salas comunes les pongo una mesita? ¿Y si les pongo una almohada a las butacas? ¿Y si incluyo mozos? ¿Cambio el modelo de negocio? 

Es absurdo hacer ese tipo de diferencias. En realidad son negocios muy parecidos. La diferencia es que uno es “más pituco” que el otro. Pero en ambos se puede servir comida y en todos la comida es para ver la película. Es como decir que si en la librería coloco mesas y tazas bonitas, se puede vender café exclusivo y si lo sirvo solo en vaso de plástico descartable, se puede traer café de afuera. 

Lo que pasó es muy simple: el Indecopi metió la pata. Me imagino que ya se dio cuenta. Pero como no quiere sacarla, entonces mete la otra pata y da una resolución aun más ridícula que la primera. Lo cierto es que metió sus narices donde no debía. Ahora, si sigue su propio precedente, podrá decidir cosas tan absurdas como que no se puede vender papel higiénico en una ferretería, periódicos en una bodega o lustrarse los zapatos en el aeropuerto.