Augusto Townsend Klinge

¿En qué momento nos convertimos en un país tan poco dispuesto a superarse a sí mismo y tan propenso, más bien, a involucionar hacia la mediocridad?

Dos noticias me han dejado perplejo esta semana. Una es que hemos vuelto a caer en el ránking de competitividad mundial que publica el de . Ahora estamos en el puesto 63 de los 67 países que forman parte de la evaluación, y hemos retrocedido ocho posiciones. Bien al fondo de la tabla, apenas superando a (66) y (67), lo que no debería ser consuelo para nadie.

Me hizo recordar que hemos venido cayendo inmisericordemente también en el índice del Instituto Fraser que mide el atractivo de un país para la (en cinco años hemos pasado del puesto 24 al 59), y hemos dilapidado la credibilidad alcanzada para mantener el grado de inversión de las agencias calificadoras. Estamos a un paso de perderlo.

La segundo noticia acongojante es conocer cómo, pese a la insistencia con la que el habla de nuestra “inminente” incorporación a la , una carta difundida por el programa “La contra” y que el entonces primer ministro habría preferido ocultar nos alertaba desde octubre del año pasado que no había forma de que el consiguiera tal cosa si seguía debilitando las instituciones encargadas de la lucha

Bah. A quién le interesa entrar a la OCDE, el gremio de los países con las mejores prácticas globales en materia de gestión y . A quién le quita el sueño ser un país crecientemente competitivo, que atraiga más y más inversiones generadoras de empleo y recaudación tributaria, que siga mereciéndose el grado de inversión. Así parece pensar buena parte de nuestros líderes políticos, aunque de la boca para fuera digan otra cosa.

En otras circunstancias, uno podría pensar que, si no avanzamos en estos frentes, es porque los están demasiado enfrentados y no se pueden poner de acuerdo sobre reformas estructurales impostergables. Pero la realidad demuestra que sí les resulta fácil ponerse de acuerdo, solo que para otros temas, que son precisamente los que nos están haciendo retroceder.

La destrucción de la institucionalidad anticorrupción es un ejemplo de que sí se pueden formar mayorías en el Congreso con intereses subalternos y la complicidad del Gobierno. De manera que tenemos a dos poderes del Estado colaborando para bloquear el ingreso del Perú a la OCDE, porque quieren ponerse a buen recaudo de las instituciones que la OCDE dice que deberíamos estar, más bien, fortaleciendo.

Entretanto, en el Congreso proliferan las iniciativas mercantilistas o demagógicas que van destruyendo la competitividad del país, y el Gobierno se pone de perfil, elige no observarlas y contribuye lo suyo al buscar más bien convalidación a sus crecientes niveles de irresponsabilidad fiscal.

El Perú tiene afortunadamente un que es un oasis meritocrático y tiene a su favor una buena dotación de recursos naturales, condiciones climáticas excepcionales para algunas actividades productivas y un buen contexto de precios internacionales. Pero no podemos seguir pensando, como hemos hecho en el pasado, que con eso basta para que la dé los resultados a los que aspiramos.

En otros momentos ayudaba inflar el pecho por nuestra , porque a nuestra selección de fútbol le iba coyunturalmente bien o porque habíamos logrado algo espectacular con los Lima 2019. Nos íbamos convenciendo de que, en algunas cosas, el Perú sí podía aspirar a la grandeza.

Si solo fuera tan fácil. Estamos dejando que se asiente este proceso de involución como si el retroceso fuese lo más característico de nuestra nueva normalidad. Una epifanía colectiva que nos saque de este letargo es lo que necesitamos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Augusto Townsend Klinge es Fundador de Comité y cofundador de Recambio