“La posibilidad de que los parlamentarios recién electos ejerzan algún grado de fiscalización o contrapeso frente al gobierno de Vizcarra sencillamente no existe”. (Ilustración: Mónica González).
“La posibilidad de que los parlamentarios recién electos ejerzan algún grado de fiscalización o contrapeso frente al gobierno de Vizcarra sencillamente no existe”. (Ilustración: Mónica González).
/ Mónica González
Mario Ghibellini

No todos los pigmeos son africanos. Existen también pueblos a los que se les da esa denominación en las Filipinas, en Australia y hasta en Colombia. Pero los estereotipos creados por el cine y la televisión nos han llevado a imaginarlos siempre como unos misteriosos nativos del continente negro que asoman entre el follaje de la selva cuando una desorientada partida de expedicionarios occidentales acaba de pasar sin advertir su presencia… Hasta que, por alguna razón, uno de ellos es capturado y toda la tribu termina cargando los bultos de los exploradores.

Sea como fuere, en el Perú, no solíamos tenerlos, pero las elecciones del domingo pasado han cambiado esa circunstancia. En ellas, han conseguido llegar al Congreso, pero con votaciones que en todo el país no alcanzan, en el mejor de los casos, ni el 11% de los votos válidos. Es decir, ni el 11% de un universo del que ya han sido descontados los votos blancos y viciados (aproximadamente un 18% de los votos emitidos). Si consideramos, además, que un 25% de los electores hábiles no acudió a las urnas y que cerca de un 26% de los votos válidos fue para los partidos que no pasaron la valla, la talla de los triunfadores comienza a encogerse rápidamente, al punto de hacerlos parecer lo que anunciábamos al principio de este párrafo: un primer brote de compatriotas pigmeos.

Adicionalmente, según los últimos cálculos, el número de los integrantes con los que contará cada bancada oscilará entre 25 y 9, por lo que las decisiones que necesiten mayoría calificada (87 votos) van a requerir un auténtico ‘jamboree’ de los novísimos clanes liliputienses. Pero más importante que eso es que la posibilidad de que los parlamentarios recién electos ejerzan algún grado de fiscalización o contrapeso frente al gobierno de Vizcarra sencillamente no existe.


–Embargo de micros–

Alguien podría argumentar que en realidad nunca se sabe, que en el cambiante escenario de la política local jamás todo está dicho y que a lo mejor, ya acomodada sobre sus escaños, alguna bancada se crece. Pero basta una revista somera a los equipos congresales que conformarán la próxima representación nacional para comprender que aquí no habrá vitacalcio que valga.

Empecemos , que ha celebrado su discretísimo 10% como si hubiese sido una victoria de elecciones presidenciales y en primera vuelta. Si en algo se han mostrado hasta ahora de acuerdo sus futuros legisladores es en pedir perdoncito por la actitud de su última bancada durante la jornada del 30 de setiembre y en tratar de esconder a la señora Mónica Saavedra. Ella, que postuló con el número 1 en la lista por Lima, tuvo la presencia de ánimo de decir que consideraba que el Congreso había sido disuelto inconstitucionalmente y anunció hace poco, en una entrevista, que su partido ejercería desde la plaza Bolívar un frente al Ejecutivo (una torpe manera de expresar su compromiso con las tareas opositoras) y desde entonces se ha producido un misterioso embargo de micros a su alrededor.

Algo semejante cabe apuntar acerca de Alianza para el Progreso, partido que en su momento repartió sanciones y pedidos de renuncia entre aquellos congresistas que a fines del año pasado le mostraron los dientes al gobierno –Marisol Espinoza y Luis Iberico– y que ahora, bajo la guía señera de su líder, luce dispuesto a demostrar que una organización política está madura cuando alcanza la madurez.

¿Los morados? Proclives desde el principio a confundir el color de la chicha (que los caracteriza) con el “chicheñó” y golpeados por un debut bastante más modesto que el que sus sueños prometían (nueve curules, según las proyecciones más recientes), presumiblemente van a estar más apremiados por la urgencia de buscarse un líder que no se corra que por la de los decretos que tendrían que evaluar y, en muchos casos, derogar.

, a su turno, será de seguro poco más que Daniel Urresti, cuyos arrestos fiscalizadores, podemos apostar, tenderán a manifestarse más en el Hall de Los Pasos Perdidos (en donde se agolpan los reporteros y las cámaras de la prensa) que en el hemiciclo. No se puede descartar, eso sí, que por ahí se le ocurra formular una iniciativa legislativa para declarar el yeso sustancia ilegal.

Del Frepap, por otro lado, se puede esperar rito y sermón. Pero en lo que concierne a la severa vigilancia de los actos de gobierno del vizcarrismo, es probable que las teorías que los vinculan con algunas de las tribus perdidas de Israel encuentren de pronto sustento. Y en cuanto a Somos Perú, disculparán ustedes el escepticismo, anticipamos una bancada cuyos miembros serán, sobre todo, aspirantes a algún Óscar como mejores actores de reparto.

Finalmente, los eventuales gestos opositores que pudieran esbozar Fuerza Popular, el Frente Amplio o la facción antaurista de UPP serán, a no dudarlo, episódicos, numéricamente irrelevantes y contradictorios entre sí, por lo que no constituirán preocupación alguna para el actual jefe del Estado.


–Cucurucho–

Vizcarra, más bien, ha dicho que quiere dialogar con todos esos sectores y ha anunciado que pronto empezará con ellos una ronda. No ha quedado claro, sin embargo, si después de la ronda vendrán “la gallinita ciega”, “el huevo podrido” y “el cucurucho”. Porque la verdad es que con estas huestes empequeñecidas –tanto en respaldo ciudadano como en consistencia política– no tiene necesidad de hacer mucho más.

Como en el estereotipo de las películas, los pigmeos que hemos elegido terminarán cargando los bultos del explorador. O, más que del explorador, del aventurero, pues es evidente que el presidente nos ha metido en este territorio incierto sin mapa ni brújula. Y solo guiado por los rumores lejanos del aplausómetro.