Impresiones preliminares de las elecciones regionales y municipales del domingo pasado:
1. Se confirma un patrón que ya podríamos llamar estructural de la política peruana: tenemos políticos personalistas y pragmáticos que intentan desarrollar carreras buscando partidos con opciones electorales, y partidos que son poco más que una inscripción, manejados por un núcleo pequeño que se mueve alrededor de identidades gruesas y difusas, sin cuadros ni candidatos propios y que, además, necesitan de los políticos personalistas para seguir existiendo. Hay excepciones, pero son precisamente eso.
2. Siguiendo el razonamiento anterior, no es de extrañar que los partidos políticos “nacionales” no muestren mayor presencia territorial, y que allí donde aparecen lo hagan cobijando a políticos personalistas. De otro lado, los movimientos regionales suelen reproducir a su escala la dinámica descrita sobre los partidos nacionales. En medio de una desafección ciudadana bastante extendida, no se necesita demasiado apoyo para poder destacar. Los porcentajes de intención de voto necesarios para meterse a la pelea electoral se mantienen bajos, lo que alimenta la ilusión de todos los candidatos y la fragmentación del voto. Pero esta impresión requiere confirmación.
3. Dado que los partidos no estructuran la competencia política, y que en las elecciones regionales y locales tienden a predominar preocupaciones menos ideológicas, la competencia se centra en personalidades. En este marco, las más conocidas tienen ventaja, a pesar de tener cuestionamientos; de lo que se trata es de movilizar una base de seguidores. Los cuestionamientos (incluso investigaciones fiscales, penales y hasta condenas) no te descalifican de por sí; todo depende de cómo las manejes y de si logras construir un perfil de “eficientismo”. De otro lado, a figuras nuevas les cuesta trabajo obtener un mínimo de reconocimiento que los meta a la pelea. Construir una reputación de candidato viable requiere inversión; ciertos dineros y compromisos llegan fácil, pero el dinero “limpio” es muy difícil de conseguir. Llegamos, así, al panorama en el que algunas figuras cuestionadas han ganado gobernaturas y alcaldías, pero también otras las han perdido, emergiendo nuevos liderazgos.
4. Más que criticar a los electores, cuestión que por principio me parece profundamente injusto, comodón e improductivo, lo que corresponde es intentar entender su lógica. En realidad, todos los ciudadanos votan esperando que sus representantes solucionen de manera eficaz sus problemas más urgentes; los ganadores, cada uno a su manera, logran concitar, en un número suficiente de votantes, esa expectativa. Los perdedores y observadores descorazonados deben evaluar por qué otras opciones no lograron la credibilidad suficiente para ser una alternativa competitiva.
5. En Lima, en el tramo final de la campaña, tanto Daniel Urresti como Rafael López Aliaga perdieron adhesiones. George Forsyth empezó a crecer, pero también candidaturas como las de Elizabeth León y Omar Chehade. Al parecer, no primó un voto estratégico, sino uno “principista”. El voto por Urresti expresa una demanda muy sentida por mayor seguridad ciudadana que no logró ser canalizada por otros. López Aliaga parece haberse beneficiado del sentido común antigubernamental que prima en Lima, y de proyectar la imagen de empresario exitoso. Su gancho no está necesariamente en sus exabruptos o conservadurismo extremo, sino en su imagen de “gerente” de éxito. Su elección no sería tanto una expresión de un cambio en los valores de los limeños, sino el éxito de proyectar una imagen de gestor eficiente para una ciudad urgida de soluciones. Y me imagino que será también evaluado desde ese parámetro. En ese sentido, podría considerársele un heredero de Luis Castañeda; a diferencia del “mudo”, este es deslenguado, pero su lenguaje resulta más un defecto que una virtud para los electores.
6. Respecto al 2018, llama la atención lo mal que le fue a Acción Popular. También lo mal que le fue a Perú Libre dentro de un ámbito regional de la sierra centro y sur. Se debe destacar también que ya no encontramos figuras “radicales”, como Cáceres en Arequipa, Cerrón en Junín o Aduviri en Puno. Nuevamente, los electores parecen estar buscando soluciones, no ideología.