Iván Alonso

Hemos entrado a una etapa de pesimismo en materia de privada. El BCR pronostica una caída de 0,5% para este año. Para Moody’s, la agencia calificadora de riesgo, la caída será de 2%. Los oráculos locales son aún más “moody”. Estas expectativas contrastan con los resultados observados hasta hace solo seis meses. Después de la pandemia, la inversión privada, a pesar de las vicisitudes políticas, no dejaba de crecer. Pero la tendencia cambió en el último trimestre del año pasado y cerró con una caída de 0,5% con respecto al 2021.

Hay algo de ilusión (o desilusión) óptica en estas cifras, sin embargo. La inversión privada cayó profundamente en la pandemia, pero luego se recuperó muy rápido. Si la recuperación hubiera sido un poco más lenta, si algunas inversiones que se hicieron en el 2021 se hubieran postergado al 2022, las estadísticas habrían registrado un crecimiento de la inversión, en lugar de una caída. Pero el stock de capital sería el mismo. Y eso es lo que importa para la capacidad de producción de nuestra . Una caída de la inversión, por lo demás, es compatible con un crecimiento del stock de capital, siempre que el flujo de inversión –el capital nuevo que se crea– sea mayor que el capital que se pierde debido al desgaste y la obsolescencia.

Lo más importante de la inversión es que sea rentable. Hemos escuchado hasta la saciedad que la inversión privada genera empleo. Eso está bien en un sentido coloquial; pero lo que crea empleo no es la inversión, sino la demanda por los productos que esa inversión hace posibles. Sin una demanda sostenida, el empleo no puede sostenerse. Por eso las políticas de estímulo a la inversión suelen ser ineficaces. Estimulan la construcción de plantas y la adquisición de equipos que, de otra manera, no serían rentables o serían muy arriesgadas. Si la demanda no acompaña, la inversión termina abandonada por más “punche” que se le ponga.

La inversión no es más que un costo de producción como cualquier otro. Lo único que tiene de especial es que es un costo incurrido de antemano. Eso la hace sensible a las expectativas sobre el futuro de la economía y la política. ¿Qué es exactamente lo que les da confianza a los inversionistas? Es un misterio. Quizás ayude pensar en cómo se ha ido erosionando la que antes había. La retórica estatista ha desaparecido de los pronunciamientos oficiales, pero no ha sido categóricamente descartada. Continúa viva en el deseo de asignar a Petro-Perú los lotes petroleros cuyas concesiones están por vencer. La agenda laboral antiempresarial (y, en última instancia, antilaboral también) ha quedado inconclusa, pero no desestimada. El Congreso podría ayudar retrocediendo en lo avanzado; o quizás sería mejor decir “avanzando en lo retrocedido”.

Sospechamos que la confianza irá regresando de a pocos, más por el paso del tiempo que por alguna declaración del Gobierno, que además es improbable y quizás carente de credibilidad, dado su origen ideológico y electoral. De todos modos, no estaría mal que lo intentara.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es economista