Un grupo de personas recorre el mercado de Frutas, en el distrito de La Victoria, el pasado 3 de abril. (Foto: Hugo Curotto/GEC).
Un grupo de personas recorre el mercado de Frutas, en el distrito de La Victoria, el pasado 3 de abril. (Foto: Hugo Curotto/GEC).
Juan José Garrido

Como sabemos, la crisis sanitaria global producida por el presenta dos problemas que debemos, en paralelo, solucionar: por un lado, el epidemiológico y, por el otro, el económico. Cierto, es prioritario contener y mitigar la propagación de un virus; no obstante, mientras no exista una solución farmacológica suficiente o una vacuna de uso estandarizado, es imperativo mantener viva la fibra económica de tal manera que la “vuelta a la normalidad” sea un escenario viable.

El virus en cuestión es altamente contagioso, tiene una baja tasa de mortalidad en la mayoría de los infectados, aunque es muy agresivo e incluso letal en un sector de la población (adultos mayores, personas con afecciones crónicas o inmunodeprimidas, en particular) y actúa como troyano (esto es, se presentan gran cantidad de casos asintomáticos o que exhiben síntomas después de muchos días). Son estas características las que producen un problema epidemiológico tan complejo: la velocidad de propagación es muy alta, lo que puede desbordar el sistema de salud –capacidad de , en particular–, con la consiguiente derivada en la tasa de mortalidad.

Los problemas en la fibra económica se presentan, así, como un “efecto dominó” de las políticas sanitarias de contención: la cuarentena impide la actividad productiva y reduce sustancialmente el consumo (ni qué decir de la inversión). Este efecto se traduce, sin intervención, en la quiebra de empresas, la ruptura de la cadena de pagos, la pérdida de puestos de trabajo, inversiones y una larga lista de derivadas que impedirían el regreso a la normalidad en el corto y mediano plazo. Potencialmente, es una crisis estructural de la que se puede salir después de años, si no décadas, de arduo trabajo (lo que algunos economistas llaman una recuperación en ‘L’).

El reto del Ejecutivo y de la ciudadanía, entonces, es enfrentar la propagación del virus y proteger la fibra económica. Si de escenarios se trata, el más riesgoso es aquel en el que la crisis sanitaria no se contiene en el corto o mediano plazo y el “efecto dominó” no es enfrentado con suficiente contundencia, alargando la vuelta a la normalidad de manera que, para cuando tengamos que salir, no habrá suficientes palancas con las que regresar al país a la senda del desarrollo.

¿Cuándo se podrán levantar las restricciones? En primer lugar, cuando sea sanitariamente aceptable. Mientras la propagación del virus sea un riesgo, las medidas de aislamiento y contención seguirán en pie. Luego, cuando sea seguro desmontar las mismas, el retorno será –según prevén distintos expertos– por fases y sectores.

En resumen, el país requiere que durante los próximos meses los peruanos estemos unidos en una tarea común: trabajar en salvaguardar la vida de nuestros compatriotas, mientras luchamos por mantener las estructuras básicas de nuestra economía. Siendo prioritario lo primero, ambos son esenciales en el largo plazo. En lo primero, debemos cooperar todos; unos desde la gestión de la crisis, otros en acatar y acompañar las medidas. En lo segundo, si bien es de interés de los agentes privados, es el Gobierno Central el que mejor puede desplegar soluciones efectivas y en el corto plazo. Ante esta crisis, todos tenemos tanto responsabilidades como tareas específicas. Juntos podemos, si trabajamos de manera consciente en ello.


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