Los resultados electorales del domingo dejan al sistema político peruano una serie de lecciones que es urgente asumir:
Primera, pese a la tremenda campaña de demolición lanzada en su contra inclusive con métodos periodísticos-montesinistas, el abrumador triunfo de Castañeda en Lima (50,6%) lo posiciona como el político de mayor arrastre, si se calcula que representa a alrededor de 3 millones de ciudadanos, teniendo en cuenta que en Lima hay unos 6 millones de votantes. Sin embargo, la lectura no es matemática en términos institucionales, por lo que Solidaridad Nacional tiene el reto de consolidarse como partido so riesgo de quedarse únicamente a nivel de organización caudillista.
Segunda, la derrota de Susana Villarán (apenas 10,6%) no ha sido solo una reacción popular contra una pésima gestión municipal, sino el rechazo a la propuesta política, ideológica y programática del conglomerado autodenominado ‘nueva izquierda’. La obsolescencia de sus propuestas, la ineficacia de sus seudorreformas, la arrogancia de sus ‘intelectuales’ (que descalifican a quienes no piensan como ellos), algunos visos de corrupción de su equipo y el intento de extorsión masiva sobre la honorabilidad de sus contrincantes han sido repudiados en las ánforas.
La chalina verde ha sido la soga de ahorque para los socialconfusos que han arrastrado en su derrota al toledismo, al nacionalismo e inclusive a un PPC cada vez más errático y contradictorio en su gestión. No puede pasarse por alto que el pepecismo –contra toda lógica– fue el patético aliado de Villarán en una revocatoria que sí debió prosperar.
En cuanto a Enrique Cornejo su derrota (17,87%) tiene sabor de triunfo por él mismo, por su calidad técnica y también por lo que representa: un Partido Aprista que sigue hiperactivo y con una renovación interna cuyas claves quizá todavía no entendemos. Es difícil saber si el ‘tío bigote’ hubiese tenido tan buena performance con el apoyo de Alan García, cuya figura polariza al electorado y cuyo liderazgo está empeñado en la temprana contienda del 2016.
Salvador Heresi es, todavía, un político menor, pero debe verse con especial atención al partido que lo llevó en esta campaña: Perú Patria Segura, que sí puede catapultar a Renzo Reggiardo, dirigente joven que ha tenido el buen tino de separarse del fujimorismo abriéndose un cauce propio. Y lo de Fernán Altuve-Febres simplemente puede apreciarse con la simpatía por un candidato honorable, que contribuyó a demostrar una de las tantas farsas villaranistas sobre el transporte limeño durante el debate auspiciado por este Diario.
El humalismo, más allá del evidente endose a Villarán, ha sido un convidado de piedra en este proceso porque Gana Perú es un cascarón sin partido real, y porque resulta incapaz de ofrecer alternativas tanto municipales cuanto regionales. El último año del actual gobierno será, así, especialmente duro porque tendrá que coordinar con 25 regiones mayoritariamente gobernadas por movimientos localistas y con intereses chauvinistas sin visión republicana. Peor todavía, Ollanta Humala ahora tendrá que afrontar la peor pesadilla posible: aguantar la crisis en Cajamarca, donde increíblemente ha vuelto a salir elegido Gregorio Santos, antiminero radical, sedicioso, acusado de corrupción y..., encima, preso.