(Foto: Reuters)
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Juan Carlos Tafur

La única manera de que el gobierno de deje alguna huella en la historia política peruana es que retome la agenda fallida de la transición democrática.

Eran dos los grandes objetivos nacionales que cabía asumir luego de la implosión del fujimorismo de los 90: reforzar la institucionalidad democrática y construir una economía de mercado que fuese un salto cualitativo respecto del orden mercantilista empresarial.

Ni uno ni otro se han cumplido en estos 18 años de transición democrática. Por el contrario, hemos retrocedido. Como consecuencia de ello resucitan propuestas populistas, conservadoras y autoritarias. El fracaso histórico de la transición alienta una vez más en nuestra historia opciones fuera del reglamento.

A ello debe abocarse Vizcarra. Es su cifra histórica. Si no quiere que el suyo sea un simple paréntesis, deberá ser capaz de asumir la reforma política que se reclama y de profundizar el libre mercado.

Preocupa en esa medida, dada la magnitud de ambos objetivos, ver a un régimen desvelado por no generar ninguna turbulencia y por contentar a todos sus auditorios.

Acude el primer ministro a Olmos y aprecia algunas pancartas que se oponen a la construcción de la nueva ciudad, inmediatamente anuncia que el proyecto está en evaluación. Se produce la protesta de un gremio de transportistas y sale el Gobierno a decir que no se cobrará un peaje establecido por contrato (y que además es la única forma sensata de solventar las concesiones privadas). El organismo regulador, luego de meses de trabajo técnico, establece nuevas tarifas de agua, pero se manifiesta una algarada y de improviso el Gobierno desautoriza al regulador y anuncia que no habrá tal aumento. Está a punto de iniciar obras el proyecto Tía María, reaparecen algunas protestas en el valle del Tambo y desde Palacio se señala que el proyecto no está en la agenda.

Si Vizcarra no tiene la firmeza necesaria para llevar adelante decisiones administrativas que son propias del ejercicio mismo del Gobierno, mucho menos será capaz de navegar en medio de la tormenta que de hecho se generará al emprender las grandes reformas políticas o económicas que el presente exige.

Porque en los dos ámbitos habrá serias resistencias de las oligarquías políticas y económicas que quieren seguir medrando del statu quo, y que son absolutamente inconscientes de que el pueblo ya no tolera la situación. Su beneficio del corto plazo les importa más que el inmenso beneficio que tendrá para las mayorías acometer la modernización del país.

Vizcarra nace de una circunstancia fortuita, lo que lo debilita, pero no lo condena a la inamovilidad. Mantiene un nivel alto de aprobación (a pesar de que ya empezó a caer), lo que es un buen lecho de rocas sobre el que apoyarse. Y a la vez tiene por delante un compromiso político por parte de la mayoría parlamentaria que elimina el principal factor de ingobernabilidad de su antecesor.

Vizcarra tiene activos que puede utilizar en favor suyo. Ojalá entienda que para gobernar con eficacia no se puede contentar a todos y que es necesario mantener firme el timón en medio de la turbulencia.

La del estribo: se ha puesto en escena sinfín de oportunidades, pero cuando se hace un montaje serio y solvente vale la pena recomendarlo igual. Nos referimos a “El diario de Ana Frank”, que va en el teatro Vargas Llosa en la Biblioteca Nacional. Estupenda también para niños desde los 10 años. Una lección estética y moral muy recomendable.