El nombramiento como ministro del Interior de Daniel Urresti fue considerado –luego de conocer los altos índices de aprobación de la ciudadanía– como un acierto del gobierno de Ollanta Humala. Su estilo Rambo, ‘sheriff’ o como se le quiera describir chocó a pocos y agradó a muchos.
En un país perforado por la delincuencia, donde el crimen es pan de cada día, un estilo tan proactivo como el de Urresti ciertamente tenía que generar expectativa. Los ciudadanos estamos cansados de autoridades del Interior muy monosilábicas, que ofrecieron el oro y el moro pero a la hora de hacer las sumas y restas los totales eran magros. La delincuencia continúa y de qué manera. Lo sabe cada uno de los peruanos, hasta los niños y niñas que son víctimas de violencia sexual.
El estilo Urresti fue novedoso, estaba aquí y allá, en cada decomiso, en cada captura, en cada inspección. Ciertamente dio esperanza. No sabemos cuál será el próximo guarismo que obtenga su desempeño como ministro del Interior. Del auspicioso inicio, el viento a favor ha cambiado y enfrenta muchos cuestionamientos.
Lo que la gente comienza a percibir es que el ministro puede estar en todas y cada una de las situaciones que comprometen la seguridad ciudadana pero la actitud que al principio generó confianza ahora ya comienza a desdibujarse. No porque no sea sincero, Urresti aparece siempre francote y nunca deja de opinar; sin embargo, la inseguridad y la violencia en las calles continúan indeteniblemente.
Todos los días hay tremendos crímenes, asaltos con armas a discreción, robos de poca monta y el tránsito –cuya modificación fue una de las ofertas de este singular ministro– no ha variado ni un pelo. Tampoco la atención en las comisarías ni las mejoras de estas a escala nacional.
El hallazgo de 7,5 toneladas de cocaína en Trujillo y de 42 kilos en Barranca, pese a ser una buena y fina acción de la policía, le ha traído –cual búmeran imparable– muchas críticas, de las cuales le será difícil salir. Por más que el presidente Humala afirme con un contraproducente tono castrense que Urresti no tiene que pedirle disculpas a un miserable narcotraficante, el viento para el ministro no será a favor.
Involucrar a un candidato fujimorista de Barranca con el narcotráfico, lo acepte o no el titular del Interior, fue una ‘gaffe’ total. La imagen del ‘sheriff’ justiciero cambió a la del operador político del gobierno. Más aun cuando hoy se sabe que desde el inicio de la operación se conocía que era yeso y no cocaína. Perdió el amplio respaldo que tenía.
Excluir a un congresista de Perú Posible, partido aliado del régimen, del hallazgo de las 7,5 toneladas de cocaína fue contraproducente. Sobre todo cuando se compara con el caso del candidato fujimorista de Barranca. Peor aun, versiones periodísticas confiables señalan que Urresti quiso que la policía sacara de la denuncia al congresista José León. Por más que quiera convencer que no actuó como se le imputa, el ministro ha perdido credibilidad, lo que más necesita cualquier régimen.