Javier Díaz-Albertini

Hace años, cuando empecé a escribir esta columna, todo el mundo me decía: “Nunca te faltarán temas porque así es el . Siempre están ocurriendo cosas entre lo nuevo, lo delirante y hasta lo surreal. Un mundo de sorpresas, un paraíso para la crítica y el análisis”. Pues estaban equivocados. En la actualidad, nuestra realidad está más bien caracterizada por la inercia y la redundancia. Pocas cosas trascendentes suceden, lo que ocurre es más de lo mismo y los problemas sin miras de solución continúan. La falta de institucionalización y la informalidad –¿anarquía?– ya se han vuelto parte de nuestra forma particular de ser, pensar y actuar. Estamos agazapados esperando la próxima metida de pata de un congresista o de la presidenta. Peor aún, ya no nos sorprenden o indignan tantas sandeces e ilícitos.

Aunque parezca paradójico, el último período en el que gozamos de cierto orden y sentido fue el que osciló entre los intentos de vacancia y disolución del (¡qué tiempos aquellos!). Fue lo que marcó los períodos presidenciales desde PPK hasta Nos manteníamos atentos ante las movidas para sumar los 87 votos para vacar mientras que el Ejecutivo, en el fondo, buscaba que se le negara la confianza para cerrar el Congreso. Así vivimos la renuncia de PPK, la vacancia de Vizcarra, la renuncia de Merino y los cortos meses de presidencia de Sagasti. Sin duda, vivíamos sobresaltos, pero todavía había interés y preocupación ciudadana, como se notó en la reacción en contra de la presidencia ilegítima de Merino.

La elección de Castillo significó continuar con la oscilación, pero redefinida ahora desde el Ejecutivo, al romper el equilibrio vía la compra de los votos de un número significativo de parlamentarios y al borrar la distinción entre poderes. Este equilibrio estratégico blindaba a Pedro Castillo, pero terminó debilitando el control del Parlamento.

El título de la columna es de una de mis canciones favoritas de Pink Floyd (“Comfortably Numb”) y hace referencia a un estado de adormecimiento que nos adapta a situaciones a pesar de que sean alarmantemente preocupantes o dolorosas. La preocupación e incomodidad solo afloran cuando tocan nuestra puerta o la de alguien cercano. Salimos de nuestra comodidad solo por razones personales, dejando la preocupación por la intranquilidad pública a aparatos e instituciones que sabemos que no funcionan. El resto del tiempo nos refugiamos bajo el techo del “así somos los peruanos”, un negativismo derrotista, y abrazamos el manto tranquilizador de la indiferencia.






*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología