Escucha la noticia

00:0000:00
De la posverdad a la posvergüenza
Resumen de la noticia por IA
De la posverdad a la posvergüenza

De la posverdad a la posvergüenza

Resumen generado por Inteligencia Artificial
La IA puede cometer errores u omisiones. Recomendamos leer la información completa. ¿Encontraste un error? Repórtalo aquí
×
estrella

Accede a esta función exclusiva

En el 2025, nuestros políticos dejaron de discutir la verdad. Descubrieron algo más práctico: dejar de disimular. Durante años se habló de la “posverdad” como una moda tóxica: relatos alternativos, hechos maleables, indignaciones por encargo. Hoy el clima es otro. Basta ocupar el espacio y actuar con la tranquilidad de quien sabe que la vergüenza ya no es un requisito.

El Congreso ofrece el mejor retrato de este cambio. Se aprueban leyes con una ligereza que ya no escandaliza, que ignoran límites legales, presupuestales o constitucionales, formuladas sin titubeos. Respaldan leyes que facilitan el crimen y luego evitan llamarlas de este modo, como si el simple pudor del lenguaje tuviera la capacidad milagrosa de limitar sus efectos. No es error técnico: es desparpajo. La moral funciona como un accesorio: se luce cuando sirve y se guarda cuando estorba.La posvergüenza se expresa en ese gesto: defender cualquier cosa con aplomo, sin rubor y sin explicaciones. El error dejó de incomodar. La defensa del error, tampoco.Conviene decirlo: la política sigue siendo necesaria. Es el espacio donde se tramitan los conflictos y se organizan las reglas de convivencia. Lo que se ha empobrecido es la manera en que muchos políticos la usan, convertida en escenografía y fondo de pantalla.

El Ejecutivo entra y sale de este escenario como una pieza intercambiable. Este año, otra vacancia presidencial. Cambia el rostro en Palacio y el TikTok se impone como estrategia comunicacional. La república se parece cada vez más a un ascensor averiado: sube y baja con personas distintas, siempre con el mismo olor a cable quemado. La inestabilidad ya forma parte del mecanismo.

Mientras arriba se reordenan nombres, abajo la vida se ajusta como puede. La inseguridad se volvió paisaje. Se declara un estado de emergencia, se repite el diagnóstico, se cambia el nombre en la puerta del ministro. El miedo permanece. Puntual. Persistente. Como la bala que mata al chofer de una combi mientras los discursos se acomodan al siguiente titular.

En la vida cotidiana nadie discute teorías. La gente se encierra en casa antes, cambia de ruta, aprende a desconfiar, teme cuando sus hijos salen a la calle. La vida se achica.

El sistema de justicia completa el cuadro. Un Ministerio Público en ruinas, resoluciones que se cruzan, medidas cautelares que duran un suspiro. El equilibrio de poderes se parece cada vez más a un número de circo: todos tiran de la cuerda, nadie responde si se rompe. La impunidad opera con naturalidad.Los expresidentes aportan continuidad al relato. Siempre hay un nuevo capítulo, un caso antiguo que regresa. En el Perú, el pasado no pasa, solo cambia de juzgado.

La antesala electoral concentra el clima completo. Camino a las elecciones, muchos políticos solo hablan para hacerse notar, para demostrar que el ridículo dejó de tener costo. La campaña aún no empieza oficialmente, pero el bochorno ya está instalado.

Surgen las propuestas imposibles, dichas con aplomo, como si el Estado fuera una libreta escolar donde basta escribir un deseo. Promesas ajenas a cualquier noción de país. Circulan también mentiras de vida breve. Se dicen, se caen y se reemplazan. La desmentida apenas estorba.

Aparecen biografías infladas sin temor al archivo: títulos ambiguos, trayectorias adornadas, méritos de papel. Todo frágil, todo verificable. El dato perdió importancia. El currículo se lanza y sigue su curso.

Las elecciones internas partidarias cierran el cuadro. Procesos llamados democráticos donde nadie compite, nadie debate, nadie pierde. Designaciones maquilladas, reglas flexibles, padrones oportunos. El simulacro ya ni siquiera se esconde.

Algunos políticos han entendido mejor que otros este nuevo registro. Ajustan el tono, simplifican las frases. La desfachatez importa más que el contenido.

Así se llega a la posvergüenza: un lugar donde nuestros políticos compiten con descaro, donde la indignación se recicla sin efecto y donde el ciudadano aprende un mecanismo de defensa elemental: sorprenderse menos para sufrir un poco menos.La política sigue siendo un bien público indispensable. La crisis está en la forma en que demasiados han decidido ocuparla, vaciarla de sentido para convertirla en negocio donde ellos ganan y el país pierde.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Hugo Coya es Periodista

Contenido Sugerido

Contenido GEC