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No es maldición china, como se cree, la de desearle a alguien que viva en “tiempos interesantes”. Según Wikipedia, lo más cercano en la tradición oriental proviene de un cuento de Feng Menglong (1627), en el que se lee: “mejor ser un perro en tiempos de tranquilidad que un humano en tiempos de caos”. Fue en el siglo XIX que el inglés Joseph Chamberlain, ante los Comunes, se permitió dicha trasmutación, una tan arbitraria como sugerente. Y desde entonces, se ha generalizado su presunto origen, algo forzado.
Interesantes -desconcertantes- vienen siendo estos tiempos para el Perú; también, por cierto, para el mundo. Hemos tenido demasiados presidentes; pero en Francia, durante el último lustro, hubo también varios primer-ministros de más. A los franceses les impacta menos porque tienen un servicio civil que funciona y que combate a las mafias mejor. Aquí, en cambio, hay un vacío de autoridad.
¿Pueden identificarse algunas tendencias globales en estos tiempos tan volátiles? Un informe reciente de Ipsos pretende resumirlas así: fractura en el proceso de globalización; más divisiones al interior de cada sociedad; emergencia climática; transformación tecnológica sin precedentes; potenciales avances en salud; vuelta a premisas sociales más conservadoras; un “nuevo nihilismo” (frase del papa Francisco); mayor dificultad para generar confianza; y una fuga hacia un individualismo aislante.
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Es claro que el segundo gobierno del presidente Donald Trump ha rajado marcadamente el proceso anterior de globalización, trastocando así la geopolítica mundial. Su administración pretende subordinar algunos principios democráticos tradicionales, también el libre comercio, para afirmar un régimen más autocrático y nacionalista, en coordinación con las grandes empresas tecnológicas de su país. Todo ello para enfrentar la amenaza que representaría China para la hegemonía de EE. UU. Así, la política exterior del gobierno estadounidense se ha replanteado, teniendo como guía objetivos políticos internos y personales, en el contexto de una visión global de suma-cero que asume que cuando otros países ganan es porque EE. UU. pierde. Anteriormente, la colaboración solía ser vista como valiosa per se.
La multiplicación de las redes digitales, al amplificar los ecos y suspender los filtros, viene incentivando una polarización creciente que estimula la tensión colectiva. Hay demasiada desinformación, ciberacoso y una reiterada comparación entre estilos de vida extremos –lo que además de generar ansiedad y estrés– subvierte la cohesión social. Moisés Naím titula “Charlatanes” a su último libro (coescrito con Quico Toro) y en él describe cómo tantos de éstos, que antes tenían audiencias limitadas a sus tertulias presenciales, se han vuelto hoy virales y globales, contribuyendo así al despelote.
De otro lado, 2023 y 2024 fueron los años más cálidos de los que se guarde registro. El calentamiento planetario no amaina. El límite de 1,5 grados C* del Acuerdo de París ya resultaría inalcanzable. Según cifras de Ipsos, el 78% de la población global prevé crecientes desastres ambientales si no se introducen cambios en los estilos de vida. Hay discusión respecto de la dinámica y naturaleza de la transformación tecnológica requerida para hacer frente a estos desafíos, lo que contribuye a la ansiedad. El presidente Trump es un negacionista del cambio climático. Derogó el Plan de Energía Limpia que sus antecesores habían puesto en marcha. Su gobierno mantiene aún conversaciones con China sobre el impacto energético de sus respectivas economías, pero sin la urgencia que antes predominaba.
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En muchos ámbitos, la inteligencia artificial (IA) resulta una transformación tecnológica sin precedentes. Como precisa Yuval Noah Harari: “la IA no es una herramienta, sino un agente que puede tomar decisiones al margen de nosotros. Las invenciones anteriores –la imprenta o la bomba atómica– eran herramientas que empoderaban. La IA puede actuar por su cuenta”. Su poder creativo y disruptivo resultan, por ello, inéditos. Riesgos obvios son los sesgos algorítmicos, la manipulación de la información, la carencia de privacidad y seguridad para los datos, así como el impacto final en el empleo y la economía.
El cuidado de la salud constituye uno de los campos con avances sorprendentes: diagnósticos más precisos, tratamientos más personalizados y menos invasivos, para no mencionar la telemedicina y el uso de herramientas digitales. Hay potentados que se imaginan beneficiándose de regímenes que permitirían vivir más de cien años. En su último encuentro personal, los mandatarios Xi Jingping y Vladimir Putin, ya setentones, le dedicaron un tiempo a intercambiar comentarios sobre el tema.
Una mayor tensión social podría estar causando un resurgimiento religioso y la vuelta a premisas sociales más rígidas y conservadoras. Así, por ejemplo, según Ipsos, el porcentaje de la población mundial que hoy respalda un género binario ha aumentado a 61%, cuando el año pasado fue de 53%. En el caso del Perú, el aumento ha sido de 61% a 78%.
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Todo ello viene dándose en el contexto del “nuevo nihilismo”, denunciado por el papa Francisco como una cultura del descarte, caracterizada por el cinismo, la falta de valores rectores y la poca esperanza; lo cual fomenta una resignación pasiva. En dicho contexto resulta crecientemente difícil generar la confianza suficiente en personas e instituciones como para recuperar un mejor sentido de adónde vamos. Las personas prefieren refugiarse en un individualismo que resulta socialmente estéril. Hay filósofos que han sostenido que la postmodernidad no será finalmente tal si no se supera este nihilismo para avanzar hacia una nueva era de entendimiento.
Hay, para concluir, bastante desilusión con la democracia. El Pew Research Center registra, para doce países de elevados ingresos, que dos de cada tres ciudadanos se muestran insatisfechos con su funcionamiento. En el Perú, como es fácil suponer, las cifras son bastante peores: siete de cada ocho. Vivimos en una situación crónica de desconfianza aguda. Así, los beneficios de la bonanza exportadora de poco sirven para hacer frente a la inseguridad y el crimen. La violencia se acentúa. Hay la sensación de estar en una película en la cual los malos vienen ganando. Y la política deja de ser vista como un espacio legítimo de representación y encuentro. El país, mal que bien, sobrevive en su esforzado quehacer cotidiano, sin vislumbrar un futuro que le sea estimulante.
Un voto más responsable en las elecciones de 2026, especialmente para el Senado, resulta clave para contribuir a mejorar una perspectiva tan compleja.

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