Editorial El Comercio

Si la única fuente de información disponible para sacar conclusiones sobre la realidad nacional fuese que el presidente pronunció ante el el pasado 28 de julio, podríamos concluir que el Perú está a poco de ser un país perfecto.

Especialmente , el mandatario se ha esmerado en presentar los datos de manera tal que quede la impresión de que su gestión ha hecho grandes avances a favor de la ciudadanía. Sin embargo, un vistazo desapasionado de la realidad deja claro no solo que el Ejecutivo no tiene argumentos para dormirse en sus laureles, sino que no tiene laureles en los que reposar.

“Hemos mantenido la fortaleza macroeconómica [del país], destacando entre sus pares de la región”, fue una de las frases más llamativas de su alocución. Un logro que está lejos de ser una hazaña, toda vez que la estabilidad macroeconómica ha sido una de nuestras principales virtudes en los últimos años y mantenerla es más una obligación que una victoria. Además, desde Palacio la vocación por preservar esta fortaleza (si alguna vez ha existido) nunca ha sido completa. No hay que olvidar las idas y venidas con respecto a la confirmación de Julio Velarde como titular del Banco Central de Reserva (BCR) o la insistencia de Castillo, desde las elecciones, con la convocatoria de una asamblea constituyente. Esto, como se sabe, justamente por la ojeriza que él y otros izquierdistas tienen contra el capítulo económico de la actual Carta Magna, que consagra la estabilidad de la que hoy él quiere tomar crédito.

En otro momento, el presidente se refirió a la reducción de la pobreza. “El reciente reporte de pobreza del INEI indica que la hemos disminuido”, aseguró. Si bien la estadística es cierta, su significado se pierde por la falta de contexto. La medición del 2021, como se sabe, se hizo con respecto al año anterior, y el país en el 2020 pisó fondo económicamente por los estragos de la pandemia, por lo que un efecto rebote, con la reactivación de la economía, era lo que todos esperábamos. Pero la verdad es que estamos muy lejos de celebrar. Según el INEI, en el 2021, el 25,9% del país estaba en situación de pobreza; un 5,7% más de lo registrado en el 2019.

En general, mucho de lo que el mandatario ha exhibido con orgullo tiene más que ver con la reanimación del libre mercado tras el fin de las restricciones pandémicas que con los esfuerzos del Gobierno. El empleo, por ejemplo, como ha dicho, ha mostrado signos de recuperación, aunque el presidente omite que la calidad de este se mantiene baja, con 76% de peruanos trabajando de manera informal (cifras solo comparables con hace 10 años).

En materia de inversión el panorama tampoco es color de rosa, a pesar de lo que diga el jefe del Estado. Según el Instituto Peruano de Economía (IPE), la inversión privada caerá 5% en el segundo semestre del año y no hay que olvidar que su crecimiento será de 0% en el 2022, según proyecciones del BCR. Por su lado, la inversión pública se redujo un 1,1% durante el primer semestre del 2022 debido a la menor ejecución del Gobierno Nacional (-13,2%).

Y no hay que olvidar que este gobierno tuvo la suerte de toparse con los precios de los minerales por los cielos, lo que le permitió ser más flexible en su gasto.

Con todo esto en mente, estamos lejos del país perfecto que el presidente se empeña en describir. Pero también es evidente que la ciudadanía está lejos de compartir el optimismo descaminado de la actual administración. La percepción de retroceso, registrada por Apoyo Consultoría, por ejemplo, es la más alta en los últimos 31 años y, según Ipsos, solo un 3% cree que el país está avanzando. Esto, porque el Gobierno viene dinamitando de a pocos, pero sin parar y a punta de escándalos, la estabilidad que nuestra economía necesita para prosperar, sobre todo con un contexto internacional adverso.

Editorial de El Comercio