En pocos días se terminan de perfilar los candidatos a la presidencia. El lunes 12 deberán renunciar las autoridades que desean llegar a Palacio o al Congreso, y allí tendremos la confirmación de que el alcalde de La Victoria –y hoy puntero en las encuestas–, George Forsyth, será de la partida. Aunque los números le sonrían con una intención de voto del 20%, el camino que le aguarda no será un lecho de rosas.
Primero, por cábala: candidato que empieza puntero tambalea al ingresar al tramo decisivo de la contienda. Le pasó a Lourdes Flores en el 2006, a Alejandro Toledo en el 2011 y a Keiko Fujimori en el 2016. No sucedió así en el 2001 porque el hoy prófugo Toledo llegaba con la viada del año anterior contra Alberto Fujimori, pero Alan García le llegó a mover el piso aquella vez. Los 184 días que restan hasta el domingo 11 de abril pueden traer incomodidad y sorpresa para quien vaya adelante.
Segundo, porque todos los candidatos que vienen detrás dispararán contra el primero. ¿Tiene suficiente experiencia? ¿Tiene equipo? ¿Quiénes lo financian? ¿Quiénes le pagan a sus marketeros políticos? ¿Cómo se atreve a saltar de un distrito de 174 mil habitantes a pretender resolver los problemas de 32 millones de peruanos? Y así, por no hablar de los golpes bajos que recibirá. Estos últimos no harían mella si estuviéramos cerca a la elección, pero una campaña de seis meses genera estrés y podría llevar a error al exarquero de Alianza Lima, haciéndolo pisar el palito.
Tercero, porque, como hemos dicho en esta columna, ahora deberá hablar de los problemas estructurales del país y de sus posibles soluciones. El tamaño de la crisis económica y social que incuba esta pandemia va a exigir respuestas muy directas. Los eslóganes y pintas de campaña con su nombre no bastarán. El tema de la seguridad ciudadana –que ha explotado con gorra y chaleco negros y un batallón de serenos– no será el único que preocupe a los peruanos. Forsyth va a tener que preparar respuestas a temas complejos. Ahí se verá si tiene madera de candidato presidencial o se desinfla con el correr del tiempo.
Cuarto, porque su juventud (38 años), que sin duda es atractiva en un político y casi siempre suma, puede jugarle en contra tratándose del cargo más importante del Estado. Su experiencia pública es de apenas dos años –antes fue regidor distrital, podríamos sumarle ese período y aún así es escasa- y, ojo, va a dejar a los vecinos que confiaron en él antes de cumplir la mitad de su mandato (que recién culminaría en diciembre del 2022).
Eso por no hablar de los socios políticos que lo acompañarán en esta aventura, a los que no se conoce y que podrían generar flancos de ataque en su contra. Hasta ahora, Forsyth corrió como un alcalde empeñoso al que se le podían perdonar ciertos errores en su afán por querer hacer cosas. Ahora viene lo más difícil.
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