
Nuestra aventura por la selva central continúa. Luego de conocer más sobre duendes en Villa Rica, esta vez La Ruta, un proyecto auspiciado por Toyota y Verisure en alianza con El Comercio, nos lleva hasta el distrito de Pangoa, en Junín, a más de 200 kilómetros de distancia. En esta oportunidad, dos miembros del milenario pueblo nomatsigenga nos reciben en la comunidad nativa de San Antonio de Sonomoro para contarnos más sobre las criaturas que aparecen cuando los enormes árboles tapan el sol.
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“Nuestra comunidad está a punto de cumplir 60 años y representa la herencia de nuestros abuelos y padres. Nosotros seguimos luchando para que en el Perú sepan que existimos y para que nuestra cultura no desaparezca”, asegura Roger Chimanga, jefe de la comunidad y maravilloso anfitrión durante nuestra visita.
Según la Base de Datos de Pueblos Indígenas del Ministerio de Cultura, los nomatsigenga se asentaron en el bosque tropical juninense hace más de 2 mil años provenientes del actual Brasil. Su lengua pertenece a la familia Arawak, pero muchas veces la dimensión de sus hermanos más cercanos, los ashaninka, hace que su valiosa cultura sea confundida o pase desapercibida.

Sin embargo, nos encontramos con un pueblo conformado por habilidosos cazadores, hábiles comerciantes, apasionados artesanos y, sobre todo, valientes guerreros que no dudaron en combatir a la corona española durante el Virreinato ni a las filas terroristas de Sendero Luminoso durante su paso del terror por la selva.
A diferencia de otros pueblos originarios que hemos podido conocer, la lengua nomatsigenga se encuentra viva y el Ministerio de Cultura estima que casi 4 mil personas de distintas edades las hablan. Sin embargo, particularmente hay un factor que me preocupa y es la poca cantidad de intérpretes y traductores certificados por el ministerio, siendo estos apenas seis.
Consciente de ello, don Roger me confiesa que una de las metas más grandes que tiene en su vida es la de “revalorar, seguir hablando (nuestra lengua), enseñarle a nuestros hijos y que ellos lo hagan con sus hijos”.
Y, afortunadamente para nosotros, una de las mejores formas que ha encontrado para hacerlo es narrando las leyendas e historias de lo que ha vivido su pueblo en la inmensa selva que los rodea. En este punto me quiero detener para compartirles una reflexión que me viene acompañando desde el planeamiento de esta temporada.
Entiendo que gran parte de nuestra audiencia no crea que seres como los duendes, sirenas o gigantes existan realmente. Hace poco tiempo yo podría haberme incluido rápidamente en ese grupo, pero mi perspectiva ha cambiado y no necesariamente por haber presenciado algún fenómeno paranormal ni avistado a alguna criatura desconocida, sino por el efecto que he visto que tienen estos relatos en aquellas sociedades donde existen.
Desde mi punto de vista, el respeto, temor o admiración que le guardan los pueblos a estos seres ya los convierte en sí en algo real, más allá de que esto se traduzca en una representación física o se mantenga como un concepto, su efecto es totalmente real e innegable. En pocas palabras, soy un convencido de que aquello en lo que creemos realmente existe.

Un claro ejemplo de ello son los relatos que generosamente compartieron con nosotros don Roger y don Máximo. En sus historias volvimos a escuchar sobre el Chullachaqui, el duende amazónico más famoso del Perú; también nos hablaron del Tunche, aquella alma condenada a errar por los bosques pero que según esta versión del relato posee características físicas similares a las de un enorme primate; también nos hablaron sobre los mironi, tratándose estos de espíritus malignos capaces de adquirir formas de animales y convirtiéndose en una seria amenaza para quienes se internen en las profundidades de la jungla.
Una particularidad de los mironi que tuve que omitir en este capítulo por las restricciones que mantienen las plataformas digitales fue su agresividad sexual. Según la cosmovisión nomatsigenga, los mironi poseen genitales enormes y, además, tienen una visión inversa del mundo por el que acosan a los hombres en un intento de satisfacer su apetito sexual.
Este impactante rasgo encuentra una posible explicación en la investigación realizada en 1986 por Hugo Delgado Sumar, donde señala que los mironi y otros demonios de la selva son la transformación de aquellas almas condenadas por haber cometido algún incesto durante su vida.
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